Diario de Valladolid

Barrio A Barrio

El barrio de Valladolid nacido de las llamas

Esta zona toma forma tras un gran incendio en 1561 y entrelaza destrucción, permanencia y reinvención. Desde el curioso nacimiento del Campo Grande con disputa territorial incluida a la ida y venida de emblemas como Simago, Risko, Soler... o el Ave Fénix de Santiago que permanece testigo de las transformaciones

Antigua Plaza Mayor entre el año 1900 y 1905. -ARCHIVO MUNICIPAL VALLADOLID

Antigua Plaza Mayor entre el año 1900 y 1905. -ARCHIVO MUNICIPAL VALLADOLID

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Era el no va más. Filas de personas agolpadas para pisar antes que nadie aquel novedoso lugar en una calle Santiago por la que aún circulaban coches. La espera merecía la pena para probar las primeras escaleras mecánicas de Valladolid o participar en un sorteo de un viaje a París sólo por comprar en el nuevo establecimiento. El calendario marcaba el 1 de junio de 1967 y llegaba otro distintivo de la modernidad: se inauguraban los grandes almacenes Simago. Hubo quien se oponía a su desembarco por si amenazaba a las tiendas de toda la vida, pero también quien abrazó estrenar las compras ‘low cost’ a gran escala y el autoservicio. Suponía un gran cambio para Valladolid que fue apuntalado años después (1974) por otra gran superficie, de muchas más plantas, como Galerías Preciados.  

El centro de una ciudad suele asociarse a lo que siempre estuvo ahí, a lo inamovible, pero, en realidad, el de Valladolid es uno de los barrios más cambiantes donde se entrelazan destrucción, permanencia y reinvención. Tal vez el perfecto símbolo de la zona se encuentre a pocos metros, en la estatua del Ave Fénix que resurge de sus cenizas en la cúpula del edificio de la que fuera una aseguradora , equivalente del alzado en Madrid en una de las esquinas de esa variante comercial más modesta de la Gran Vía que es la calle Santiago . Puesta allí en 1934, desde su altura tiene una perspectiva sin igual de todas las transformaciones de Valladolid desde el último siglo, como el día que abrió Simago. 

Está el Valladolid que conocemos y el que nos cuentan los historiadores. El corazón de la ciudad ha vivido varias vidas y resurgió tras las llamas allá por el siglo XVI. La zona centro comienza a definirse de una manera ordenada y similar a la actualidad después de la destrucción absoluta que ocasionó el gran incendio que sufrió la capital vallisoletana en 1561.  El fuego partió de la esquina de lo que hoy es Platerías con Cantarranas y se extendió hacia la entonces plaza del Mercado (la plaza Mayor actual). Arrasó viviendas, entre 440 y 600 –según qué fuente se consulte– y provocó tres muertes. Terminó con el paisaje de la metrópoli pucelana tal y como se conocía, pero no de toda la urbe, sino de lo que había a partir de la segunda muralla, lo que hoy es el casco histórico y antaño casi extramuros.  

«Desde el punto de vista histórico, la primera plaza que hay es la del Rosarillo , mientras la plaza Mayor adquiere su papel en el siglo XVI. Después del incendio gana su valor», explica Jesús Ángel Valverde , geógrafo y presidente de la Asociación de Vecinos Bailarín Vicente Escudero, que tiene un vasto conocimiento de la historia vallisoletana, entre otras razones, por su experiencia como funcionario durante 47 años en el área de Urbanismo del Ayuntamiento. 

Antes de llamarse la Mayor, y a pesar de no tener la importancia posterior, sí formó parte de algunos episodios oscuros de la memoria vallisoletana. De nuevo el fuego, pero en su forma más cruel. Sirvió de escenario para los autos de Fe de la Inquisición, situada esta por los Reyes Católicos en Valladolid. Jueces, presos y demás público se colocaban allí [en unos actos recogidos por Delibes en su famosa obra] y los herejes eran quemados en la Puerta del Campo, a las afueras, entre el final de Santiago y donde finalmente se diseñaría el Campo Grande

A raíz de las llamas de 1561 comenzó la reforma decisiva propiciada por Felipe II como deferencia a su tierra natal, después de haber fijado la capitalidad de la Corte en Madrid. Por primera vez se planifica la ciudad y se crea una nueva más allá de la segunda muralla. De hecho, la plaza Mayor vallisoletana es considerada la primera plaza regular de España y su orden fue replicado después por otras como Madrid o Salamanca. «Comienzan a estructurarse las calles con un carácter geométrico y ordenado. La plaza del Ochavo, como un octógono , y la de Fuente Dorada y del Corrillo, como triángulos », agrega Valverde. «Empieza a taparse el Esgueva por etapas, la primera fue la que terminaría siendo la calle Platerías y la zona del Mercado del Val. Se va saneando. La fachada de Platerías se organiza en alturas ‘para abrir la ciudad al cielo’, como decía el arquitecto Francisco de Salamanca ». Y la nueva Valladolid toma forma. 

Reinventada tras el incendio, pasa a transformarse «en una plaza de encuentro». En el siglo XIX seguía acogiendo puestos de gremios en el día de mercado. Torneros, plateros, herreros, sastres... Aún sobreviven cuatro de esos pequeños callejones que antaño desembocaban en la plaza Mayor, como el del Herrero. Y el nombre de Platerías se explica por sí mismo. Cuando aparecen los comercios de venta al por menor, esas actividades de venta en la calle entran en los locales. La plaza gana árboles, calzada y empezó a ser cruzada por el tranvía que se inauguró a finales de 1881 y funcionó hasta casi acabado 1933. Este medio de transporte convivió con aquellos primeros autobuses públicos rojos y ocre que después lo sustituirían.  Antes de su renovación definitiva no era roja y sobre algunos tejados había vallas publicitarias al estilo de Madrid, como las de ‘Grundig tv color’, ‘Óptica Iris’ o ‘Javier’ , que pueden contemplarse en imágenes que custodia el Archivo Municipal. 

La heterogeneidad de aquellos negocios –de los que aún puede hacerse uno idea ante la  ferretería Villanueva – se ha mantenido a lo largo de los años aunque con variaciones. «En la parte de atrás de Iborra estaba el Hotel Moderno; el restaurante Caballo de Troya fue una posada y la plaza de Cebadería evoca a los almacenes de granos», apunta Valverde. Unos se van y sobre sus cenizas otros vienen. Joyeros como Ambrosio Pérez , que cerrará en breve tras 138 años en activo; bares con solera que resisten, como el Café del Norte, el Ideal Nacional o el Lion D’Or ; ópticas, ferretería, tiendas como la de Soler que hoy ocupa Mango , una franquicia de las muchas que han tomado el punto neurálgico vallisoletano. 

Sin embargo, ese recinto principal también conserva elementos históricos emblemáticos, como la estatua del Conde Ansúrez o el Teatro Zorrilla , levantado sobre el antiguo convento de San Francisco donde se dice que Cristóbal Colón pasó sus últimos días. Y no sólo la plaza Mayor, sino que sus proximidades acogen lugares tan señeros y cargados de significado como la Casa Cervantes, la de Colón , múltiples y magnas iglesias, el Teatro Lope de Vega en proceso de reconversión, Las Francesas , museos de primer orden y edificaciones de diferentes y ricos estilos. 

Pasear por la calle Santiago es hacerlo por una de las arterias más significativas de Valladolid. Ahora poblada de tiendas y sin espacio para los vehículos, ha contado con infinidad de rincones que permanecen en los recuerdos de los vallisoletanos que tomaban un helado en la mítica Risko o se sentaban en el salón Ideal o la cafetería Dollar’s , entre muchos otros. 

Terminar Santiago por cualquiera de sus lados es continuar descubriendo. Desemboca en un emblema: el Campo Grande . Su metamorfosis a una inmensa zona ajardinada y de recreo se debe a la reforma del alcalde Miguel Íscar , un gran transformador de la ciudad que, entre múltiples proyectos, levantó los tres mercados de abastos de hierro (Val, Portugalete y Plaza España ) e impulsó la canalización del ramal del Esgueva que cruzaba Doctrinos y la calle que hoy lleva su nombre. Las obras del Campo Grande empezaron en 1877 y terminaron tres años después de la muerte del regidor, en el 83. Antes era un espacio que acogió maniobras militares.

El Campo Grande ya reformado contaba, además de con su clásico estanque donde han dado de comer a los patos múltiples generaciones, con un teatro, el Pradera, que proyectaba cine y cerró precisamente el mismo año que abrió Simago. Cuenta Valverde que el parque albergó junto a los bares, columpios y fuentes, tres kioscos de lectura y que para decorar la cueva junto al agua, donde había una cafetería, «se pusieron unas estalactitas compradas por el ayuntamiento de la cueva de Atapuerca de Burgos ». «La administración y la prensa burgalesa se enfadan porque se habían roto estalactitas y otras piedras y reclamaron que se lo devolvieran, pero las autoridades municipales entendieron que lo habían pagado y no lo devolvieron». Y ahí quedó como anécdota esa disputa territorial en torno a un espacio que es el principal pulmón verde de la capital. Un hermano pequeño, muy pequeño de ese lugar, la plaza de Poniente , nació en 1933 impulsada por el regidor García Quintana «para aproximar la ciudad al río Pisuerga», y cubrió el discurrir del Esgueva. 

El centro, peatonalizado progresivamente con el paso de los años, conserva estandartes como el Pasaje Gutiérrez o las iglesias de San Benito, San Felipe Neri y Santiago , que pasó de estar en las afueras al núcleo central. Sin embargo, el casco histórico perdió gran parte de sus tesoros patrimoniales en un periodo muy concreto: «A mediados del siglo XX el permiso de construir casas a mayor altura propició que se tiraran muchas de ellas y se levantaran edificios nuevos. Algunos de 10, 12, 15 pisos… Después de la guerra se permite que la ciudad vieja se destruya aprovechando la ordenación municipal. Nuestro centro histórico se aniquila en los años 50, 60 y 70 a golpe de piqueta. Hay casi 32 edificios nobles desaparecidos en el centro histórico, de alguno queda la fachada y poco más, como el Palacio de los Buendía», lamenta Valverde.  

La propia estatua del Ave Fénix es un ejemplo de los bienes que se conservaron por poco con la llegada de la sensibilidad urbanística hacia el patrimonio. El edificio original ha pasado a alojar turistas que aún encuentran en Valladolid una ciudad con un pasado único. Por cierto, al diseño del ave mitológico se le añadió un efebo brindando por los triunfos pasados y por venir. Que así sea.

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