Diario de Valladolid

INTEGRACIÓN EN ELAULA

Deberes para que la diferencia no reste

Cuando aún aprendían un mundo, tuvieron que cambiar a otro. El apoyo a la educación de niños inmigrantes es el campo de trabajo de la ONG Azacán en los centros Pablo Picasso y Cervantes, de Delicias. Allí los pequeños revelan una capacidad de adaptación superior en muchos casos a sus familias. Una labor de apoyo extraescolar que parte de realizar los deberes de clase, para que vayan al ritmo del resto, y se adentra en la comunicación y la responsabilidad

Isabel y Rodrigo, de Azacán, ayudan a varios alumnos de Primaria en una clase de apoyo extraescolar para niños inmigrantes en el Pablo Picasso.-J.M.LOSTAU

Isabel y Rodrigo, de Azacán, ayudan a varios alumnos de Primaria en una clase de apoyo extraescolar para niños inmigrantes en el Pablo Picasso.-J.M.LOSTAU

Publicado por
Alicia Calvo
Valladolid

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En un aula de Valladolid, a Soufiane, de origen marroquí y seis años de edad, le toca leer El gato con botas y responder a unas preguntas. El problema es que le cuesta seguir la trama y, mucho más, saber qué significan las palabras que pronuncia. Cuando llega a la parte en la que el personaje le regala al rey un par de perdices, Soufiane se pierde del todo. Para él son seres tan fantásticos como el minino calzado y locuaz que protagoniza la narración. «No sé que son», reconoce tímido sobre un término que no ha escuchado ni leído nunca.

Isabel se sienta a su lado para tratar de que comprenda la lectura y sepa resumirla. Las barreras que plantea el idioma y su repercusión en escolares forman uno de los principales campos del proyecto de voluntariado ‘Apoyo escolar para niños inmigrantes en colegios del barrio Delicias’, dirigido a estudiantes de seis a doce años.

Lo ofrece la ONG Azacán y lo realiza en dos centros de Educación Primaria, el Pablo Picasso y el Cervantes. Antes estuvo en otros de la zona, como El Carmen o San Viator. «Dejaron de necesitarnos. Decidieron que los chavales que iban a estas clases extra ya tenían el nivel del resto», indica Jesús Gómez, coordinador de voluntariado de la Asociación, que valora ese adiós como un éxito: «Ese es nuestro fin. Morir por no ser necesarios». Sin embargo, precisa que aún hay muchos centros en los que trabajar.

En la sesión de hoy participan cuatro voluntarios y doce alumnos. La primera pregunta, aunque la efectúan individualmente, es común para todos. «¿Qué tienes de deberes?».

La mayoría confiesa pronto, pero alguno se hace el remolón. Leo, de diez años, afirma y reafirma que no tiene. Su cara le delata. Al rato, resuelve problemas sobre números decimales para entregar al día siguiente.

«Los deberes son la excusa», coinciden Isabel González y Jesús Gómez, coordinadores de voluntariado de Azacán. A partir de ahí, se despliega un esquema de propósitos académicos y otros que van más allá.

La primera parte es básica; tratar de que no estén retrasados en clase, que «el niño que tiene un nivel menor que los de su curso avance hasta equipararse al resto», explica Jesús. Por desgracia, no se parte de cero, sino de un pasado que supone una pesada mochila. «Muchos vienen de sus países de origen con inferiores conocimientos de lo que les correspondería por edad».

Aquí es donde su idioma materno juega en contra. A veces porque ellos no dominan el castellano, «y resulta más difícil aprender en un idioma que no es el tuyo». Otras, las más frecuentes, porque son sus padres los que presentan dificultades para expresarse en castellano, por lo que la ayuda que les pueden prestar para las cuestiones relativas al colegio roza lo imposible.

«La mayoría no habla un castellano correcto, por eso se interesan en venir», indica Mariana, una de las voluntarias, que matiza que, «a menudo, integrarse le cuesta más a la familia que a los niños». Ella nació en Venezuela y sabe «bien» de qué habla. «Entiendo de sobra que la emigración puede ser difícil y que para muchos padres resulta complicado atender a sus hijos con temas del colegio por el idioma, por su nivel de estudios o por la falta de tiempo», señala.

Su compañero Rodrigo, un ingeniero que empezó este curso en esto del voluntariado porque le gusta «dar clase» y veía el programa de Azacán como algo «muy útil» para algunos escolares, añade que «lo más importante es escuchar y conocer a los niños porque cada uno está más verde en una cosa». Explica que «algunos simplemente tienen falta de atención, otros leen o escriben mal, y son cosas que en su curso ya se dan por sabidas».

Este voluntario es de los que piensa que el servicio «debería extenderse a muchos más colegios» por lo que supone para los alumnos que acuden. «Con esta ayuda les cuesta estar al nivel, así que sin ella...».

Mientras Rodrigo explica esto, una de las alumnas, Nicole, le llama varias veces. Insiste en que le necesita. No sabe definir varios sustantivos, como ‘oso’. Nicole nació en República Dominicana y llegó hace tres cursos a Valladolid. «Soy de dos países y los dos están genial», comenta con el libro de actividades de lengua a medio hacer, sentada en la mesa de la ventana junto a Daniel, otro escolar.

Tienen siete y ocho años y aseveran que prefieren acudir a estas aulas, «en vez de hacer los ejercicios en casa, que es más aburrido». También las escogen antes que el colegio ordinario. «Nos divertimos más y luego podemos jugar. Encima sacamos mejores notas», añade Daniel, a lo que su compañera le replica con guasa: «Bueno, tú peor, que no trabajas tanto y eres vaguito».

Los dos se ríen. Sobre todo Nicole. El ambiente es distendido. Se aplican, pero también conversan entre ellos. Incluso juegan; al ahorcado cuando terminan las tareas y también al comecocos.

Este aspecto, el más lúdico, el social, el de jugar con niños de otras edades y entablar relaciones más cercanas entre chavales de diferentes clases, compone otra de las estrategias del proyecto. «Favorece que se relacionen mejor entre ellos y tratamos de que colaboren», cuentan los educadores, y una de las niñas, Zeneb, lo suscribe a su manera: «He aprendido a respetar a los demás. A llevarnos bien y, bueno, he mejorado mi forma de escribir».

A sólo un par de metros, esta teoría se aprecia en la práctica. Mohamed, que cursa cuarto de Primaria echa una mano a Ismael, de tercero, para resolver las cuentas. «Ya acabé las mías y se me da bien. Le ayudo y así termina antes», aclara orgulloso.

Los dos asisten a esta clase sin protestar y una vez entran están a gusto, pero reconocen que cuando se encuentran en su habitación les cuesta salir y llegar con ganas. Uno se decantaría por jugar a la Play y el otro con la tablet, pero ambos ven el lado positivo. «Así mañana no nos riñe el profe al llevarlo hecho, y también nos enteramos más de lo que explica».

Los coordinadores de la actividad subrayan otros aspectos que influyen en el conjunto y sirven por sí solos para explicar el programa: el comportamiento y la responsabilidad. «Somos también un poco una referencia de adulto; de cómo hay que comportarse, pedir las cosas o hablar con los demás, y les ayudamos a estudiar. Pero no sólo, también les damos pequeños trucos para que puedan hacerlo ellos mismos», indica la coordinadora.

Mariana añade que «si no hacen los deberes aquí, puede que no lo hagan o lo hagan mal», e incide en que van tomando conciencia de la importancia de cumplir con las tareas. «Eso les hace más responsables».

De hecho, el hábito es una de las cosas que surgen a medida que avanzan las jornadas, y el colegio así lo percibe. «Les sirve para ser constantes, para que entiendan que no es sólo cosa de un día. Lo notamos, sobre todo, en la regularidad», indica el jefe de estudios, Javier Marcos.

El director, Justo Tarrero, refuerza esa idea y explica por qué su centro es apropiado para este tipo de refuerzos extra. «Somos representativos del barrio. Aunque las minorías no son mayoría, son una parte importante del colegio y cualquier iniciativa para favorecer su integración o actividades de apoyo son muy positivas y muy necesarias», defiende, y apostilla que «funciona bien y existe coordinación entre el equipo directivo y la ONG» . Este programa se suma al propio del colegio de educación compensatoria.

El coordinador de Azacán explica que, además, ofrece «un modelo alternativo, más tranquilo», en el caso de «algunas familias más desestructuradas». «No son profesores, ni tampoco monitores. Cuentan con ellos para temas de estudios, pero también para otras cuestiones más personales». Son un plus. Una persona más a la que acudir. «Intentamos poner nuestro grano de arena para procurar que la estancia después de emigrar sea lo más agradable posible», subraya Jesús.

Todos coinciden en que un factor clave para que este espacio tenga continuidad reside en las familias, en su disposición y en que no caigan en el absentismo. «Vienen voluntariamente y se muestran contentos porque ven que se subsanan algunas deficiencias que tienen en casa. A la vez, están seguros porque al prestarse en el colegio, es un sitio de confianza», indican los educadores.

Ya han pasado varios meses desde el inicio del curso, y los efectos en los niños «son palpables», según cuentan. «Claro que notamos evolución, mucha», apunta el coordinador. «Al principio empiezan rebeldes, impulsivos, te hacen menos caso, pero poco a poco...», desgrana el resto.

También afecta de cara a la actividad académica. «Empiezan y no quieren traer los deberes o los libros de clase, pero van entrando en la dinámica. Llegan y ya sí sacan los libros o nos dicen qué necesitan repasar... Aprenden y se relajan».

Quien todavía no ha notado apenas cambios es Cristina. Es ingeniera industrial y se estrena como voluntaria del proyecto. Rodeada de estos doce alumnos no lo parece. La hora y media que ha pasado con ellos le sirve para sacar una conclusión: «Son encantadores».

Esta apreciación revierte en su alegato en defensa de esta iniciativa: «La educación es fundamental para que el día de mañana tengan más opciones. Algunos son muy listos, pero se encuentran con obstáculos, como la lengua, y viniendo aquí podemos contribuir a que les vaya mejor. Si les das opciones, mañana podrán elegir el camino que quieren llevar y no lo que les venga impuesto».

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