Piezas que unen puzles, amistades y familias

La pasión por los puzles viene desde pequeños, cuando los niños aprenden a juntar dos piezas por primera vez. La inteligencia espacial comienza con los primeros pasos, y se puede desarrollar mucho más con aficiones como los rompecabezas, hasta tal punto que se convierte en casi una adicción a la que se apuntaron ayer 58 parejas en la Plaza España, que celebraron el segundo memorial Ángela Sagarra, un concurso de montar puzles de 500 piezas por parejas en un máximo de dos horas.

«Los Reyes Magos le regalaron un puzle a Clara [de nueve años] cuando era pequeña y nos hemos enviciado», comenta su tía Cristina, que percibe que su sobrina tiene una mayor habilidad espacial que las hermanas de Clara. Y todo por unir, una a una, cientos y miles de piezas que crean una imagen.

Hay técnicas para todos los gustos. Algunos prefieren colocar primero el marco de la imagen, otros asocian por colores e incluso hay quien opta por colocar la pieza conveniente en un punto concreto de la mesa, donde el jugador calcula que está ese dibujo impreso en la pieza.

Los dos participantes que completen en treinta minutos un puzle como este, de quinientas piezas, colocan dos piezas cada tres segundos; cada jugador, una, explica el vicepresidente de la Asociación Española de Puzzles (Aepuzz), Fernando Álvarez–Ossorio. Por eso, afirma, es necesario que los concursantes tengan una gran velocidad, pero también una buena compenetración, porque estos encuentros también unen a los compañeros de puzle: amigos y familia.

Mientras la mayoría de los jugadores continúa colocando las piezas una a una, un hombre se dedica a desmontar la parte inferior del horizonte neoyorquino de su puzle de Clementoni. Ángel –y su pareja de rompecabezas Mónica– ha terminado ya, y deconstruye la parte de abajo, que montó Mónica para poder descifrar él los engranajes del puzle. Juntos han logrado batir el récord del menor tiempo en montar un puzle de 500 piezas en un concurso oficial. Solo han necesitado 26 minutos y 50 segundos. «Trabajo en un taller, y con los puzles me olvido de todo. Con otras actividades no consigo dejar de darle vueltas a todo», explica Sergio antes de continuar con su labor.

Poco a poco, las parejas colocan la pieza final, y los últimos rezagados ven que el tiempo corre y su puzle sigue incompleto. Grupos de personas se arremolinan alrededor de las parejas que aún no han terminado, animándolos en el sprint final. «¡Cinco, cuatro, tres, dos, uno, cero!», gritan. Solos dos parejas no lo logran. Ahora a guardarlo para volver a montarlo en unos meses.