La Molinera: un proyecto «con cerebro y corazón»
De hotel 5 estrellas a Centro Social Okupado. La Molinera cumple tres años «defendiendo lo común» y arrancando de las garras de la delincuencia un edificio histórico que se redujo a ruinas
Hace ya mucho tiempo que Valladolid dejó de ver a orillas del río Pisuerga la antigua fábrica harinera La Perla, vinculada a la actividad agraria e industrial en torno al Canal de Castilla, que vivió episodios tan relevantes como los Motines del Pan y que resurgió de sus cenizas tras un devastador fuego en 1912. Con el cese de su actividad en 2006, el edificio pasó a convertirse en el famoso hotel Marqués de la Ensenada, el primer y único resort 5 estrellas de la ciudad. Pero en enero de 2017, el dueño se fugó de la noche a la mañana después de celebrar la fiesta de año nuevo, dejando a deber miles de euros a todos sus trabajadores. Este hecho, junto con la dejadez de las administraciones, que no velaron por preservar un entorno declarado Bien de Interés Cultural, dejaron el edificio a merced del trapicheo y la delincuencia.
Tras un año y medio de vandalismo, robos y fiestas clandestinas, un incendio en la segunda planta fue la gota que colmó el vaso e hizo que un grupo de jóvenes activistas idearan un plan de okupación para salvar el edificio de la ruina y la miseria, convirtiéndolo en lo que hoy en día es el Centro Social La Molinera, un proyecto que, según sus miembros, ha salido adelante «con cerebro y corazón».
Hoy se cumplen ya tres años desde su inauguración, y ese espíritu de «defender lo común» aún la mantiene con vida, y es que lo que ha ocurrido con este edificio ya es toda una historia que merece ser contada.
«La idea del proyecto nace de un grupo de gente de perfil militante que reflexiona que en Valladolid no existe ningún edificio que estuviera al servicio de la ciudadanía. Deciden que la instalación que cumple mejores condiciones legales, así como de seguridad y espacio es esta. Se elabora un plan durante seis meses y en julio de 2018 se decide okuparlo. Y de eso hace ahora tres años», explica personal de La Molinera. «Es un proyecto pionero en Valladolid, y es que a pesar de la existencia de otros centros sociales, ninguno es okupado. En otras ciudades como Madrid sí que es habitual ver este tipo de centros o instalaciones de las mismas características, pero aquí no. Sí que ha habido intentos anteriores de okupación en la ciudad pero o han sido fallidos o han durado muy poquito», añaden.
Ven necesario explicar que, actualmente, el edificio es propiedad de la Seguridad Social y está puesto a subasta, pero hasta que nadie lo reclame de una manera legal y con dinero de por medio, se encuentra en un limbo no contemplado por la ley, donde la okupación no incurre en la ilegalidad. «Digamos que somos los poseedores del edificio, que no es lo mismo que propietarios. Nosotros somos los que le damos uso», apuntan. «Para okupar un espacio así hace falta mucha planificación, gente que esté dispuesta a asumir los riesgos que conlleva a nivel legal. Hace falta mucho trabajo, afinidad y compromiso.Cuestiones materiales e inmateriales que conseguimos reunir para entrar aquí», explican.
Tras una ardua limpieza, el grupo se pone manos a la obra. «Se forma una Asamblea Gestora, que es la que decide como dirigir este espacio, y se sientan unas bases para convertir el centro en una alternativa de ocio y cultura, sin perder la finalidad de militancia con la que nace, principalmente enfocada a los jóvenes, pero que admite a todo tipo de público afín. Es necesario comulgar con las ideas sobre las que se construye La Molinera, como son el respeto, la igualdad y la lucha social, siempre libre de violencias o cualquier tipo de actividad dañina».
Con la casa limpia y las ideas claras, el siguiente paso fue el acondicionamiento y la restauración. El transcurrir de los años y las actividades llevadas a cabo en su interior hicieron que el estado del edificio fuera deplorable. «Se llevaron el cobre y todo aquello que tuviera valor. No dejaron ni las bisagras de las puertas. Actualmente seguimos con las obras para reponer la instalación de cableado», afirman.
Fue entonces cuando se pasó a contactar con asociaciones y diferentes colectivos que quisieran participar en el proyecto y ayudar a su puesta en marcha. «Contactamos con artistas para empezar a pintar los diferentes espacios, entre los que tenemos una biblioteca, varias salas de actividades, una cafetería, un mini gimnasio... decorados con murales de todo tipo, hechos por artistas de la ciudad. Algunos se han presentado por sí mismos para colaborar, y de paso exponer sus obras para conseguir más visibilidad. Además, hemos conseguido mobiliario y medios gracias a las donaciones de la gente. Abrimos un crowdfunding en el que recaudamos más de 6.000 euros para poner una instalación de placas solares que nos dieran electricidad. Somos un modelo autogestionado, y nos hemos convertido en soberanos energéticamente».
Para llevar a cabo su proyecto, que comprende actividades culturales, juegos, conciertos, presentaciones, micros abiertos, coloquios, actividades deportivas... dejan claro que se trata de una organización sin ánimo de lucro, donde todo lo que se aporta se hace desde la solidaridad. «En La Molinera declinamos pagar una bonificación a las personas que realicen un espectáculo o impartan un taller. Las personas que vienen aquí lo hacen en clave artística, y al igual que no se cobra entrada para no privar a nadie de las actividades según su nivel de renta, tampoco pagamos a quien las imparte. Sí que permitimos el bote colectivo, donde las personas que han acudido pueden hacer su aportación de manera libre. Otra opción para la financiación es la venta de merchandising o, por ejemplo, si se hace una comida popular poner un bono a un precio económico», apostillan.
Aprovechan también para lanzar un mensaje a aquellas personas que no ven con buenos ojos su labor: «En contra de lo que la gente piensa, no somos unos vagos ni unos delincuentes. No hemos venido a hacer fiestas ni a causar malestar, hemos venido aquí a defender lo público, y dotar a la ciudad de un centro que le pertenezca solo a los ciudadanos. Tenemos la ambición de ser una casa del pueblo. Y, por supuesto, nadie nos paga nada ni nadie nos da nada por estar aquí. Hay quien dice que nos paga el Ayuntamiento, y eso es totalmente falso».
De hecho, las relaciones con el consistorio son casi inexistentes. Podría decirse que entre ellos existe un pacto de no agresión, donde ‘si tú no me molestas, yo no te molesto’, aunque aseguran que nunca ha habido un clima de hostilidad. «El Ayuntamiento se ha lavado las manos en este asunto. Tampoco es de su competencia, en todo caso es de la Junta, pero han tomado una posición neutral; no les parece mal que estemos aquí, pero tampoco les parece bien», afirman. «Solo hemos contactado con ellos en tres ocasiones. La primera fue para presentar el proyecto. Además de con ellos, nos reunimos con los diferentes grupos municipales.
Consideramos que fueron reuniones útiles porque el hecho de que se sentaran a hablar con nosotros nos sirvió para normalizar el proyecto y nos convierte de alguna manera en un agente social legítimo», explican. «En la segunda solicitamos unos contenedores para todos los escombros que sacamos cuando lo okupamos, y nos lo denegaron. En la tercera, intentamos llegar a un acuerdo para que nos dotaran de agua corriente, por supuesto con contador y pagando todo lo que hubiera que pagar, pero no pudo ser. Así que así seguimos, con agua solo para tirar de la cadena», puntualizan.
Resistencia a los ataques
En La Molinera no pueden estar más contentos con su recibimiento. Tanto la prensa, como los vecinos, colectivos y asociaciones de la ciudad han mostrado siempre su gratitud con la labor que se hace en el centro. «Tuvimos muy buena acogida en todos los sectores. No queremos sonar presuntuosos pero es algo que nos esperábamos. De hecho, es fácil encontrar titulares donde se destaca que la ciudadanía respondió de una manera muy buena a nuestro proyecto, y eso nos hace estar muy agradecidos», indican.
Sin embargo, y como en todo, las cosas no son siempre un camino de rosas, y es que La Molinera se ha tenido que enfrentar en más de una ocasión a actos vandálicos, por los que la gente que la forman se han visto obligados a mostrar resistencia. «Nos hicieron una serie de pintadas en la fachada, en dos o tres ocasiones, pero las hemos borrado inmediatamente. También hemos sufrido ataques y amenazas por parte de grupos de extrema derecha. Tampoco queremos entrar mucho en eso, pero por ejemplo sospechamos que fueron los responsables de retirar una pancarta que pusimos en la fachada contra los borbones, como un canto a la libertad de expresión por aquel becario al que despidieron por decir, a fin de cuentas, una verdad. Fue una manera de demostrar que ‘si no le dejan decir verdades, las diremos nosotros’. Y que nos quiten las pancartas que quieran», afirman.
Las pintadas y las amenazas no son las únicas sombras que persiguen a La Molinera. Los intereses comerciales también suponen una gran amenaza para el centro: «Una vez en navidades nos intentaron entrar dos veces en el mismo día, pero se encontraron con que había gente en el edificio. Sabemos que no venían a robar por las pintas que tenían. No queremos entrar en detalles ni acusar a nadie, pero claramente venían a ojear el espacio y ver cómo lo tenemos montado con algún tipo de interés económico. Intentaron forzar la puerta con palancas, pero los que estábamos dentro lo oímos y obviamente les impedimos la entrada», añaden.
Para la desgracia de toda esa gente que intenta poner trabas, todas las actividades que han pasado entre los muros de lo que antes era un hotel de lujo han hecho que La Molinera se consolide y haya creado lazos tanto con los vecinos como con las diferentes asociaciones y colectivos de la ciudad, para los cuales se ofrecen también como lugar de reunión. Sus organizadores confían en que, en caso de que alguien quisiera comprar el inmueble, la gente saldría a defenderlo. «La estrategia es consolidar aún más el proyecto y que la gente lo sienta como propio. Confiamos en esos vínculos que hemos creado para que, si se diera esa circunstancia, los ciudadanos lucharan por preservar el centro. Nuestro objetivo es evitar a toda costa que esto vuelva a ser objeto de especulación. También queremos trasladar el mensaje de que esto funciona y ha tenido muy buena acogida siempre. Esto sigue vivo, así que si quieres montar un negocio, búscate otro sitio», sentencian.
La incertidumbre por no saber qué pasará en el futuro no hace que La Molinera deje de ser un proyecto en continuo movimiento. «Seguimos con muchas actividades planeadas. De cara a septiembre ya tenemos varias casi cerradas y estamos siempre abiertos a nuevas propuestas. Como proyecto a largo plazo, nos gustaría dotar al centro de unos horarios más estables, fijos, y así poder hacer de nuestra biblioteca una sala de estudio, para que los jóvenes encuentren en ella una alternativa cuando las salas de las universidades y centros cívicos estén llenas», aseguran.
No quieren desaprovechar tampoco su existencia para alzar un grito en contra de la campaña contra la okupación, y acusan a los medios de vender una imagen poco realista. «Existe una campaña infame contra la okupación. Hay un interés mediático muy mal disimulado que pretende convertir la okupación, que no es más que un fenómenos marginal, en el foco del problema, cuando la realidad no es así y es que se trata tan solo de una consecuencia. El problema es la dificultad en el acceso a la vivienda, el empobrecimiento, la especulación y las millones de casas vacías que hay, no las personas que okupan una propiedad porque no se pueden permitir pagar nada», explican.
También insisten en dejar clara la diferencia entre okupación y allanamiento de morada: «Se está mezclando la criminalidad con la okupación. Se ven noticias todos los días de okupas que tienen aterrorizados a barrios enteros. Gente con armas, que agrede y usa la violencia... Queremos dejar claro que si se usa la violencia no es okupación. Están absolutamente enloquecidos».
Para combatirlo, llevan a cabo labores de buzoneo para intentar concienciar a los vecinos sobre este tema, que se agudiza en el momento en el que aparece la pandemia. «Repartimos panfletos con datos contrastados y que evidencian una realidad distinta a la que se muestra en los medios. Con el Estado de Alarma, preparamos una campaña para tratar de visibilizar el problema de acceso a la vivienda que viven miles de personas.
Cuando lanzaron el mensaje de ‘quédate en casa’, nosotros pensamos en toda esa gente que no tiene acceso a un hogar y contestamos ‘¿qué casa?’, con la esperanza de que alguien se parara a pensar en ello», finalizan.