Diario de Valladolid

Ritmo veloz en el encierro de Cuéllar

Traslado con intensidad por el campo de los astados de Condesa de Sobral y vertiginosas carreras de los mozos entre las astas en el tramo urbano de la vida mudéjar

Un momento del encierro por las calles de Cuéllar.-ICAL

Un momento del encierro por las calles de Cuéllar.-ICAL

Publicado por
César Mata

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La belleza de los torrestrella de Condesa de Sobral quizá sea correlativa a su bravura y nobleza enclasada. Puede ser, todo puede ser. De momento, por la mañana, en el encierro, eso importa solo relativamente. Por la tarde, para los novilleros, será determinante. Hasta ahora, cuando se siente la humedad del Cega en la espalda, lo que se sabe es que en la finca mataron a un hermano que ahora no será protagonista del rito.

El toro de lidia, que es símbolo de la Naturaleza indómita, es cruel y jerárquica, instintiva y territorial. Digan los que digan los animalistas y Lucía Etxebarría, que se fotografió junto a un añojo cárnico asturiano y quiso dar lecciones sobre bravura a los taurinos. Pobre mujer… En fin, de algo tienen que vivir los psicólogos.

Pero no nos retiremos mucho de los corrales del Cega ni del inicio del encierro. Dos burracos, en especial uno, dominan la pequeña manada. Ya sucedía en la finca en la que Pepe Mayoral ha cuidado de su hermanamiento y encabestramiento, y de que llegaran a Cuéllar con el peso correcto. Todo un nutricionista de la bravura. Este pelo burraco, salpicado (como cuando ponemos sucio de barro el coche al pasar por encima de un charco) es típico en Los Alburejos, donde Álvaro Domecq, al que se espera por Cuéllar, cría sus toros de Torrestrella, a los pies de Medina Sidonia. Ese domecq marinado en Núñez, y con una gotas de Veragua. Hace dos años los de Condesa de Sobral trajeron dos ejemplares jaboneros, que arrearon de lo lindo. Ahora todo han sido variaciones sobre un fondo negro.

De los corrales salieron con pies, con un burraco quemando pezuña que abría fuego hacia el laberinto arbóreo, y detrás su cuatro hermanos, obedientes. Los de Condesa de Sobral se han sometido, de principio a fin, al carácter gregario del bóvido de lidia. Juntos, pero solo cinco. Al sexto, sustituto del toricidio de sus propios hermanos, no lo recibieron bien en la finca, y los espera ya en los corrales de la plaza. Al parecer hasta los toros llevan mal eso de repartir herencias, y protagonismo, entre muchos…

La tradicional parada en un claro del pinar no se pudo celebrar, ni la siguiente… Hermanados, sí, pero sin ganas de hacer un alto en el camino. Andarines, gazapones… Vamos que los hermosos, láminas de zootecnia impolutas, utreros de Condesa de Sobral, fueron una auténticos `runners` del encierro. Una singladura bóvida y équida que solo tuvo descanso real tras atravesar el túnel de la autovía de Pinares.

Las monturas no han podido perder de vista a los astados, no tanto por sus ánimos prófugos, de los que han carecido, sino por su interés por acelerar el paso, por llegar pronto, por… vaya usted a saber qué. La tradición no es cosa de tiempo, más bien de cadencia. Competir nunca fue celebrar. Pamplona nunca podrá ser Cuéllar, y no sólo porque le falten cinco kilómetros de tramo campero, sino porque no existe ese espíritu celebrativo de la gente de pueblo, del mundo rural, ese que permite mirar las cosas por el objetivo de la sabiduría de las cosas cercanas y sencillas.

Tras el primer descanso, otro segundo, más breve, y después, en el último rastrojo antes del abismo del embudo, un trote acompasado, casi al paso, pero sin serlo, como la mano de un amigo que se estrecha, firme pero sin oprimir.

Y de nuevo, ya en descenso, emerge la figura del utrero burraco, el líder, el más bravucón, el que indica velocidad y coordenadas, flanqueado por jinetes con temple en la garrocha y valor en la montura… Y en las calles, la embestida veloz de los torrestrella, y el valor de los mozos, un músculo de lealtad al espíritu de una tierra conquistadora.

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