Diario de Valladolid

terremoto en Nepal

Un sendero infernal hacia el valor humano

Los expedicionarios de CCOO retornados del Nepal expresan su admiración y gratitud a los guías que les ayudaron

Imagen tomada por Juan Manuel Sanz de algunos de los integrantes del grupo de senderistas castellanos y leoneses contemplando la destrucción del terremoto en la ciudad de Bhaktapur-

Imagen tomada por Juan Manuel Sanz de algunos de los integrantes del grupo de senderistas castellanos y leoneses contemplando la destrucción del terremoto en la ciudad de Bhaktapur-

Publicado por
Miguel A. Vergaz

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«No llegamos a las montañas gigantes, pero vimos algo mejor: seres humanos gigantes». Juan Manuel Sanz y Juan José García, dos veteranos de CCOO aficionados al trekking y recién regresados del arrasado Nepal, muestran su agradecimiento a los cuatro guías que les acompañaron hasta el momento de su regreso a España.

«Eran personas que no sabían si todos los suyos estaban a salvo o que vieron sus casas destruidas. Otros nos hubieran abandonado, pero ellos se sentían responsables de nosotros. Fue algo profundamente emotivo. Algo que no podías verbalizar con pocas palabras en inglés que podíamos intercambiar. A veces, lo expresábamos con un abrazo».

Los 21 castellanos y leoneses de Valladolid, Segovia y Ávila que componían una expedición de trekking al Annapurna, organizada por el Ateneo Jesús Pereda, apéndice cultural del sindicato CCOO en Castilla y León, regresaron en la madrugada del 5 de mayo, tal y como tenían previsto cuando partieron el 17 de abril. Pero poco de lo visto y vivido entre medias fue lo esperado.

El viaje fue concebido meses antes. García (más conocido como Juanjo en su época de responsable de comunicación del sindicato) y Sanz (que responde mejor si se le llama ‘Pirri’), salían cada 15 días para entrenarse en un recorrido que exige buena forma. Doce años antes habían marchado juntos por los Alpes. Ya entonces eran para ellos un deseo los caminos del Nepal y el escenario de las de las montañas gigantes (Everest, Gokyo y el propio Annapurna).

La ruta partió de la localidad de Besisahar, recorrió 30 kilómetros a pie y en jeep por «un camino infernal» hasta Dharapani, para ascender a cuatro mil y pico metros y después llegaron a Manang, en donde debían pasar un jornada de aclimatación que obliga al ritual de pasar la noche allí, ascender unos 300 metros al día siguiente y bajar de nuevo en la localidad para dormir y así acostumbrarse a los cambios.

El ascenso de adaptación fue al lago Gangapurna, «un lugar sagrado», explica ‘Pirri’. Cualquiera podría entender porqué. El agua, las colinas y las montañas nevadas a cierta distancia componían ese mediodía un cuadro de una belleza natural eterna. Hasta que ese paisaje se vino abajo.

«Al principio, creí que estaba enfermo, que me afectaba el mal de altura y por eso perdía pie», recuerda ‘Pirri’. «Fue apenas un segundo, luego vi en la lejanía cómo la ladera de una colina se derrumbaba, y cómo la nieve caía en alud en otra». Los minutos posteriores fueron los más tensos. «Con nosotros viajaba un matrimonio y su hijo. Nos habíamos separado en dos grupos y hasta que se reencontraron pasaron los peores momentos».

Volvieron a Manang, pueblo sin daños, pero que había perdido la electricidad y transmisiones. Seis horas después lograron comunicar a los suyos que estaban bien, justo –«menos mal»– «cuando empezaban a conocer noticias del terremoto». Las réplicas que causaron tantos muertos en otros puntos de Nepal apenas fueron percibidas allí.

Volvieron sobre sus pasos. Cuanto más descendía el terreno, más crecía la figura de los cuatro guías de la empresa Sarita Holidays. Nunca los abandonaron: «Una lección de profesionalidad por la que superamos todas la dificultades».

El camino hasta Pokhara, ciudad turística con aeropuerto, no les reveló la dimensión de lo ocurrido. Pero el encuentro fue, al final, inevitable. Acudieron a Bhaktapur (la plaza de los devotos), población cercana al epicentro del terremoto. Tuvieron que caminar con mascarillas para no respirar el polvo en que se había convertido buen parte de la ciudad.

Visitaron la casa de uno de los guías. Estaba destruida. No había habido desgracias personales. No físicas. El padre del guía estaba postrado en el suelo, abatido por el dolor «de ver la casa de sus ancestros derruida». Pero al lado, los vecinos, «con esa misma serenidad, la gente estaba reconstruyendo la casa con lo que podían aprovechar de lo anterior». «Esa es una imagen que te llevas para siempre».

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