VIOLENCIA EN EL AULA / PROFESORES AGREDIDOS
«Una madre me dio un tortazo y empujones y le salió por 50€»
Pegar a un profesor «es gratis». Así lo critica un docente vallisoletano agredido por la madre de una alumna. Ganó el juicio, pero siente que la profesión pierde porque cree que «la falta de consecuencias y de contundencia» motiva que las agresiones y amenazas a docentes no cesen. Las cifras abultan: más de 2.278 casos de agresiones a estos profesionales de la Comunidad denunciados a la Consejería sólo en un curso
Su hija permaneció durante todo el altercado agarrada a su mano. Antes de que irrumpiera en el colegio a voz en grito, la pequeña, de tercero de Primaria, le rogó a su madre que no asistiera. «No vayas, mamá. Si no pasa nada, no hace falta». Esto contaron algunos profesores que les escucharon en una cafetería próxima al centro escolar vallisoletano, cuando la progenitora adelantó su pretensión de «poner calentita» a la tutora de la niña porque entendía que no recibía la atención correcta.
Ese día la maestra no recibió a esta familia, considerada por el equipo directivo como conflictiva por sus incidentes previos en otras provincias, «por no respetar las normas» en el propio colegio y por el clima generado en sus tensas entrevistas previas con el personal docente.
El director, Goyo, salió a su encuentro y la madre le agredió. Así lo ha establecido un juez y así lo recuerda él. «Me dio un tortazo, empujones e intentó darme patadas», cuenta sobre una experiencia que le genera «rabia y malestar», pero que, en su opinión, no representa «la convivencia general».
Resistió sin responder. Sólo se retiró a su despacho para llamar a la Policía local y ahora celebra su reacción. «Tuve sangre fría. Si hubiera respondido, a lo mejor soy yo el que está en la cárcel o al menos apartado de mi profesión», señala.
Goyo califica la situación a la que se enfrenta el profesorado en estos casos de «indefensión total».
Pese a haber denunciado, a que hubo testigos y a que quedó acreditado que los hechos sucedieron como expuso, aceptó acordar la pena que solicitaba la Fiscalía: seis meses de cárcel –que la ausencia de antecedentes evitó cumplir–, una multa de 50 euros y las costas del juicio que se celebró el pasado mes de junio.
El resultado no le reconforta. «Sólo quería pasar página, pero me parece lamentable que la figura de autoridad no signifique nada ¿Seis meses de cárcel por agredirme? Me dio una bofetada e intentó darme patadas y le salió gratis, por 50 euros».
Esta «tibia» repercusión suponen, a su juicio, «un incentivo para otros padres». «Cualquiera que no tenga antecedentes nos puede pegar porque no tiene consecuencias, o yo no las percibo», critica.
Esos 50 euros no recalaron en su cuenta. «Es el dinero más sucio que he visto y lo ingresé para Cruz Roja como algo simbólico».
Goyo explica que ese episodio sucedió porque la madre «insistía con las peores formas» en que a su hija le acosaban. «Le demostramos que no, que si había alguna disputa de patio entre los propios alumnos lo resolvían y que estábamos muy pendientes. La niña podía discutir con otra, pero a los diez minutos estaban jugando juntas», sostiene el director.
Sobre aquel día lluvioso recuerda el revuelo generado en los pasillos, la multitud de escolares que presenciaron el ataque, los profesores que le reprocharon a la agresora su actitud y la cara de la niña. Sobre todo eso, el rostro de la pequeña. «Estaba junto a su madre alucinando. No se me olvidará en la vida», cuenta. «Era una situación tan violenta y la mujer me miraba con tanto odio que seguro que se lo trasmite a su hija».
Una de las principales dificultades a las que se enfrentan los docentes que sufren algún incidente con alumnos o padres reside, en palabras de Goyo, en el mal ejemplo de algunas familias en casa. «Esa chica va a aprender que las cosas se resuelven pegando y que deberá imponer su parecer a la fuerza».
De hecho, manifiesta que, en cierta medida, la niña «es otra víctima».
Este director de colegio establece diferencias entre Primaria y Secundaria. Asegura que en las primeras fases educativas los profesores suelen tener más enfrentamientos «con los padres» y que en la segunda «son los alumnos, los WhatsApp y las redes el verdadero problema porque hay quien aprovecha internet para insultar». Precisa esto desde el convencimiento de que los conflictos no son una constante generalizada.
Sin embargo, los últimos datos del Observatorio de la Convivencia de Castilla y León cifran en 2.278 las agresiones a profesores en Castilla y León en el último curso, el 2016-2017. Estos casos se suman a los silenciados porque el profesor no lo comunique.
Goyo no dudó en presentar una denuncia. Tras el suceso, acudió a Urgencias donde emitieron un parte de lesiones y después se desplazó a comisaría.
A la madre la detuvieron y la dejaron en libertad con cargos por atentado contra la autoridad. Una normativa autonómica de 2014 protege al profesor con esta figura.
«Denuncié porque no tengo que avergonzarme de que me peguen. No he hecho nada malo y si todos los que lo sufrimos lo hiciéramos, a lo mejor la sociedad se concienciaría del problema», arguye quien reconoce que pudo asimilar lo sucedido y hacerle frente porque sintió el respaldo del claustro, de las familias y del alumnado.
«El clima en el centro es bueno. Eso hizo que a los dos días volviera a dar clase con mi grupo. Soy el director y era mi responsabilidad dar normalidad. Con 600 alumnos buenos, no quise que me cambiara esta gente», expone.
Lo afrontó, relata, como si hubiera «pasado por un paso de cebra y hubiera sufrido un accidente».
Pese a que su experiencia no se resolvió con una baja por su salud mental, es consciente de que muchos casos no transcurren del mismo modo. «Yo podía cerrar la puerta y dar clase a mis alumnos, pero no quiero imaginar lo que padecen compañeros que tienen en el aula el problema, a los que un estudiante acosa o agrede y deben verlo en clase. Sobre todo en los institutos la situación es muy diferente».
En este contexto, Goyo lamenta que haya carreras truncadas, motivaciones perdidas y sufrimiento del personal de un centro educativo por acoso o agresiones. «Con la labor tan bonita que hacemos, que haya gente que haga tanto daño a algunos profesores me provoca mucha pena».
Reivindica una actitud respetuosa no extendida en todos los hogares: «Nos merecemos el mismo respeto que un juez, un policía o el panadero del barrio. Estamos trabajando para educar y cuando algo está mal, hay que decirlo».
Su profesión es para él la más agradecida del mundo; pero también la de mayor relevancia social y, precisamente por ello, echa en falta un reconocimiento acorde a lo que en su opinión merecen. «Somos los más importantes porque el mejor cardiólogo del planeta tuvo un maestro; el abogado, el butanero... todos. Y no se nos concede esa importancia», esgrime.
Para el reconocimiento apropiado llegue, aboga porque exista «más contundencia» ante casos como el suyo porque sostiene que «algunas personas sólo aprenden cuando ven que lo que hacen les repercute».
También, por tomar conciencia del efecto de las críticas, de los insultos y del resto de comportamientos similares hacia el docente. «No somos conscientes del daño que pueden provocar estas situaciones. A esa tutora reunirse con esos padres le creaba una tensión que es inevitable que afecte a otros campos».
Lo mismo enuncia otra profesora que prefiere mantener el anonimato y relata una situación conflictiva que cada día se repite en un colegio del alfoz vallisoletano.
No ha existido agresión física, pero sí denuncia «acoso» al equipo directivo.
Expone que directora y jefa de estudios viven en un clima de tensión constante por «el atosigamiento de una familia». «Eso mina su labor docente. Se pasan el día atendiendo a unos padres que no atienden a razones y se ven obligadas a quitarle tiempo al resto de funciones. Eso no puede ser. Están con las manos atadas».
Jesús Niño, del sindicato Anpe que puso en marcha hace una década la figura del Defensor del Profesor y atendió en el último curso 79 casos de agresiones o acoso a profesores en la Comunidad, incide en la repercusión en la estabilidad emocional y del aula. «Genera alteración en el docente. Nos llaman porque les insultan o les amenazan y la mayoría manifiesta ansiedad, estrés, desgana y tristeza».
Alerta de que termina en «falta de motivación» y, en muchos casos, en baja médica. «Que esté alterado afecta a su rendimiento y también se deteriora la calidad de la enseñanza», subraya Niño.
Desde el servicio del Defensor del Profesor detecta que cada vez más se atreven a contarlo. «Desde que la ley nos cataloga como autoridad pública y da garantías, la gente se atreve a denunciarlo porque implica que la palabra del profesor prevalece».
«Desprotegidos», considera también Patricia Gordillo, maestra y delegada sindical de Csif, que se encuentra el profesor porque «se rebate todo lo que dice» y no dispone de opciones suficientes para manejar el conflicto. «Tampoco tenemos armas para poder cortar determinadas situaciones porque en muchos casos si los expulsas vuelven como si no ha pasado nada», lamenta.
Ante la ausencia de otras fórmulas, esta profesora se aferra al diálogo como método más eficaz para resolver enfrentamientos. «Tendríamos que tratar de solucionar los problemas de manera civilizada porque tanto el maestro como los padres somos un modelo para los niños», indica.
Gordillo destaca el papel que desempeñan los policías tutores [agentes de barrio que median en conflictos escolares] y propone extender el concepto de ‘escuela de padres’ o formación para aquellos que no respeten las normas que impone el centro.
También Cristina Fulconis, portavoz de Stecyl, defiende la necesidad de centrar esfuerzos en la prevención para mejorar el punto de partida: «El clima en el aula».
Una vez se produce cualquier incidente, Fulconis ve «muy importante» que la Administración acompañe al profesor que ha sido agredido, «que más allá de las primeras palabras de consuelo haya un trabajo continuado», porque resalta que se trata de un asunto «de salud laboral».
Desde la central UGT, Beatriz García, secretaria de Enseñanza de la Federación de Servicio Público del sindicato en la Comunidad, apunta a una cuestión en la que coincide la mayoría, a que cada vez la sociedad, en general, y los equipos directivos, en particular, toman «más conciencia de lo que está ocurriendo».
Sin embargo, opina que no se actúa a tiempo: «La Consejería está poniendo en marcha protocolos para el personal docente, pero todavía no le da la difusión necesaria, ni tiene el calado que debería en las aulas. El caso trasciende cuando se piden la baja o ya se encuentran mal».
No todos trascienden, depende del entorno y de las circunstancias de cada persona. García señala que «si ya cuesta dar el paso y denunciar en cualquier lugar», cuando el centro educativo se ubica en el medio rural las reticencias son mayores. «Están más solos con menos herramientas y menos instancias cercanas a las que acudir», advierte.
ALERTA POR LOS GRUPOS DE WHATSAPP DE PADRES
Muchos padres agradecen la conexión con el resto de progenitores de sus hijos a través del chat del WhatsApp y muchos otros la sufren. Una víctima colateral de esta nueva herramienta son los docentes, según sus propios testimonios. Estas conversaciones en grupo derivan en ocasiones en un frente común contra un profesor determinado y traslada al aula tensiones y opiniones vertidas en esta aplicación. Goyo, director agredido por una madre de Primaria, apunta a los peligros de estos grupos. «Hemos pasado de que lo que decía el profesor era lo importante a que todo se cuestione. En este contexto, los grupos de WhatsApp de padres aparecen como una herramienta que a veces amenaza la convivencia. En ella se critica la labor de los docentes y se dan a veces noticias distorsionadas que generan malestar». También Jesús Niño, del Defensor del Profesor, explica que «mal utilizados hacen daño». «Podría ser una herramienta útil y servir para aspectos organizativos, pero deriva en otros», indica, y añade que al principio de cada curso se debería instruir a los padres para que lo empleen de una manera correcta. «Crean tensiones, se vierten acusaciones, a veces falsas, y se critica la forma de corregir, de hablar... Es un peligro».