Diario de Valladolid

Vivir en una plaza de toros

Una isla de paz, de tranquilidad y de vegetación instalada en pleno centro de la ciudad, como un cráter que permanece impasible al paso de los años. Es la plaza del Viejo Coso, donde el eco de las cornetas parece que aún resuena en cada rincón de la que fue la primera plaza de toros de la ciudad.

La plaza del Viejo Coso, primera plaza de toros de la ciudad y habilitada hoy para viviendas.-J.M. LOSTAU

La plaza del Viejo Coso, primera plaza de toros de la ciudad y habilitada hoy para viviendas.-J.M. LOSTAU

Publicado por
Miguel Ángel Ruipérez

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En medio del caos, de la contaminación, del ruido y del ritmo frenético de la ciudad se encuentra un pequeño oasis. Una isla de paz, de tranquilidad y de vegetación instalada en pleno centro de la ciudad, como un cráter que permanece impasible al paso de los años. Es la plaza del Viejo Coso, donde el eco de las cornetas parece que aún resuena en cada rincón de la que fue la primera plaza de toros de la ciudad. Un lugar que sirve para vivir y que rezuma historia en cada uno de los ladrillos que componen este icónico lugar.

Lejos queda ya 1833, cuando se construyó y se concibió como plaza de toros. Hasta este momento, los festejos taurinos se celebraban en la Plaza Mayor de la ciudad. Durante sesenta años, la plaza del Viejo Coso acogió corridas con miles de personas que disfrutaron de esta tradición y que hoy tiene lugar en la nueva plaza ubicada en el Paseo de Zorrilla y contruida en 1890.

Beatriz Posadas es la primera inquilina que llegó a la plaza del Viejo Coso, hace ya más de 30 años, cuando se rehabilitó el edificio para viviendas. Ella, su marido y sus dos hijos llevaban viviendo en Vigo desde hacía 12 años por motivos de trabajo. Compraron el piso en la antigua plaza de toros para que sus hijos pudieran estudiar aquí, ya que la opción de desplazarse a Santiago no les convencía. Al poco tiempo de adquirir la vivienda, su marido recibió una oferta de trabajo y la familia decidió regresar al completo a Valladolid, al Viejo Coso.

Recuerda con especial emoción el día que llegaron, con una anécdota que sirvió para poner un punto y seguido en la historia de la plaza: «cuando llegamos no habían dado todavía las luces», reconoce Beatriz. El encendido de estas luces marcó el inicio de la plaza de toros como vivienda en el año 1982.

El día a día aquí es «maravilloso», reconoce Beatriz. «Estamos en el casco histórico, en pleno centro, pero en un jardín y con un silencio sepulcral». No tiene queja. En los 35 años que lleva viviendo en la plaza no ha encontrado motivos para marcharse. Todo es perfecto.

La plaza del Viejo Coso tiene dos plantas; en la primera todo son pisos, y en la segunda, los vecinos pueden tener dos tipos de vivienda: pisos o dúplex.

Beatriz vive en uno de esos pisos de la segunda planta, donde llegan todas las comodidades que ve en la plaza: «Es agradable y silenciosa».

Para Beatriz, la plaza del Viejo Coso tiene «todos los beneficios de estar en el centro, pero en un ambiente de naturaleza y rodeado de historia».

Javier Sánchez es el presidente de la comunidad del Viejo Coso, donde residen actualmente más de 40 familias entre alquilados y propietarios. Lleva viviendo en la plaza desde hace cuatro años.

Sus sensaciones en este tiempo son similares a las de Beatriz: «buen ambiente, tranquilidad y en pleno centro». El mayor ruído que encuentra son los pájaros, y reconoce que a veces es «relajante y reconfortante».

Uno de los mayores problemas que ha perseguido a la comunidad de vecinos durante todos estos años ha sido la ausencia de ascensor; es un bloque de viviendas en el que predominan las personas mayores, por lo que «las escaleras han sido un problema para muchos vecinos durante años». Esta situación se verá solucionada en diciembre, cuando los ascensores estén instalados en la parte exterior de la plaza, un lugar idóneo para respetar la tradición histórica y la estructura original.

Jorge Vallinas coincide, al igual que Beatriz y Javier, en el tema de la tranquilidad: «A partir de las 10 de la noche no oyes nada». Esa sensación de paz «ayuda a descansar y a conciliar el sueño», añade.

Lo más reconfortante para él es poder dormirse «viendo las estrellas» a través de las ventanas del dúplex y poder despertarse por las mañanas con «el canto de los pájaros» al amanecer. Esa sensación es «inigualable», insiste.

No obstante, a diferencia de Beatriz y Javier, Jorge sí ve algunos problemas que deben ser solucionados para poder mantener la estética y la esencia de la plaza. El Viejo Coso es público y privado: durante el día se permite la entrada al público y a los turistas para que puedan disfrutar de la plaza. Durante la noche se cierra para la tranquilidad de los vecinos.

Este trasiego y esta afluencia de gente hace que la plaza vaya sufriendo cierto desgaste con el paso de los años, por lo que las labores de mantenimiento se hacen imprescindibles para poder mantenerlo intacto. En este sentido, Jorge echa de menos que la jardinería esté un poco más cuidada y que las baldosas del suelo se puedan sellar para evitar los charcos durante las grandes lluvias.

Son pequeñas cosas, pequeños matices que conviven a la par y en el día a día con la sensación de vivir en la que fue la primera plaza de toros de la ciudad.

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