El inventor de Villoria
Fernando Gallego, ingeniero nacido en la localidad salmantina, fabricó un avión, se carteó con Roosevelt y Truman y planteó un túnel en el agua para unir el Estrecho, casi una realidad en el Bósforo
“¿Es usted salmantino?”, le preguntó un ingeniero centroeuropeo a Pascual Bonal hace más de 45 años en Suiza. El trabajador asintió, intrigado por el interés, tan lejos de su casa. “De allí era el talento más inteligente y mejor ingeniero que ha dado España y uno de los más importantes del mundo”, afirmó aquel hombre. Se refería a la figura de Fernando Gallego Herrera, nacido en la localidad de Villoria en 1901 y fallecido en Pamplona 72 años después. Un genio olvidado, introvertido y que llevaba sus proyectos en secreto, como han acertado a coincidir los que le conocieron y los que entendieron su amplia obra.
El ‘ruso’, así conocido por pasear siempre con un sombrero de piel de zorro, fabricó un avión, el ‘aerogenio’, capaz de despegar en vertical 30 años antes de que lo hicieran los Harrier. Nunca consiguió tal hazaña, pues el aparato, construido en madera, se alzó sobre la superficie 1,5 metros, en la pista junto a su particular hangar en el monte de Villoria. “Un éxito que en aquellos años se pensó que era un fracaso porque todo el pueblo esperaba verlo volar. Pero era una persona tan inteligente que sabía que había dado con la tecla, pero le faltaban medios, los que sí hubo décadas después”, asevera Carlos Hidalgo, constructor y uno de los muchos enamorados del trabajo de Gallego.
El ingeniero civil ideó una parte importante de los pontones de descarga y accesos a la playa utilizados en el desembarco de Normandía, unos bocetos que le permitieron cartearse con Roosevelt y Truman, que de forma secreta reconocieron su autoría, y planteó un túnel en el agua para unir el Estrecho de Gibraltar, y que casi se hace realidad en el Bósforo. Una evolución de este proyecto ahora se ejecuta en Noruega para unir los fiordos. Quizá el túnel, que estuvo en portada de todos los periódicos de la época durante años, fue el principal logro por el que fue conocido, pero que nunca ejecutó.
Fue el salmantino un talento que diseñó la estación ferroviaria de Francia en Barcelona, ciudad en la que llevó a cabo numerosas obras porque fue responsable de Obras Públicas; construyó un puente sobre el río Merdero, junto a su pueblo; un edificio en el centro de Tudela (Navarra), hoy BIC, en el que reside un primo suyo; construyó puentes y patentó una evolución del arco funicular. También fue aventurero y realizó tres vueltas al mundo para depositar tierra española en cada continente, también en la Antártida; todos junto a su esposa, Humildad. Fue perito en la segunda visita de Alfonso XIII a Las Hurdes en 1930 y, por último, construyó el panteón de sus padres en Villoria y el suyo propio en Logroño, donde se afincó en la segunda parte de su vida, en un claro guiño a Gaudí, al que admiraba, y a la cultura egipcia, la cual amaba tras haber trabajado en la presa de Asuán y conocer al Aga Khan IV y su esposa, las personalidades más adineradas en la época.
“Era muy inteligente”, acierta a decir su cuñada, Felícitas Palomero, de 104 años y residente en Villoria. “Se sabía la Biblia de memoria; ¡y construyó un avión!”, exclama. Fernando era querido en la localidad, algo que explica la anciana mujer mediante algunas anécdotas: “Durante la República, el pueblo se levantó y la gente lanzó piedras en la plaza. Él salió al balcón de su casa, frente a la iglesia, y les calmó con las manos”, expresa Felícitas levantando los brazos hacia adelante, en un sillón de su casa. “Y les dijo: seguidme que os voy a enseñar algo que estoy haciendo en el monte. Y la gente le siguió como a un líder. Allí les enseñó el avión y todos quedaron contentos”. Todos se fiaban de un hombre “bueno”, que era políglota: “¡Sabía cuatro idiomas!”, exclama junto a la calefacción de su casa. Felícitas admite que “daba gloria escucharle hablar”.
Fue conocido por lo que no ejecutó
El principal invento de Gallego, según admiten todos los investigadores, fue el proyecto de los pasos de agua para unir continentes, que ideó para el Estrecho de Gibraltar en 1926, pero que estuvo cerca de acometerse para cruzar el Bósforo. Incluso viajó a Estambul a presentarlo, pero por diversas razones nunca se concretó. Fue conocido en España y el mundo por algo que nunca pudo ejecutar: “se trata de un tubo grande, en forma elíptica, que se sitúa a 25 metros por debajo de la superficie marina, por ingravidez, y sujeto a elementos muertos en la base, mediante tirantes para que el tubo no se soltase”, esgrime el ingeniero Carlos Hidalgo.
Gallego, una persona “inteligente” y que tenía predicamento en los medios, envió su proyecto a todas las embajadas que se encontraban en puntos del planeta que planeaban una unión entre dos extremos. Además de Gibraltar y Estambul, este caso se daba en el Canal de La Mancha, en Nueva York, entre Lisboa y Almada y entre Dinamarca y Suecia. Recibió contestación en todos ellos, incluso de los gobiernos nacionales, como ha podido contrastar la agencia Ical en el Archivo de la Universidad de Navarra. De hecho, el propio Primo de Rivera responde en enero de 1929 a su carta para concurrir al concurso.
Ello contribuyó a que su proyecto figurase en numerosos periódicos de la época, tal y como se aprecia en los recortes facilitados a la agencia por la familia e investigadores. Incluso, el proyecto se expuso en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, gracias a la mediación del Marqués de Foronda, y en la Expo Iberoamericana de Sevilla del mismo año. En verdad, Gallego estaba convencido de poder realizarlo y así lo hizo público por lo que algunos medios de la época llegaron a hablar del inminente inicio de las obras.
El salmantino José Carlos González, uno de los mayores estudiosos de Fernando Gallego, destaca que a favor del ingeniero y sus virtudes principales jugaban las zonas de gran profundidad del Estrecho de Gibraltar, pues el túnel se sumergía a 25 metros de la superficie para no impedir el importante tránsito de barcos en la zona, lo que contribuía a soportar bastante carga. Este proyecto causó “problemas” a Gallego en el escenario nacional, pues “algunos no querían su progreso”. “En una ocasión, fue a presentar el túnel a Ceuta y llevó los planos escondidos en el interior de su bastón. Lo revisaron, pero no lo encontraron”, apunta González, quien insiste en que “se anticipó a los ingenieros, incluso a los actuales, que lo reconocen como tal”. En aquel momento se presupuestó en 25.000 millones de pesetas. Hoy en día, Noruega ha aprobado partidas para acometer esta obra, con patentes evolucionadas, para unir fiordos. También China, en áreas con problemas de sedimentos en los fondos.
Superar la estratosfera
Gallego también ideó y, en este caso construyó, una especie de avión que él denominó ‘aerogenio’. Montó dos ejemplares, uno en su hangar en el monte de Villoria y otro en Logroño. Lo hizo junto a su inseparable ayudante José Pérez, que hoy cuenta cien años de vida y que no entiende como el pueblo “no le ha puesta el nombre de la plaza a este hombre”. “Sabía bien lo que pretendía, pero no tenía los medios de la época. No quería volar como un avión, sino un despegue vertical para superar la estratosfera”, recuerda por su parte Carlos Hidalgo. La diferencia con el Harrier posterior es que éste estaba fabricado en madera y tela, tenía una hélice y dos alas para el equilibrio, frente a las turbinas de los americanos. En su pista de aterrizaje, de 600 metros, donde hoy se siembra cereal, consiguió levantar el aparato un metro y medio, “un éxito para la época”.
Felícitas Palomero, con gran memoria pese a su edad, recuerda que la madre del inventor, Doña Brígida, se subió ese día a un avión que había llegado de Cuatrovientos para ver la prueba desde el aire. Fue el 26 de mayo de 1932 e incluso asistió el aviador Julio Ruiz de Alda, cofundador de Falange. Todo ello a pesar de las ideas republicanas de Gallego. “La gente salió a las calles de Villoria a ver el vuelo. Muchos, al no verlo, pensaron que era un fracaso. Pero Fernando nunca dijo que fuera un despegue horizontal, sino vertical. Sabía que no había materiales ni tecnología, pero lo intentó”, rememora Carlos Hidalgo.
Pascual Bonal prosigue la conversación de Hidalgo en Villoria y recuerda que su padre estuvo presente en un segundo intento, en 1935, para el que llegó al pueblo un reconocido piloto alemán que Gallego había contratado. “Al atardecer ataron el aparato con unas maromas a las encinas, porque le faltaba la cola de atrás, y se levantó unos 12 metros”, narra.
Gallego nunca dejó de visitar Villoria a pesar de contar con propiedades en San Miguel de Bermuy (Segovia) y haber residido en Barcelona, Logroño, León y Madrid -donde ocupó plaza de funcionario en Fomento, que perdió y recuperó en 1945 gracias a un juicio en el que se autodefendió por sus conocimientos jurídicos y del que salió “solvente”. “Siempre se portaba bien con el pueblo”, expresa Bonal, quien recuerda que, entre otras cosas, financió el arreglo de las campanas de la iglesia, que aún hoy resuenan en la plaza del pueblo, precisamente frente a la que fue su casa.
Su propia ‘guerra fría’
Uno de los inventos de Gallego y que más desdichas le causó fue el de los pontones utilizados para el desembarco de Normanía, un proyecto que contó con numerosas pantentes. “Una parte importante es de él”, señala José Carlos González. El catedrático Juan Antonio Afonso admite que el proyecto del salmantino “guarda gran similitud con los Piers de descarga y acceso a la playa de los Mulberries diseñador por Allan Beckett”. No obstante, se desconoce si los ingleses tenían conocimiento de la patente británica de Gallego.
“Al parecer, utilizaron su idea cuando fue a explicarla mediante conferencias a Londres, pues la suya es de 1928 y la de Beckett, de 1930, que comercializó su patente en todos los países de influencia británica”, esgrime González. Molesto con esta decisión y que él consideraba un “hurto”, Gallego exige respuestas a Inglaterra. Su presidente, Winston Churchill, a principios de los 40 negó ese reconocimiento al salmantino y justificó que su país ya había utilizado ese modelo con anterioridad en Sudamérica. En ese momento, Gallego se dirige al nuevo presidente francés, Charles de Gaulle, y al de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, quien tras investigar la afirmación del ingeniero le reconoce los hechos por carta. Pero en ese momento fallece, en 1945, y el de Villoria repite la operación con su sucesor, Harry Truman, quien señala por misiva que “no puede reconocerlo públicamente porque los ingleses son aliados”, según González, quien añade que Gallego “no quería dinero, sino reconocimiento internacional de que su sistema funcionó en Normandía”. Por ello, y de forma extraconfidencial, el Gobierno americano le regaló un Buick en 1946, el coche más lujoso de la época. Por venir de donde viene, el vehículo llega sin documentación y es requisado por el régimen franquista, aunque llegó a verse a Gallego con ese coche, color aceituna, por las calles de Villoria. El Museo de Historia de la Automoción de Salamanca trabaja en la actualidad por la recuperación del vehículo.
Edificio BIC en Tudela
Entre los proyectos más sentimentales del salmantino se encuentra un edificio ubicado junto a la Plaza de los Fueros de Tudela, declarado Bien de Interés Cultural por mezclar dos de sus patentes: el arco funicular a lo largo de su estructura y las vigas empotradas en bajada desde el ático. Hoy en día allí reside un primo segundo del ingeniero, Lucas Gallego, de 75 años, quien muestra la casa como si de un guía se tratara a quien se interese. “Cuando tenía 10 años, mi padre me llevaba a visitarlo a Logroño, a Villa Humildad. Y yo jugaba en el avión que tenía en su taller y en un puente de arco funicular a escala reducida, de 25 metros”, recuerda emocionado.
Un panteón construido piedra a piedra
El viaje de Fernando Gallego, en sentido metafórico y referido a un hombre que conoció medio mundo, terminó en Logroño, ciudad en la que se afincó a mitad de siglo y en la que todo el mundo le conocía como ‘El catalán’. “La gente iba a visitar Villa Humildad porque sabía que allí se fabricaban inventos”, rememora el presidente de la Asociación de Amigos de La Rioja, Federico Soldevilla. La población logroñesa conoció a Gallego a raíz de su panteón, una mezcla del estilo ‘trencadís’ de Gaudí y el egipcio. Era habitual verle con las cruces y las piedras desde su casa al cementerio, con ayuda de trabajadores, durante cuatro kilómetros.
Tras fallecer su suegra en 1956, solicita al Ayuntamiento “renovar y mejorar el mausoleo”. “Ahora se sabe que no era nada raro lo que hacía. Pero en aquel momento la gente pensaba que estaba loco y era conocido como un hombre estrambótico”. Antes de su panteón, Fernando había construido otra algo menor en Villoria para sus padres, pero con la misma base, y a los que dedicó una poesía plasmada en la piedra. En los días previos a Todos los Santos, la ciudad de Logroño veía al ingeniero “limpiar el panteón, delante del cual se quedaba mirando como si estuviera planeando algo, como así fue”. Siempre acompañado, dicen, de un felino, “como aquel que lleva un perro atado”.
Tras expropiarle parte de su vivienda en 1967 para la circunvalación, “se viene abajo mentalmente”. “Se dice que no pudo superarlo y enfermó”, explica Soldevilla. Gallego murió en un hospital de Pamplona en 1973 tras sufrir un ictus y fue enterrado en Logroño, en su “obra de arte”. Los últimos días de su vida se los pasó “traduciendo poesía del italiano al alemán”, como atestiguó un grupo de jóvenes que le ayudaron a subir a su nueva vivienda, un céntrico piso. Pero la capital riojana no conoció realmente la figura de Gallego hasta que el Ayuntamiento decidió restaurar el mosaico que representaba su tumba a partir de 2008, una de las más visitadas del camposanto por su peculiaridad.
Ana Palacios, arquitecta técnica del Consistorio, destaca frente al panteón “la simbología egipcia, la representación del Monte Sinaí con las tres cruces en forma oblicua, las efigies y los tigres que emergen desde la tierra y los leones que la adornan junto a unos capirotes de Semana Santa”.
Se piensa que se trajo “piedras de Egipto para fabricarlo”, señala Palacios, quien admite la dificultad de la reparación de una obra de tal magnitud, que está presidida por el colmillo de un felino. “Toda la obra en su conjunto es algo insólito. Es una pieza con la que quiso dejar huella. No en vano, en él habla de todas sus obras, escritas sobre la piedra”. Y en la parte superior, Fernando Gallego cerró su vida y se despidió con una referencia plasmada a Dante y a la Divina Comedia, de la que estaba enamorado: “Giustizia Mosse il mio alto fattore’.