Diario de Valladolid

Banda sonora callejera de Valladolid

Ivo toca el clarinete en la calle desde su despido; Santos ambienta con su trompeta porque no quiere tocar solo en casa /Forman parte de esa ‘orquesta’ dispersa que convierte las aceras en escenarios /Tienen horario marcado, resisten temperaturas gélidas y logran 10 euros por las dos horas matutinas que les permiten actuar y otro tanto por la tarde / El Ayuntamiento autoriza 63 licencias este año

Ivo Milenov Angelov toca el clarinete junto a San Benito, donde acude cada mañana a las doce, antes de pasarse a la Plaza de la Rinconada.-PABLO REQUEJO

Ivo Milenov Angelov toca el clarinete junto a San Benito, donde acude cada mañana a las doce, antes de pasarse a la Plaza de la Rinconada.-PABLO REQUEJO

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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Durante muchos años, Ivo sólo tocaba el clarinete en la intimidad de su hogar. Tras su despido como vigilante de seguridad, el fin del subsidio por desempleo y la falta de respuesta ante su reparto masivo de curriculum, no vio otra opción que compartir sus acordes con los viandantes.

«No me avergüenzo, pero preferiría no tener que salir a la calle a tocar», comenta en un breve paréntesis durante su actuación matutina junto a San Benito, con el mercurio en siete grados y con la única protección de una bufanda y unos guantes con los dedos al aire.

Una prestación de 400 euros es la única fuente de ingresos fija que entra en su casa. «Con eso no llego al alquiler, ni a lo más básico», indica para describir su situación personal.

El clarinete que le encandiló cuando sólo tenía trece años es su acompañante en pleno centro. El cestillo naranja apoyado en los adoquines suma dos euros con cuarenta céntimos. Alguno lo ha colocado él, para animar. El resto, alcanza los ocho o diez euros transcurridas las dos horas que el Ayuntamiento permite a los músicos callejeros actuar por la mañana.

Otro tanto consigue durante el mismo intervalo vespertino, aunque si el público se encuentra receptivo puede llegar a una hucha de 15, pero no es lo habitual. «Cuando la música es buena, la gente es buena», expone este clarinetista agradecido, que sonríe contagiado cuando el público más menudo se detiene a escuchar su repertorio. «Me gusta que a los demás les guste. Los niños se paran porque mi música también va dirigida a ellos; incluso cuando me dan diez céntimos me alegra ver que les agrada. ¡Hasta bailan!», presume.

Su debilidad es el jazz, pero triunfan más ante el respetable vallisoletano las piezas españolas, aunque entre sus grandes éxitos también aparecen obras foráneas. La Paloma, Bésame mucho, La cumparsita y Titanic reciben la mayor atención. Aplausos, pocos porque «no se lleva mucho», pero apunta que «alguno hay y se agradece».

Antes de recalar en Valladolid, los acordes y las partituras le servían de sustento. Era profesor de música, afirma que desearía encontrar trabajo en ese ámbito y que aceptaría de cualquier otro.

Ivo impartía clase de clarinete y de piano en su país natal. Siempre explicaba a sus alumnos que la música proporciona muchas alegrías, que es «una forma de vivir» incluso cuando uno no se dedica profesionalmente a ella. Ahora se ha convertido en un aliado que le aporta un «pequeño» respiro. «La música es mi vida», reitera.

Asegura Ivo que el mercurio por debajo de los cero grados no le frena, aunque reconoce que supone el mayor inconveniente de los ‘bolos’ en el exterior. «Me pongo ropa y muevo los dedos. Hay que salir y tocar. No llevo muchas capas porque es incómodo», aclara con una cazadora puesta.

Atrás dejó años de enfundarse el uniforme de vigilante de seguridad y la época reciente en la que amenizaba bodas y banquetes.

Le gusta la ubicación concedida porque está «a gusto», lo conocen en el barrio, los agentes de Policía le saludan y los comerciantes, también. «Este es mi sitio», comenta quien se ha hecho su propio hueco en las calles vallisoletanas.

Por imposición de la normativa, debe variar su ubicación en la misma vía cada 45 minutos, así que también se le puede escuchar en las proximidades de la Plaza de la Rinconada.

En la banda sonora callejera de la ciudad, el acordeón, la guitarra y el violín son los instrumentos que más proliferan, aunque en esta orquesta dispersa hay espacio y virtuosos para muchas otras disciplinas, como el saxofón, la flauta o el órgano.

A punto de finalizar el año, las licencias concedidas por el Consistorio –que se renuevan a los tres meses– alcanzan la cifra de 63, lo que refleja un significativo descenso. En todo 2016 llegaron a 90 y un año antes, a 105.

La concejala de Medio Ambiente, María Sánchez, al frente del departamento del que dependen estas autorizaciones, explica que al producirse en el exterior estas actuaciones están sujetas a la Ley del Ruido y deben cumplir unos requisitos.

Los principales son que no utilicen amplificadores, que se sitúen alejados de terrazas y «a una distancia mínima de 100 metros de cualquier otro ejecutante de su entorno».

Sánchez defiende que el Ayuntamiento promueve esta actividad «desde el punto de vista de acercar la cultura y el arte a la calle y por ser una oportunidad para gente que quiere practicarlo de esta manera». Destaca también que en fechas navideñas crecen las peticiones, que no se suelen denegarlas y apunta que «para la ciudad es un revulsivo que anima las calles».

En los últimos tiempos, indica que proliferan solicitudes presentadas por personas extranjeras, aunque en los últimos tres años se ha producido un incremento de los solicitantes de nacionalidad española, principalmente «jóvenes estudiantes del conservatorio que suelen actuar en grupo».

El vallisoletano Santos Andrés no encaja en ninguno de estos perfiles predominantes, pero es uno de los artistas más fieles a la capital y sus adoquines.

El piano y la trompeta se reparten su afecto, aunque por razones obvias se decanta por salir con el instrumento más ligero.

Cada día, aparca su bicicleta en la intersección entre Plaza España y Teresa Gil y arranca su interpretación puntual a las doce.

Se acompaña de un CD que le sirve de base rítmica porque sino apenas se le escucharía por la sordina.

La iglesia de La Paz, a pocos metros, es su escenario alternativo. «Donde moleste menos», manifiesta.

Santos sabe lo que capta al viandante y se centra en cautivar. Hoy comienza con Que no se rompa la noche, de Julio Iglesias. En 20 minutos obtiene dos euros. Le piden pasodobles, porque «hay peticiones sueltas», pero señala que la gente «casi no se para». Su tema estrella: Toda una vida. La misma que lleva él dedicado a las partituras.

Despliega el atril, coloca su libreto y en su cesto no fallan las cinco monedas de peseta, un centavo de dólar y cinco dólares de Hong Kong [su amuleto], que se mezclan con las que le echan en las dos horas en las que no falla a su cita por mucho que la climatología se lo ponga difícil. «Hay que aguantar», expresa.

Santos, jubilado de 68 años, cuenta que «a los mayores ya no se les quiere en ningún sitio para actuar», aunque precisa que lo que le invita a salir a la calle cada mañana no es únicamente subsistir, sino que no quiere tocar solo. «Me aburre que nadie me escuche. En casa estoy yo solo y me encanta que la gente me oiga», indica, y añade que las dos horas que resiste a la intemperie dando forma a canciones de diferentes estilos, desde pasodobles a chachachá, se encuentra «muy tranquilo, cómodo y relajado».

Antes de su periplo por calles vallisoletanas, regentó una tienda de reparación de pianos en León y tuvo que cerrar.

Añora tiempos más prósperos en los que actuaba con diferentes orquestas en salas de Madrid y de otras ciudades, también en locales de cabaré, o cuando en los paseos de Miami obtenía 70 dólares al día y se formaban corros a su alrededor. «La música está muy mal y se valora poco. Es una lástima, no es lo que era. Aquí no es igual que en Miami, por ejemplo. No hay esa cultura generalizada de ponerse a escuchar al músico de la calle, pero hay quien aprecia lo que haces y con eso ya me vale».

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