Diario de Valladolid

LOS PAPELES DE LA HISTORIA

Una de espías y soldados

El Archivo de Simancas cobija manuscritos de pintores y escritores como Velázquez, Rubens, Cervantes, Garcilaso de la Vega o Quevedo; pero no versan sobre sus obras, tratan de su labor al servicio de la corona. Sólo Tiziano habla de sus cuadros

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Redacción de Valladolid
Valladolid

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De sus plumas y pinceles salieron las obras más universales, pero el rastro que dejaron en el Archivo de Simancas nada tiene que ver con sus cuatros, poemas o novelas. Son testimonios manuscritos concernientes a su otra faceta, la del servicio a la Corona.

Los separan siglos de diferencia, pero sus autógrafos reposan todos juntos. El centro documental vallisoletano alberga legajos con referencias a las primeras figuras de las letras y del arte nacional e internacional. Se trata de correspondencia real, de cuentas rendidas sobre sus misiones, de instrucciones de la monarquía...

Entre estos manuscritos hay testimonios de misiones de espionaje y otros de batallas en las que participó alguno de ellos.

De entre quienes actuaron como espías a las órdenes de su majestad destacan dos nombres sobre el resto: Miguel de Cervantes y Francisco de Quevedo.

Del autor de El Quijote es de los que el rastro es más abundante. Su firma aparece como Cerbantes. Fue soldado y también se dice que efectuaba labor de espionaje para el monarca.

Rendía cuentas a Felipe II de sus misiones militares y políticas en Argel, donde permaneció cautivo, o en Orán, de donde se cuenta que logró información de interés para la monarquía contra un almirante turco.

La información sobre Cervantes es mucho más amplia porque aparecen documentos en los que explica su trajín como comisario general de abastos, primero, y de recaudador, después. Cómo no siempre cuadraban las cuentas y el trasiego de cobrar y de cumplir con lo ordenado.

Otro agente del rey, éste bajo el mando de Felipe III, fue Quevedo. De su periplo por tierras italianas queda algún documento en el que su firma es fácilmente identificable.

El poeta se trasladó a Italia cuando la monarquía hispánica poseía gran parte del país y estuvo presente en «importantes funciones y labores de espionaje», explica la directora del Archivo, Julia Rodríguez. Participó en intrigas diplomáticas, en la Conjuración de Venecia (1618), un golpe contra esa ciudad canaliega que finalmente resultó un fracaso y le obligó a abandonarla disfrazado de mendigo para salvar la vida.

De su archienemigo, Luis de Góngora, también queda constancia en el centro archivístico.

Y no faltan algunos papeles en los que cuesta distinguir la rúbrica de Jorge Manrique, pero en calidad de soldado. Hay documentos que contienen una concesión económica del rey que situaba en una renta determinada la cantidad a percibir. «Esto nos da pie a tener su firma», indica Rodríguez, consciente de que estos legajos son ajenos a la naturaleza de la obra estos primeros espadas.

Con el renovador de la lírica española, Garcilaso de la Vega, sucede algo similar. Queda constancia de su etapa como soldado, como hombre de confianza del emperador Carlos V.

Del arte también hay retazos. Las huellas de Rubens corresponden a su labor de diplomático y embajador de los Países Bajos. Firma con su nombre completo: Pietro Pauolo Rubens.

Velázquez, pese a ser pintor de Cámara, no tiene demasiada presencia. El Archivo cobija tan sólo un documento suyo, y en él alaba a otros pintores. De sus creaciones, nada de nada.

Cambia esta tónica el pintor del Renacimiento Tiziano. Un conjunto de cartas manuscritas autógrafas sobre cómo va elaborando sus cuadros sirven para que los historiadores puedan comprobar y fechar algunos de ellos.

El artista italiano fue, según recuerda Julia Rodríguez, «uno de los pintores que mantuvo una relación más estrecha con Carlos V y Felipe II».

Expone la directora que, como no podía ser de otro modo, la historia de la cultura contenida en el Archivo guarda relación con la monarquía, y subraya que «la obra artística patrocinada por los Austria es inmensa».

De ahí que queden fondos relativos a obras arquitectónicas, con los principales arquitectos de los siglos XVI a XIX, y, también, escultores.

Pero el ámbito de la cultura no es el único que convive con la historia. El de la ciencia deja su sello en este archivo, siempre aplicada al ámbito militar.

Los depósitos guardan varias redacciones de inventos, con su pertinente dibujo, que el científico o matemático debía presentar al rey. Si éste le daba licencia, efectuaban la demostración práctica y, si le convencían, el monarca concedía el privilegio de invención, el equivalente a la patente actual.

Así puede consultarse el primer traje de buceo, de Jerónimo de Ayanz, que en 1602 realizó su primera demostración en el Pisuerga. Ayanz deja constancia de más de 50 creaciones.

En este apartado aparece un experimento del reconocido químico francés Louis Proust, que inventa una pastilla de gelatina de huesos para servir de alimento a los soldados y aligerar la carga. Fue contratado por Carlos III.

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