Diario de Valladolid

EL SIGLO DE UMBRAL

La cosecha del frío

Mientras algunas publicaciones oficiales de nuestros días propagan el delirio de un Umbral iniciado como escritor en Valladolid, pasando del dulce arrullo de Cisne, la guadiánica revista del SEU, al diario de Delibes, «quien le da la primera oportunidad para escribir en un periódico», en realidad su primer asomo al diario vallisoletano se produjo el 21 de marzo de 1957, día de la poesía, con un artículo sobre las tendencias poéticas que conviven en la España de los cincuenta, justo tres años después de su estreno leonés en Proa (1936-1975).

Umbral en la redacción de La Voz de León-E.M.

Umbral en la redacción de La Voz de León-E.M.

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Redacción de Valladolid
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PROSAS LÍRICAS

Esta ficción, a la que contribuyó con sus equívocos renuncios el propio Umbral, hubiera proseguido engordando tal cual, sin la biografía esclarecedora de Anna Caballé (2004) y la difusión póstuma de Diario de un noctámbulo (2015), primera entrega escatimada de los inéditos leídos por Umbral en su sección diaria de La Voz de León, entre 1958 y 1961. Apenas 185 textos de un conjunto de más de mil artículos que el autor conservaba en perfecto orden. Pero su alarde en publicaciones de la propia Junta, como el Catálogo de escritores de Castilla y León (2006), y en plataformas de internet respaldadas con el escudo institucional, reclama la enmienda correctora. Esa falta de interés hacia la etapa inaugural del escritor mantuvo durante 72 años el descuido sobre su fecha de nacimiento en 1932, que él mismo había confesado en el capítulo Juego de bolos en Villa Evarista, de la minuciosa Crónica de las tabernas leonesas, publicada en León y pronunciada en Madrid cuando amanecía el verano de 1962. A su primo José Luis, un año mayor que él, no podía engañarle con aquel desvío trienal.

José Luis Pérez Perelétegui (1931-2012), licenciado en derecho y apasionado con los toros, dirigía desde octubre de 1957 la emisora de radio La Voz de León, fundada en 1949 por el poeta militar Luis López Anglada (1919-2007), con vínculo residencial y directivo al diario Proa del Movimiento, fundado en 1937 por Fernando González Vélez (1900-1948) en la incautada Casa del Pueblo. El director de Proa en la segunda mitad de los cincuenta era el ferrolano Federico Miraz (1922-2005), entonces en tránsito de ida y vuelta por Pajares entre León y Gijón, donde dirigió antes y después de su estancia leonesa el diario azul Voluntad. Perelétegui fue a verlo en mayo de 1957 a la sede compartida de emisora y periódico, en el número 3 de la calle José Antonio, para ofrecerse como cronista taurino. Cinco meses después, un Perelétegui que maneja la lidia como nadie, recibe su nombramiento como director de la emisora, que empieza a soltarse la atadura azul a la sede compartida con el traslado de sus estudios a la amplitud de la primera planta de Ordoño II, 28, donde asoma a la calle principal de la ciudad, relegando al interior la concurrida Hermandad ferroviaria, con su bar y biblioteca. El primo Perelétegui llegaba con mando y tronío a una emisora que empezaba entonces a desprenderse del indicativo popular de radio Falange.

Enseguida, el nuevo director se acuerda de su primo, a quien admira, y lo rescata de su empleo subalterno en el vallisoletano banco Central de Duque de la Victoria, donde ha gastado diez años y ocho meses como fogonero calefactor, repartidor de correspondencia y cobrador a domicilio de recibos bancarios. Un empleo similar, por cierto, al desempeñado durante otros tantos años por Antonio Gamoneda en el Banesto de León.

Cotejando plantillas, la de Perelétegui en La Voz era mucho más generosa que la de su rival, la emisora decana Radio León, que se había trasladado en 1953 desde la Casa Roldán de Santo Domingo a la calle Villafranca. La Voz tenía como administrador a Manuel Margarito y de redactores radiofónicos a Manuel Tomé y Francisco Umbral. Además, contaba con tres locutoras (Nela Pérez Alfaro, María Jesús Álvarez Moro y Teresa Martín Villa), tres locutores (Luis Arribas, Luis del Olmo y Manuel García Martín) y dos controles: Francisco Leira y José Luis Beltrán. Con el añadido de un generoso plantel de colaboradores, en el que descuellan los poetas Salvador de Pablos y José Luis Chiverto, el primo de Tuñón de Lara, Germán Tuñón, que hace deportes, un médico y un veterinario que aconsejan a la audiencia en sus preocupaciones, el capuchino postulante Carlos de Villapadierna y Jesús Cantalapiedra, que publicita la vida ciudadana con pujos culturales.

La presencia en el elenco de la hermana de Rodolfo Martín Villa revela el voltaje de las conexiones orgánicas de Perelétegui, quien suma a las destrezas en la lidia que acredita su alternativa taurina en el coso de Valencia de don Juan, acompañado por los hermanos Bienvenida, un tirón privilegiado con la jerarquía, que primero le apartó al ferrolano Miraz de los micrófonos, siendo el presidente de la Asociación de la Prensa, y luego respaldó un traslado en condiciones inimaginables desde las dependencias ocupadas en la Casa del Pueblo a la vértebra peatonal de la ciudad, que entonces era Ordoño II. El elenco de la emisora, incluso visto desde nuestra distancia de más de medio siglo, resulta de lujo. Ahí está Luis del Olmo (1937) y está Umbral, pero también María Jesús Álvarez Moro. Y además, Salvador de Pablos (1919-2004) y José Luis Chiverto (1938-1980), que arropan con versos la melodía del piano.

Umbral evocará aquel tiempo radiofónico en su artículo del 7 de septiembre de 2004: «Conocí a Luis del Olmo Marote trabajando ambos en una radio de provincias. Nos gustaba el mismo estilo de radio y nos gustaban las mismas chicas. Luis del Olmo llamaba en seguida la atención por la calidad de su voz, que no sólo adoptaba y adaptaba los papeles más difíciles, sino que se crecía en el castigo y yo creo que donde ponía más sentimiento era en algún texto que no entendía, porque es cuando superaba la dificultad con la calidad, sacando de sí emociones e improvisaciones de voz que mejoraban lo escrito. A Luis le tocó algunas noches leer un texto mío y no olvidaré nunca lo bien que sonaba mi prosa excesiva en aquella voz de madrugada. Esto no se lo agradeceré nunca bastante a Luis del Olmo. Vinimos a la conquista de Madrid casi juntos, aunque cada uno tomó en seguida su propio camino. No sé ni recuerdo si le pedí algún trabajo a Luis, que ya iba montando en la capital su sombrajo radiofónico, numeroso de ideas, anuncios y millones. No recuerdo que Luis socorriera a aquel escritor mendicante con ningún trabajo, pero tampoco recuerdo si él lo tenía para mí ni siquiera si llegué a pedirle algo. Al fondo de nuestra amistad sonaba siempre, pura risa y collar de amor adolescente, la voz clara y viajera de María Jesús Álvarez Moro. Madrid nos une y separa periódicamente a los tres».

«Mi voz, que fue buena y se ha quebrado, estuvo a punto de llevarme por los caminos de la radio, y más me hubiera valido, pero yo había venido a Madrid a ser escritor y no renunciaba a esa manía». Cada cual con su deriva, pero siempre seducidos por la voz aterciopelada de María Jesús Álvarez Moro, más leonesa que la pulcra y s leonesa que la pulchra y s. calercipelada tra distancia de m en el coso de Valencia de don Juan quien después de un tiempo en Radio Nacional, recaló en el Metro de Madrid, poniendo su voz melodiosa al anuncio de las estaciones.

CAPITAL DEL INVIERNO

De momento, lo que conocemos es una décima parte de los textos diarios aventados por Umbral en su trienio leonés, donde ya se advierte «esa prosa lírica que respira con la medición del verso». La antología de inéditos se estructura en tres bloques: Buenas noches (1958), El piano del pobre (1959) y El tiempo y su estribillo (1960-61). La evolución de los textos parte del lirismo intimista, transita la crónica de actualidad irreverente y se despide glosando «las cotidianas estrofas del vivir» de aquella ciudad y sus gentes. Son los preliminares, que no engañan, del escritor destinado a convertirse en el gran cronista del fin de siglo. Una prosa lírica con imágenes fulgurantes y aciertos expresivos de una lucidez que sobrecoge por su precocidad.

El escritor había llegado a la estación de León en abril de 1958, a punto ya de cumplir los 26 años. Traía una carta de Delibes para Crémer, que iba a ser su rival en las ondas, y se hospeda en casa de sus primos (Padre Isla, 61), adonde lo sigue enseguida la tía Maruja, después de clausurar la casa vallisoletana de la plaza de San Miguel. Falta año y medio para su boda con España, la novia de siempre, que se celebrará en la iglesia de San Martín de Valladolid el 8 de septiembre de 1959. La capital del invierno, «ciudad del norte, toda de frío y de vidrio, aguja gótica» va a contemplar durante este trienio que cambia de década los afanes de Umbral como programador responsable del Círculo Medina, cuyas estancias ocupaban una parte del Teatro Emperador. Mientras Crémer ocupa sus mañanas sin ajetreo como oficinista en la Cámara de Comercio e Industria, emplazada en el número 9 de Ordoño II, a Umbral le toca lidiar con los pololos que maneja ufana y decidida la avispada Delfina García Cela, una «fascista hasta las bragas» según el escritor, y que permanecerá al frente de la Sección Femenina de Falange desde mayo de 1947 hasta el final del franquismo, para morir sin edad en noviembre de 1984. La pusieron para amortiguar los escándalos también de bragueta de los jefes sucesivos de aquella ciudad raposa, desde Carlos Pinilla Turiño (1911-1990) a Carlos Arias Navarro (1908-1989), con el breve intermedio de Narciso Perales (1914-1993), cuya estancia truncó el atentado de Begoña de agosto de 1942. Arias irrumpió con el obispo Almarcha (1887-1974) en 1944, pero sólo permaneció en el gobierno civil hasta febrero de 1949, no como el obispo y Delfina, que vinieron para quedarse frente a viento y mareas.

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