Diario de Valladolid

Los vallisoletanos que regalan su tiempo a otros

El servicio de Acompañamiento contra la Soledad del Banco de Voluntarios está centrado en ayudar a persona mayores

Ángeles Lasarte, 'Angelita' junto a Cristina Arias, voluntaria
del servicio de Acompañamiento contra la Soledad y Marina Fernández, coordinadora del proyecto, observan fotografías antiguas de Angelita en su
domicilio - ICAL

Ángeles Lasarte, 'Angelita' junto a Cristina Arias, voluntaria del servicio de Acompañamiento contra la Soledad y Marina Fernández, coordinadora del proyecto, observan fotografías antiguas de Angelita en su domicilio - ICAL

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Con los ojos humedecidos por una mezcla de emoción y tristeza, Angelita observa a Cristina mientras habla. Sonríe. Sus ojos proyectan un brillo y una luz casi únicos. Por momentos siente sosiego, desahogo, tranquilidad. Está en paz… “Quiero compañía para aliviarme. Cuando ella viene a casa estoy mejor, siento que necesito su presencia. Y nos quedamos hablando y hablando hasta que ya no tenemos de qué más hablar”, relata. María Ángeles Lasarte y Cristina Arias se conocen desde noviembre. A sus 79 años, decidió dar el paso y se comunicó con el Banco de Voluntarios de Valladolid. La elegida fue Cristina, quien no duda en abrazar y transmitir amor y cariño a la mujer. Ahora son inseparables, una relación a la altura de una madre y una hija.

Todos conocen en el barrio de la Circular de Valladolid a Angelita. “Si bajamos a dar un paseo, todo el mundo la para y la saluda y habla con ella. Un trozo pequeño se hace largo”, ironiza y ríe a la vez Cristina, voluntaria desde hace año y medio, una acción que aprendió y de la que se empapó durante su etapa de seis años de residencia en Estados Unidos, donde este concepto está muy consolidado. “De allí me llevo eso”, agradece, mientras recuerda alguna de las anécdotas con algún “ejecutivo importante que en sus ratos libres practicaba el voluntariado”, informa Ical.

A pesar de una vida “dura”, recrudecida en los últimos años por la situación de enfermedad de su marido, Ángeles desborda alegría sobre su rostro, quizás esa que por dentro esconde. Dicen que el amor es un secreto que los ojos no saben guardar. Y eso le ocurre con Cristina. “Estar con su compañía me alivia”, resume a Ical, más relajada tras unos minutos de emoción al narrar la situación de su esposo, en rehabilitación.

La situación de Ángel, relatada por su mujer, es la de una persona totalmente dependiente, que padece cáncer de colon, Párkinson y sufrió una caída desde uno de los caballos que el matrimonio tenía en su pueblo, en Herrera de Duero, a solo una decena de kilómetros de Valladolid. “Desde entonces ya no es el mismo. Para mi cada vez es más difícil ayudar a moverlo en la habitación”, confiesa ella, que respira con la llegada de los cuidados paliativos varias veces por semana. “No me puedo hacer la valiente. Es un sacrificio”, apunta, aunque admite que también recibe la ayuda de sus dos hijas.

“No sabéis lo que lo quiere. Ella lo da todo por él”, matiza Cristina. Y Angelita, responde: “Solo quiero que él no se quede solo”, traslada emocionada.

Un mueble bar, un gran ventanal que permite la entrada de luz natural y una imponente mesa de cristal ponen el foco en el centro del salón, desde donde la mujer acude certera a la habitación para tomar con mucho cuidado dos fotografías con su marido cuando eran jóvenes, con un carro de caballos y de él bailando. También muestra a su nieta el día de su boda, con un esposo “activo y elegante”.

“De todo esto hablamos y mucho más”, precisa Cristina Arias, que acude algunas tardes desde noviembre, de forma voluntaria, y se extiende durante “horas”. Fue una doctora del Servicio de Cuidados Paliativos del Hospital Clínico la que aconsejó a Angelita contactar con el Banco de Voluntarios, una organización desarrollada por Cooperación Social Castilla y León, sin ánimo de lucro, y entre cuyos proyectos destaca este de acompañamiento frente a la soledad, aunque también existen otros, destaca a Ical Marina Fernández, una de las coordinadoras, junto a Eva González.

Voluntariado en el hogar

Hubo un primer intento y Angelita fue invitada a acudir a un centro de personas mayores para relacionarse “con otra gente”, pero la idea no cuajó. “Yo soy una persona sociable, pero si veo que hay otros que no quieren hablar conmigo, pues prefiero no ir. Y entonces surgió el voluntariado en casa”, recuerda, con las manos entrelazadas. Desde el sofá de su casa, ahora adaptada en parte a la situación de su esposo y con el apoyo de la teleasistencia, incide en que los días que Cristina acude a casa ambas “se sienten mejor”. “Mi operación de cadera”, relata, “y los 79 años ya pesan”. Además, admite que es “asmática”. “Todo esto me ha cambiado la vida”, algo que empeoró en pandemia, “cuando no podían salir de casa” y eran las hijas quienes les traían la comida a la puerta del ascensor.

“Es un sol”, apunta Cristina, que acierta a decir que “se han convertido en amigas”. “¡Me encanta!”, exclama ella mientras Angelita se la abalanza a sus brazos de nuevo. Antes de este voluntariado, ella pasó primero por la Red Madre, que se dedica a la asistencia de madres sin recursos, y por Aspaym, centro para personas con discapacidad, con los cuales “pasean varios voluntarios y toman un café, haciéndoles una mañana más amena. De esta forma, admite haber descubierto “una forma de vida”. ¡No te puedes imaginar la satisfacción que te da a ti y lo contentos que se quedan ellos!”, desliza. “Es algo que me sale de dentro. Es mejor así que si vienes cobrando, porque así lo haces del corazón. Con Angelita se me pasa la tarde volando y siempre queremos más”, continúa.

Marina Fernández toma la palabra durante la animada conversación para señalar que el reto de este tipo de voluntariado es “combatir la soledad no deseada”, pues casi un 13 por ciento de la población en España vive sola y no quiere. “Es un apoyo a la fragilidad, que se centra sobre todo en personas mayores”, asevera Fernández, quien añade que también se beneficia a la infancia. De hecho, en diferentes colegios públicos de Valladolid, algunos sábados por las mañana se desarrolla el programa EducArte, con el que se celebran talleres y actividades “para divertirse y educar a la vez”.

Abrumada por las palabras de Angelita, Cristina ensalza que estas acciones invitan al voluntario “a sentirse escuchantes, casi psicólogos”. “Tú sí que eres un amor”, le lanza la mujer, quien confía en “ser como ella de mayor”, mientras todos ríen. “Tienes mucha paciencia, porque la tienes que tener”, responde Angelita, quien recuerda que cuando le dieron la opción de contar con un acompañante, eligió una mujer. Y el destino le trajo a Cristina, quien anima a participar de este proyecto a todas las personas que “dispongan de un poquito de su tiempo, por todas las cosas positivas que se le puede aportar a la persona a la que se le acompaña: alegría, ayuda, comprensión, escucha y aumento de su ánimo, que es una de los objetivos, a los que se suma la satisfacción y alegría que los acompañantes nos llevamos a nuestros hogares”. “Esto sí que no se paga con dinero”.

Marina Fernández traslada que en la actualidad el Banco acompaña a unas 15 personas en la ciudad contra la soledad, con un registro de un centenar de voluntarios desde hace año y medio para todo tipo de acciones, aunque la cifra efectiva de gente es menor, “porque la situación familiar, laboral o sus problemas y expectativas que tengan cambian con el tiempo”.

Además, han firmado un convenio con la Gerencia Regional de Salud hace un año para colaborar en los centros de salud Pilarica-Circular, Rondilla l, Rondilla II y La Magdalena. La semana pasada han rubricado otro más con la Asociación de Paliativos de los Hospitales Río Hortega y Clínico, donde han empezado ya con pacientes de paliativos en sus casas. “Hay mucha necesidad de acompañamiento”, remarca Fernández, quien vaticina que “esto pronto se va a desbordar y se necesitarán más voluntarios”, dado que cada vez hay más gente mayor y sola.

Todos los voluntarios superan una formación y un filtro a través de una entrevista y un perfil, “ya que no todos están capacitados o preparados para atender a ciertos pacientes”. El reto es “ofrecer compañía a personas ancianas o no, que sufren soledad, sin invadir los cometidos del cuidador, médico, enfermero”. “Los voluntarios ofrecen un poco de su tiempo, mensual, semanal o diario, a quienes sufren soledad, sea en sus casas, hospitales o residencias. Por ello, Banco de Voluntarios recuerda su teléfono de contacto (633056427), para todos aquellos que se quieran unir.

También supone un respiro para la familia del enfermo, ayudando para que puedan descansar”, apunta Marina, quien se despide, frente al ascensor de la vivienda, de Angelita y de Cristina. Allí, la primera las abraza y las da un beso. Y ruega: “No me dejes nunca, ni ahora ni cuando Ángel se vaya”.

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