Diario de Valladolid

ENVEJECIMIENTO CON INDEPENDENCIA

Unidos para envejecer en su propia casa

Mezcla de residencia y comunidad de vecinos sin ser ninguna: conjugan intimidad del hogar y compañía de quienes comparten médico, peluquería, ‘fisio’ o capilla sin salir del portal / Tinina vive en el único complejo de apartamentos colaborativos para mayores de Valladolid, que resultó de la unión de un centenar con ingresos «medios»

Tinina y Jesús, en el salón de casa, uno de los apartamentos colaborativos de Profuturo.-ROBERTO FERNÁNDEZ

Tinina y Jesús, en el salón de casa, uno de los apartamentos colaborativos de Profuturo.-ROBERTO FERNÁNDEZ

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

Creado:

Actualizado:

No recuerda cuándo fue la última vez que su mirada atravesó la mirilla, y no por falta de ocasiones en la que oyó el timbre sonar. Tampoco cierra su casa con llave. Se fía de sus vecinos, del efecto disuasorio de un conserje 24 horas y de las cámaras de vigilancia por los pasillos.

A Tinina y Jesús, ella octogenaria y él a tres años de alcanzar a su esposa, les preocupaba cómo pasarían sus días de jubilación, pero encontraron a otro grupo de personas con similares inquietudes y voluntad de unirse para remediarlo.

«A quienes tenemos ingresos medios, las residencias públicas no nos aceptan porque cogen antes a otros y una privada cuesta mucho», expone esta vallisoletana, natural de Serrada y una de las primeras inquilinas del único complejo de apartamentos para mayores con servicios sociosanitarios comunes de Valladolid.

Los tres bloques, en la zona del Camino Viejo de Simancas, recibieron a sus primeros residentes en 2011, aunque las obras arrancaron hace una década y comenzó a gestarse muc ho antes, al filo del 2000, cuando un puñado de vecinos de Juan de Austria se alineó para crear una cooperativa, Profuturo, con la que satisfacer similares intereses y gestionar, adquirir y dar forma a las que hoy son sus viviendas.

En consonancia con la filosofía del proyecto, ningún joven está empadronado allí y no se escuchan niños correteando, salvo los que asisten puntualmente de visita.

Estos peculiares vecinos superan los 50 años, como condición imprescindible para poder acceder a uno de los pisos.

La vida en estos alojamientos colaborativos asume parte de la esencia de las residencias y, a la vez, respeta singularidades propias de cualquier comunidad de vecinos.

Todas las mañanas, Tinina sale de casa, da los buenos días a Feli y compañía y, tras el beso matutino, regresa a su cocina para desayunar con su marido.

Son las doce y el silencio reina en el rellano. Un grupo baja a la sala grande con esterillas y ropa deportiva para una sesión de fisioterapia. A pocos metros se encuentran el gimnasio, la peluquería y la capilla.

El escaso tránsito de residentes contrasta con el trajín de las siete, cuando se ven pocas sillas vacías en la biblioteca. En una mesa juegan a la canasta, mientras en la otra envidan y en la del fondo cantan las cuarenta. Después de las partidas, la mayoría regresa a casa.

Antes, durante el largo verano que ocupó el principio del otoño, «alguno bajaba patatas y otros unas cervezas» y alargaban la tertulia en el cenador exterior hasta entrada la noche. «El ambiente es así, distendido. Quien quiere, pasa el tiempo a lo suyo, pero muchos nos relacionamos y compartimos ratos juntos», indica el matrimonio.

Este es uno de los aspectos que muestra cómo conjugan los conceptos de residencia y de comunidad de vecinos, tomando lo que les interesa de cada uno.

Con los centros gerontológicos comparten la compañía, «la seguridad que proporciona saber que no estás solo si te sucede algo» y la atención.

Entre los servicios de los que disponen se encuentra la visita de un médico una vez a la semana y de una enfermera, dos. A lo que se suma la mencionada fisioterapia, el sacerdote y la peluquera, tal y como explica Isidoro Curiel, uno de los miembros del consejo rector de la cooperativa.

Contratan conserje todos los días durante las 24 horas para reforzar el control. Él recibe una alerta cuando desde uno de los pisos alguien pulsa el timbre de alarma instalado en el interior de cada domicilio. También con la videovigilancia se puede percatar de si alguien «se cae en el pasillo o sucede algo anómalo».

Contribuyen a conseguir uno de los objetivos fundamentales [«que la vida nos sea amable», apunta Isidoro] las dos horas diarias en las que una persona de la administración de fincas atiende las consultas de los residentes, gestiona las reparaciones y, en cierta manera, ejerce «también de psicóloga, escuchando lo que los usuarios le cuentan».

La limpieza general mensual del interior de cada vivienda es otro de los derechos adquiridos por la cuota (200 euros al mes) y cumple otra función, de nuevo orientada a la seguridad: «Al menos una vez al mes, alguien entra en cada casa y se asegura de que el residente se encuentra en buen estado y la vivienda, también».

Al subrayar esta comprobación, Tinina recuerda «la congoja» que siente cada vez que escucha en los medios de comunicación que una persona apareció muerta en su casa tiempo después de fallecer. «Estar tan solo es terrible».

Pero si algo atrae a estos residentes, es la posibilidad de residir en la propia casa. Cuando dos de las nietas de Tinina (de 14 y 20 años) descubren su agenda despejada, le llaman por teléfono y se plantan en su salón para que les cocine pollo al limón y macarrones, sus preferidos.

Se recuestan en el sofá y se pueden quedar a dormir en el apartamento, de alrededor de 50 metros cuadrados con un salón unido a la cocina, un dormitorio, terraza y baño.

Tinina explica lo que esta libertad le supone. «La intimidad es muy importante. No la pierdes, ni te riges por horarios. Si te apetece quedarte todo el día en tu salón, te quedas y punto. No tienes que dar explicaciones y te organizas a tu aire. Es que es eso, que estás en tu propia casa».

Vecina del tercero, pone un ejemplo personal para explicar su grado de satisfacción con este proyecto. «Antes nos íbamos todos los inviernos a un piso que tenemos en Benidorm, ya no me apetece irme y pasamos la época de frío en Valladolid».

Jesús confirma esa percepción y resalta una sensación: «La tranquilidad». «Cuando tienes una edad y ya estás jubilado, lo que quieres es estar tranquilo. Sabemos que si necesitamos atención médica, la tenemos. Y que podemos pagarlo, eso también da paz».

Lo cuenta con la puerta abierta. «Respetamos mucho la privacidad de los demás. Por eso la convivencia funciona, aunque como en todos los sitios hay algún problema que se resuelve», expone el matrimonio.

Esta iniciativa de Profuturo es el germen de otra nueva, impulsada por otra cooperativa distinta (Allegra Magna) y que ya ha puesto su primera piedra junto a la Plaza del Ejército.

En su presentación, a finales de septiembre, el alcalde, Óscar Puente, aseguró que era una forma «de hacer ciudad».

Durante dos años se mantendrán las obras que darán trabajo a 80 personas. Una vez reciba a sus primeros inquilinos empleará a 30 profesionales relacionados con la asistencia.

Mantiene diferencias con el funcionamiento de Profuturo, pero ambos comparten una filosofía común, la de envejecer con autonomía y «vivir de una forma más económica, sostenible, solidaria y cómoda».

El propio regidor alabó lo «vanguardista» de este proyecto porque potencia, señaló, «la autonomía de las personas mayores, respetando su independencia, intimidad y privacidad, y buscando que se sientan parte de una comunidad en la que colaboran con los demás». Una manera de «desterrar de su vida el aislamiento»

Tan fino es el hilo teórico entre las dos cooperativas que el impulsor de Allegra Magna es socio de Profuturo.

Los inicios de estos alojamientos colaborativos se remontan a principios de siglo.

Rondaba el año 2000 cuando un grupo de usuarios del centro cívico de Juan de Austria comenzó a dar forma a una idea extendida en países nórdicos.

Varias conferencias al respecto despertaron el interés de cada vez más vecinos. Al principio, sumaban 40 socios, pero resultaba insuficiente para levantar una cooperativa. Eligieron este régimen para que fuera económicamente accesible.

Tinina y Jesús supieron del proyecto por un amigo y reservaron la casa sin ni siquiera verla por temor a que se les adelantaran. Sólo quedaban siete vacantes.

Tras una campaña de difusión, alcanzaron los 126 usuarios para 127 apartamentos. Cada uno posee el derecho al uso que sus allegados podrán heredar en el futuro, aunque la propiedad es cosa de la cooperativa. Pueden cederlo –el equivalente a la venta– o ceder sólo su uso; una especie de alquiler atípico, puesto que el inquilino también debe cumplir unos requisitos.

En concreto, dos normas, como cada socio: superar los 50 años y tener buena salud. Esta última cuestión la justifica Isidoro en que supone una forma de adecuar los servicios actuales a la situación de los residentes. «Hoy por hoy la mayor parte de los socios no tiene limitaciones severas, sólo alguno. En el momento en el que haga falta para los socios, los servicios sanitarios aumentarán su frecuencia y especialización».

En un futuro, a medida que los residente actuales envejezcan y requieran de más servicios, se plantean adaptarse. «Llegará un día en el que necesitemos una enfermera 24 horas o que el médico venga más de un día. Por ahora, nos valemos bien así y ese momento no ha llegado», manifiesta Isidoro.

Tiene 76 años y posee uno de los apartamentos, aunque no reside en él porque sus condiciones personales variaron desde que se lanzó a formar parte de esto hasta que la construcción se levantó y estuvo apta para ocuparte.

Isidoro presume de haber sido «los primeros del país» y de que en muchas ciudades ahora repliquen su modelo. «Es positivo para los mayores y por eso se está empezando a mover en España», indica Isidoro. «Es la única manera de muchos para vivir esta etapa con calma y en buenas condiciones».

«Una forma de no estar solo, pero tener tu propia casa»

A Jesús no le gustan las voces. Quiere paz en su hogar y, también, en sus alrededores. Llegó al complejo de apartamentos colaborativos de Profuturo porque un amigo le habló de ello y ahora asegura que con un grupo de socios de la cooperativa no mantiene una relación de vecinos, sino «de familia, de amigos». «La soledad no es algo que pase por aquí. Me cuesta creer que alguien pueda sentirse así porque es una forma de no estar solo, pero tener tu propia casa y disfrutar de sus ventajas», sostiene.

tracking