Diario de Valladolid

EXPOSICIÓN En EL HERRERIANO / SALAS 3, 4, 5 y 8

Jardines para pasear con Sorolla

Un centenar de obras evidencia la pasión del artista valenciano por los jardines y la naturaleza

-J.M. LOSTAU

-J.M. LOSTAU

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Ana de la Fuente

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«Cuando todos los artistas pintaban en los estudios, Sorolla lo hacía al aire libre. Él agarró brutalmente en la punta de sus pinceles los rayos de sol y los fijó sobre sus telas». Vicente Blasco Ibáñez definía de esta manera la fascinación que Joaquín Sorolla (Valencia 1863 - Madrid 1923) tenía por la naturaleza y por la pintura al natural. Una seducción que no se manifestó exclusivamente en sus famosos cuadros de pescadores, de mar o de playas. Y es que Sorolla fue también un espléndido pintor de jardines. Ahora, el Museo Patio Herreriano rinde homenaje a su faceta menos conocida con la exposición Un jardín para pintar que podrá visitarse hasta el próximo 24 de junio en las salas 3,4 y 5 y que se completa con la muestra Sorolla en su paraíso, que, desde la sala 8, reúne una serie de fotografías del pintor junto a su familia, sus amigos, trabajando en su taller o frecuentando los ambientes culturales de la época.

El centenar de obras que ahora se exhibe procede en su mayoría del museo dedicado al «pintor-jardinero», como ayer le definió la comisaria de la exposición y directora del Museo Sorolla, Consuelo Luca de Tena, en las que refleja su pasión por la naturaleza, la botánica y los jardines sirviéndose de su pincelada «suelta, luminosa, libre y magistral».

Un jardín para pintar pone de manifiesto su pasión por la naturaleza intimista y su ‘obsesión’ por dos espacios que le marcaron especialmente: la Alhambra de Granada y los Reales Alcázares de Sevilla. Un deleite sensorial que se traduce también en unos amplios conocimientos de botánica que Sorolla inmortaliza a través de rosales, lilos, azucenas, geranios y todo tipo de frutales y flores.

Y es que, según destacó Luca de Tena, hasta las cartas que enviaba durante su estancia en Sevilla a su mujer Clotilde, «olían diferente». Así, el artista valenciano solía acompañar la correspondencia que mantenía con su esposa con pequeñas flores que iba descubriendo mientras pintaba los rincones de El Alcázar.

Esta fascinación por la naturaleza fue la que le llevó a construir un pequeño jardín en su casa de Madrid. Un «pequeño paraíso» que, además de ser un lugar de descanso y de encuentro familiar, también le servía de refugio para pintar. «No me gusta el estudio para pintar. Lo detesto con toda mi alma», decía Sorolla. Por eso, uno de sus grandes sueños siempre fue unir en un solo espacio su estudio y su casa bajo el amparo de un hermoso jardín.

La exposición reúne también una serie de bocetos en los que el artista dibujaba las ideas y elementos ornamentales que quería para su jardín. «Sorolla viajó mucho. Conocía los jardines italianos, los franceses... pero los que más le fascinaban eran los del Alcázar de Sevilla y la Alhambra de Granada». Estos espacios son cruciales para la configuración de su jardín en su casa de Madrid. No solo copia algunos rincones concretos de estos jardines, sino que también trasplanta a su jardín fuentes, azulejos, columnas, estatuas o plantas.

Por ello, Un jardín para pintar constituye «un paseo pictórico pero también emocional a través del legado del artista», celebra Consuelo Luca de Tena.

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