UNIVERSIDAD DE VALLADOLID
La clase magistral de Álvaro y ‘los 20 de la UVa’
Una veintena de universitarios con discapacidad visual o ceguera estudian en la Universidad de Valladolid: "La discapacidad sólo es una característica"

Álvaro de los Ríos, futuro abogado o procurador de la Facultad de Derecho de Valladolid, cursa tercero y, aunque reconoce que el camino hasta el presente a veces le ha resultado árido, se centra en los frutos recogidos y en su meta: titularse y ejercer de lo que más le gusta.
Cómo él, una veintena de universitarios con ceguera o algún tipo de discapacidad visual cursa sus estudios en alguno de los cuatro campus de la Universidad de Valladolid (UVa).
Valladolid
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Alicia Calvo
La ceguera de Álvaro no es de nacimiento, pero no guarda ningún recuerdo de una imagen contemplada. «Nací viendo, me quedé ciego en el hospital. Por lo visto, en la incubadora en la que estuve por problemas respiratorios contraje un virus que me afectó a la vista y en tres semanas o un mes la acabé perdiendo del todo», relata este vallisoletano, que en diciembre soplará 20 velas.
Su trayectoria vital ha estado marcada por los contrastes: «En casa, mi madre no me pone ningún límite, pero fuera hay tanto gente que no te los pone y te deja ser como tu eres como gente que sí, que me hace vivir como si mi discapacidad fuera una desgracia, aunque no lo sea», expone y cita como ejemplo cuando no le quedó más remedio que estudiar inglés en casa «porque la academia del barrio decía que no tenían experiencia con ningún alumno ciego».
Reconoce que a lo largo de sus 19 años «ha habido de todo». Tras una experiencia no muy positiva en su instituto, empezó la universidad «contento, pero con miedo». «Con los compañeros, bastante bien; tengo una relación cordial. También tengo una compañera voluntaria que cuando no puedo acceder a algún contenido me lo facilita», relata sobre su día a día entre pupitres.
«Ella forma parte como voluntaria del servicio de responsabilidad social universitaria, dirigido no sólo a personas con discapacidad sino a otros colectivos vulnerables, y se tienen en cuenta las adaptaciones que son precisas en cada caso y por esa parte la UVa lo hace bastante bien», expone.
Álvaro ha iniciado este año tercero de Grado con buenas expectativas. «He mejorado muchísimo. Estoy con ánimo y contento», subraya.
Este universitario agradece la empatía cuando el docente tiene en cuenta las particularidades de cada uno y facilita su participación. «El otro día, en clase de Derecho Mercantil, la profesora pidió a los compañeros que dijeran en alto lo que aparecía en unas imágenes de un juego. Fue una manera de integrarme y, aunque en este caso no pude hacer exactamente igual, sí que pude participar», explica.
Escogió esta titulación porque durante gran parte de su infancia pensó que era lo suyo: «De niño hacía muchas preguntas y mi madre me decía que acabaría siendo abogado. De momento no me he equivocado en mi decisión», asegura convencido.
No sabe cómo enfocará su trayectoria profesional, pero ya cuenta con preferencias: «No tengo algo claro, me inclino por la abogacía, sobre todo privada: civil y mercantil. Abogado o procurador, y además me haría mucha ilusión impartir clases en la facultad pasado un tiempo».
Como vallisoletano y futuro experto en Derecho, conoce la trayectoria de otro convecino, Héctor Melero, que se convirtió hace ahora cinco años en el primer fiscal invidente del país: «Él es una gran inspiración y te hace pensar que a pesar de tus limitaciones puedes llegar igual de lejos que los demás», comenta.
Sobre el camino recorrido con los dos primeros cursos ya superados, indica que se ha encontrado «con gente buena y de todo tipo». Bondad descubrió en Mireya, otra universitaria de su facultad que cursa Derecho y ADE y a la que conoció por un acto de generosidad un día de incertidumbre y cierto caos, cuando la electricidad cayó en todo el país y hasta los semáforos dejaron de funcionar. «El día del apagón, sin conocerme de nada más que de verme por la facultad, me acompañó a casa. Antes no sabía nada de ella y desde ese día nos hicimos amigos», celebra.
Para que los condicionantes propios de su ceguera queden reducidos lo máximo posible, la tecnología cobra un papel decisivo. «Consulto los libros digitales, tengo lector de pantalla, que me lee en voz alta la información, y al tiempo utilizo pantalla braille, y me está yendo bastante bien. Para estudiar combino las dos, en clase utilizo sólo braille porque me resulta más cómodo y en casa lo leo al tiempo. Tomo apuntes con el ordenador y eso ayuda bastante», señala.
Por todo lo caminado, asegura que «la discapacidad al final no es ningún impedimento, no te hace ser un inútil, sino que es solamente una característica». «Si los demás no te ponen límites, no te condiciona en tu día a día y eres tan capaz como cualquier otro. En el caso de la discapacidad visual no se trata de fingir que ves, sino apoyarte en el bastón o en la pantalla braille, por ejemplo. Puedes llevar una vida digna, y si hay alguien que no lo acepta ya habrá otros que sí. No hay que adaptarse a ellos, sino que tiene que ser una adaptación mutua», defiende.