Diario de Valladolid

El triunfo de la nostalgia

Enrique Ponce, relajado, escénico y pausado, y Manolo Sánchez, con momentos brillantes y otros de incertidumbre, salieron a hombros en un mano a mano de emociones intermitentes

Enrique Ponce muestra a los aficionados las dos orejas cosechadas ante el quinto toro.-JOSÉ SALVADOR

Enrique Ponce muestra a los aficionados las dos orejas cosechadas ante el quinto toro.-JOSÉ SALVADOR

Publicado por
César Mata

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La tarde olía a nostalgia. A un afán de recuperar el tiempo perdido. O de soñar con el que aún queda. O ambas cosas. Un corrida vintage, a falta de goyesca, picassiana.. Ponce es un torero eterno, y no se trata sólo de su longevidad en los ruedos, sino de la factura de sus suertes, de su escenificación en la arena. Entre pase y pase emula a los filósofos griegos en el ágora, y habla al toro, al público, a sí mismo…

Manolo Sánchez regresaba a los ruedos tras seis años sin enfundarse el traje fluorescente. La afición le hizo saludar al romperse el paseíllo. Una ovación melancólica, como lo fue toda la tarde. Manolo, tan rubio como siempre, mostró la calidad de sus muñecas, su fortaleza y su debilidad. Los tendidos comprobaron, nuevamente, por qué pudo ser un figurón, y también, quizá, por qué no lo fue.

Los toros de Miranda y Moreno ofrecieron una enorme diversidad en presencia, hechuras y encornaduras. Así, el primero, tan cornicorto, mostró una total falta de autoestima en el ruedo. Quizá sabedor de su escaso armamento mostró falta de personalidad, bobalicón, ante un Ponce que lo toreó más como una representación que como una pretendida lidia argumental. Aunque pinchó antes de enterrar el acero, el usía concedió la oreja ante la clamorosa minoría que solicitó el apéndice. La tarde, estaba claro, tenía un toque de celebración, en la que los juicios quedaban en suspenso en virtud de algo más sagrado: el recuerdo, lo imperecedero, ese recuerdo que preferimos llevarnos con nosotros aunque se traicione, al menos en parte, a la realidad.

Ponce desarrolló la lidia más completa ante el quinto toro. Un animal terciado, que expuso su genio inicial y al que, lance a lance, el valenciano fue convirtiendo en su mejor aliado. Técnica, experiencia, oficio, y esos mil resortes que otorga la inteligencia a quien desde niño descubrió la clave de los toros, el pin de la lidia, la clave de toreo.

Se aplicó con mayor empeño y cercanía (al primero, al que cortó un apéndice de baja cotización) que ante sus enemigos previos y logró sublimar el toreo en algunos lances, en especial naturales, de impecable factura, temple y definición. El animal se fue desinflando y Ponce lo pasaportó de un estoconazo hasta la gamuza que hizo que rodara el animal sin puntilla.

Ante el tercero, un toro hondo y con un pectoral de monstruo prehistórico, realizó una tarea de dominio, si bien carente de hilo argumental sólido, sin profundidad. Una estocada caída fue el preludio de la concesión de un apéndice.

Manolo Sánchez osciló entre la majestuosidad de alguna de sus verónicas de recibo al toro con el que regresaba a los ruedos, y que hizo recordar a aquel Manolo novillero en Las Ventas, y el desacierto temperamental con el descabello que le llevó a escuchar los tres avisos en el cuarto toro. El animal no regresó a los corrales porque se derrumbó nada más sonar el último toque de clarín.

Y fue una pena, porque la faena tuvo gusto y armonía, y la había rubricado con un espadazo tan sublime como ineficaz.

En el que cerraba plaza recibió dos orejas tras una labor de técnica y profesionalidad, en lo que fue el cierre de su digno y nostálgico regreso a los ruedos.

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