Diario de Valladolid

Nostalgias de verano a orillas del Pisuerga

Los chapuzones en la playa del Batán, los románticos paseos en barca y las glamurosas veladas de Samoa son estampas que anidan en la memoria de miles de vallisoletanos/ Este verano Las Moreras cumple 20 años con su actual fisonomía, tras la demolición de las piscinas en 1998

Los bañistas posan frente a El Niágara, uno de los primeros vestuarios a principios del siglo XX.-

Los bañistas posan frente a El Niágara, uno de los primeros vestuarios a principios del siglo XX.-

Publicado por
Esther Neila
Valladolid

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Los trajes de baño «indecorosos» estaban prohibidos en los años 50, como también, bajo pena de multa, «desnudarse o vestirse» fuera de las casetas instaladas para tal fin en el arenal del Batán, un sucedáneo playero para familias modestas en la Valladolid de posguerra que no podían permitirse un veraneo glamuroso en Santander o Gijón. Las crónicas de la época dan cuenta de aquella «flamante» playa, que cada verano se convertía en una de la zonas «más alegres y agradables» de la ciudad, antecedente de lo que hoy llamamos Las Moreras, cuya última gran reforma se inauguró en mayo de 1999.

Aunque la ribera del Pisuerga siempre fue lugar para el esparcimiento y la práctica deportiva, como zona de baño tiene casi un siglo de antigüedad, cuando se instalaron las primeras casetas para los bañistas. El Niágara y La Carola se llamaban las destinadas a los hombres y El Jordán la de las mujeres, una suerte de carpa que entraba dentro del río «para que las señoras, además de cambiarse, pudieran bañarse sin ser vistas», comenta el periodista y escritor José Miguel Ortega Bariego, uno de los grandes documentalistas de la intrahistoria vallisoletana durante el pasado siglo.

«Aquellas nostálgicas casetas de madera desaparecieron al construirse las piscinas Samoa, inauguradas en 1935, pero lo que de verdad añoraba la ciudad humilde que no podía irse al Norte a pasar las vacaciones, era una playa», escribió Ortega Bariego en uno de los artículos de la serie Valladolid Cotidiano, publicados en este periódico y recopilados después, en 2006, en un libro del mismo título.

El proyecto de una playa fluvial fue un empeño el alcalde González Regueral pese a las reticencias del Jefe Provincial de Sanidad, quien en 1949 desaconsejaba habilitar una zona de baño por la cercanía de la desembocadura del colector general y de las aguas del alcantarillado. Dos años después entraba en servicio «una modesta playita» con vestuarios, aseos, guardarropa y botiquín» . Pero las oleadas de bañistas enseguida dejaron pequeño el arenhal. Y el ayuntamiento fue introduciendo mejoras. La primera ampliación entró en servicio en el verano de 1953, «inaugurada y bendecida» por el párroco de San Nicolás.

Entonces se autorizó la concesión para servir bocadillos y meriendas en la terraza del edificio, cuyo éxito fue rotundo «porque el baño abría el apetito y se podía y beber por muy poco dinero», relata Ortega Bariego.

En 1955 la playa del Pisuerga ya era «un punto de atracción para muchos vallisoletanos que han de permanecer en la ciudad durante los meses de calor». Por una peseta uno podía alquilar el traje de baño. Hacer uso de la cabina con toalla incluida costaba peseta y media. Y cincuenta céntimos arrendar una ‘corchera salvavidas’. «No es amplía, la zona de baño sin peligro es estrecha, la arena sigue teniendo guijarros..., pero con todos sus defectos, es un indudable bien par Valladolid. Claro está que si se mejorara, si fueran limitadas estas deficiencias que apuntamos, el bien sería mayor», comentaba en su portada El Norte de Castilla.

Dentro del agua, unas señales redondas indicaban a la altura del metro y medio de profundidad «hasta dónde te podías meter si no sabías nadar», explica Ortega Bariego. De rescatar a los bañistas osados que pedían su auxilio arrastrados por un remolino «se encargaba personalmente Marcelino Martín, segunda generación de la estirpe de Los Catarro.

El célebre barquero fue el primer ‘vigilante de la playa’, primero de forma oficiosa y luego puesto en nómina por el Ayuntamiento. En el arenal, el encargado de velar por los usuarios era el boxeador Centella, «de modo que uno desde el agua y el otro desde tierra firme se ocupaban de mantener la seguridad de aquel enjambre de cuerpos proletarios y sudorosos», resume el cronista.

Las mejoras del servicio se fueron sucediendo en la playa, que competía por atraer bañistas con las piscinas anexas. El complejo de Samoa, con atracciones añadidas como su trampolín de vértigo, había entrado en funcionamiento en lo que se conocía como el Espolón Nuevo un año antes de la Guerra Civil. La fiesta de apertura, celebrada el 29 de junio de 1935, arrancó con pruebas de natación y un partido de waterpolo entre dos equipos del Canoe, el club más importante de la natación vallisoletana.

Influenciado por la corriente de los ‘edificios barco’ que tuvo uno de sus principales exponentes en el club náutico de San Sebastián, el arquitecto Emilio Paramés Gómez de Barrios ganó el concurso público con un diseño vanguardista que dio cobijo al que sería el primer «club social» de Valladolid, describe María Alonso -Pimentel García, licenciada en historia d el Arte, en Arquitecturas en Valladolid.

Una crecida del río inundó las piscinas en enero de 1936, «circunstancia que fue aprovechada por el concesionario para modificar la toma de aguas», cambiando el sistema para captarlas «directamente del río». Eso le «sirvió de disculpa para reinaugurarlas en junio de 1936».

Tras la Guerra Civil, en la década de los cuarenta, «se dividió el conjunto y la piscina deportiva se concedió al Frente de Juventudes», que acortaron el vaso y constuyeron una cancha de baloncesto junto al edificio central que se quedó en la parte de Samoa, describe la historiadora.

Una y otra piscina evolucionaron marcando diferencias. «La Samoa era la joya porque además de un fin deportivo brindaba al público la posibilidad de divertirse en un entorno social diferente y selecto», describe Ortega Bariego. «Tenía también una cancha de tenis de cemento y un pequeño minigolf, toda una novedad», pero además, «disponía de dos edificios con terraza con vistas al río para la celebración de banquetes, bailes y reuniones sociales durante todo el año, celebrándose en verano sesiones de cinematógrafo al aire libre». «El concesionario del complejo era un avispado empresario llamado Diego Pareja Núñez, que había importado de Madrid el último grito de la modernidad, ya que las aguas de las dos piscinas estaban filtradas y depuradas por medios químicos para garantizar una asepsia absoluta, estando obligados los bañistas a darse una ducha con jabón antes de lanzarse a la pileta».

Mientras, la Deportiva, también conocida como Popular, «carecía de ese glamour». «Aunque el vaso era más grande y tenía también un trampolín reglamentario, ésta sólo tenía «un pequeño bar y una pista de baile al aire libre». «Naturalmente sus precios eran también más asequibles: entrada con derecho a baño para señoras y niños, cincuenta céntimos los días laborables y una peseta los festivos; los caballeros 0,75 y 1,25 pesetas respectivamente», casi la mitad de las tarifas que tenía la Samoa.

En los 60 la ribera del Pisuerga era el epicentro estival de la ciudad y no cabía ni un alfiler ni en la ribera del río ni en las piscinas. En uno de los pocos vídeos conservados de aquella década quedan patentes las modas del Valladolid de provincias. Los floreados gorros de baño de las señoras, las mirindas en botella de cristal y los niños jugando con el mítico balón azul que te regalaban al comprar un tarro de Nivea retratan la estética de la época en estas secuencias tomadas en Súper 8 atribuidas al médico Nemesio Montero Pérez, el que fuera fundador de la Asociación de Pediatras de Castilla y León.

Los días de calor y las tardes de guateques son recuerdos de verano anidados en la memoria de miles de vallisoletanos. El propio José Miguel Ortega rememora su experiencia en aquellas aguas heladoras:«si no te daba un infarto al meterte en la piscina es que podías aguantarlo todo», relata. Recuerda también la popularidad de las barcas que uno podía alquilar «durante una hora por dos pesetas». «Si te pasabas de tiempo tenías que pagar más, aunque normalmente estabas deseando que acabara ya», bromea al indicar que los «jovencitos» trataban de impresionar a las muchachas remando con aparente soltura durante aquellos paseos.

También Gustavo Martín Garzo ficciona los recuerdos estivales de adolescencia en la novela Mi querida Eva:«Las piscinas Samoa estaban situadas en un bonito edificio que recordaba a un pequeño barco, con sus ventanas redondas, su pequeña torre de mando y su chimenea. Allí estaban los vestuarios y el bar. Escuchábamos al entrar la música de los altavoces, que sonaban a todo volumen, para amenizar el baño. Música francesa, y dulces baladas italianas que llenaban nuestro pecho de confusos anhelos. Bajo el fuerte sol del mediodía, y al amparo de aquella música, no había un lugar que nos pareciera más lleno de promesas. El sol se reflejaba en las aguas limpias de la piscina, y la música parecía ser una continuación de aquel mundo de reflejos y de sutiles transparencias. Allí iban las chicas que nos gustaban. Tenían nuestra misma edad y desplegaban sus bolsos y sus toallas de colores junto a la piscina. Iban, como nosotros, a los colegios religiosos de la ciudad, y, como nosotros, eran hijas de la pequeña burguesía de entonces».

Las frecuentes crecidas del Pisuerga inundaban la ribera un año sí y otro también. Las instalaciones, que habían sido las primeras piscinas públicas de Valladolid y pioneras en la depuración de agua de toda Castilla y León, fueron acusando en los 80 y 90 cierto deterioro por la falta de inversión. Comenzó entonces su declive en aras de otros recintos con extensas zonas verdes. Tras seis décadas de chapuzones, el Ayuntamiento decidió en 1998 derribar el complejo y recuperar una zona urbanísticamente degradada y desconectada del centro.

Por 5,4 millones de pesetas se adjudicó la remodelación entre el Puente Mayor y Poniente, que incluyó la construcción del aparcamiento en la vereda del Paseo Marcelino Martín, El Catarro, la zona deportiva, juegos infantiles y espacios ajardinados.

Escenario de las noches de San Juan –la más célebre, con carga policial incluida, la del año 2000– el entorno se mantiene por lo demás como un lugar apacible para la práctica de juegos y gimnasia para niños, mayores y veteranos, animado por el chiringuito playero y el surcar las aguas del barco La Leyenda del Pisuerga.

En la campaña de las elecciones municipales de 2011, Francisco Javier León de la Riva planteó crear una piscina flotante para paliar la ausencia de instalaciones en el centro de la ciudad. Pero esa propuesta no cuajó. Manteniéndose así el actual flanco fluvial, arbolado y deportivo, en el paseo y la playa de Las Moreras, donde ahora ya se puede hacer topless sin riesgo de sanción.

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