Diario de Valladolid

«Lo tradicional es lo que mejor funciona»

Antonio Iborra, regente del histórico local vallisoletano Turrones y Helados Manuel Iborra, remarca un gran incremento en las ventas de dulces navideños a través de Internet

Antonio posa frente al mostrador de la tienda de turrones Manuel Iborra, situada en la calle Lencería, junto a la Plaza Mayor. / J.M. LOSTAU.

Antonio posa frente al mostrador de la tienda de turrones Manuel Iborra, situada en la calle Lencería, junto a la Plaza Mayor. / J.M. LOSTAU.

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RUBÉN V. JUSTO | VALLADOLID
Valladolid

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La Navidad llegó a Valladolid en uno de los episodios más convulsos de la historia del siglo. Basta un ligero paseo por las calles del centro de la ciudad para darse cuenta que ni las llamativas luces navideñas disuaden los susurros que auguran unos festejos más grises. Reuniones con un máximo de diez personas, sin allegados y con toque de queda a la una y media de la mañana. Si hay un resorte que escapa a la crueldad del virus y que todas las Navidades se presenta de forma casi celestial es el turrón . Y este 2020 no iba a ser una excepción. El dulce adornará las mesas de los hogares vallisoletanos y sacará más de una sonrisa. También algún kilo no deseado y más de una suscripción al gimnasio del barrio si la pandemia deja. El culpable de ello se llama Iborra.

Desde 1900, la familia Iborra da sabor a la navidad vallisoletana . En sus comienzos y aun sin local, su fundador Manuel llegaba a Valladolid presentado por los anuncios de los periódicos de la época como el turronero. En 1957 la familia abrió su local en los aledaños de la Plaza Mayor y se mantuvo fiel a la receta original. Desde entonces ninguna adversidad del siglo XX y XXI logró tumbar al histórico negocio de la calle Lencería. La COVID-19 tampoco lo conseguirá porque Helados y Turrones Manuel Iborra tiene en propiedad un activo sin precio: el corazón de los vallisoletanos.

Sin embargo, los nuevos tiempos  exigen adaptarse a la digitalización, el concepto de moda en tiempos de pandemia y que se resume en tres palabras: Internet para todo. Internet como escaparate para mostrar turrones en una página web o en Instagram . Internet para preguntar a los clientes a través de Facebook o Whatsapp qué tipo de dulce prefieren. ¿Tal vez un mazapán? En definitiva, Internet para vender, distribuir y generar negocio. 

De todo ello se encarga Antonio Iborra, el integrante de la familia que adapta la empresa a los nuevos tiempos. «Hasta ahora las transacciones se mantenían estables en Internet pero estas Navidades las ventas han pegado un ‘boom’ por las circunstancias y creo que porque la gente mayor ya no tiene tanto miedo a comprar a través de este medio», explica.

«Nos compran muchos vallisoletanos que viven en distintas partes del mundo e incluso algún extranjero que escuchó de nosotros y que quiere regalar algo distinto a sus familiares». Internet transforma el panorama e incluso abre oportunidades , pero quien puede no duda en visitar el local. 

Son las 9.00 horas una semana antes de Nochebuena. Dos dependientas atienden a dos vecinos que van a comprar. «Ponme el de toda la vida» , pide una mujer. La dependienta localiza una tableta de turrón Jijona y se lo entrega. La mujer paga, agradece y se va. En la tienda solo hay dos clientes que guardan la distancia de seguridad. Fuera del recinto varias personas más esperan en cola para poder entrar.

Al acceder a la tienda ven una vitrina en la que se exponen varias joyas de la casa: el turrón Alicante, el Jijona de siempre, el de yema tostada —los más vendidos de las navidades—, el de avellana y el de chocolate crujiente. La escena sucede bajo el retrato encuadrado de Manuel, el hombre que en 1900 arrancó el negocio familiar

El local también vende almendras rellenas, empanadillas de yema, figuritas de mazapán, polvorones de Almendra, frutos secos y frutas escarchadas. Un auténtico festín navideño que se expone con la misma alegría que en el inicio. Como explica Antonio, «lo tradicional es lo que mejor funciona». 

Innumerables generaciones de vallisoletanos construyeron relaciones de gran cercanía con la tienda y sus propietarios gracias a los dulces. Un día una mujer visitó el local para presentarse. No conocía el nombre ni la apariencia física de Antonio pero le buscaba porque había conocido a su padre y abuelo. Le dio las gracias. «Es muy gratificante recibir muestras de reconocimiento como esa», comenta  Antonio con una sonrisa de oreja a oreja.

Esa anécdota es el resumen de la historia de uno de los establecimientos más longevos de la ciudad . El de una familia que decidió hacer del dulce su profesión para alegrar el fin del año de la capital y calentar el corazón de sus gentes. También para refrescarlos con sus helados en verano, cuando el sol atiza. Esperemos que este año atice. Qué atice fuerte de verdad. Lo suficiente, al menos, como para que todo vuelva a la normalidad y el próximo año los vallisoletanos puedan compartir sus barras de turrón sin recelos ni límites. 

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