TIENE TELA
Están a su guerra
NO HAY QUE ser un lince para averiguar que estamos en guerra. No sé si en la tercera guerra mundial como dice el cachondo y tronante Trump, si en la primera guerra Woke de la que el tirano Sánchez es, indiscutiblemente, el líder ahora que la social democracia se ha ido al garete en las elecciones de ayer domingo en Alemania, o si en la guerra genérica de esos podemitas que, como francolines chulísimos, despluman a las mujeres por exceso o por defecto. No lo sé.
Pero que estamos en guerra se nota, se palpa. En estos momentos no hay un solo político en el orbe civilizado o montaraz, que no esté en ella. Digo mal: que no esté en su propia guerra, y a la que nos empujan a todos los ciudadanos a costa de la paz. En ello les va la existencia, el poderío, sus latrocinios olímpicos, y sus apuestas eternales. Es la misma táctica que desveló Erasmo de Róterdam en una de sus diatribas que tantas ampollas levantaban en su tiempo: «Hay quienes suscitan la guerra por la única razón de poder ejercer más fácilmente por esa vía la tiranía sobre sus súbditos».
A un mes de la primavera a punto de estallar –¡no te tardes!–, este concurso belicista es como una desfloración desvergonzada de la inocencia que busca su oportunidad a la vuelta de cualquier trinchera, rueda de prensa, o de cualquier casa de putas. Lo cierto es que Trump está a su guerra, Putin en su pugna, Zelensky en su campaña, Sánchez en su cruzada de corrupciones, Hamas en su masacre sistemática, Xi Jinping tricotando armisticios, los narco–estados en el chute blanco de su guerra colocante, y las democracias de la UE –más viejas que una luna menguante–, están a su guerra de impostura descosida en terciopelo.
¿Y los ciudadanos del orbe? ¿Pero es que hay ciudadanos universales? Cual meros accidentes de la victoria política más incierta, también están en su propia guerra, que no es otra que el pan suyo de cada día, y pare usted de contar. ¿Y los españoles más en concreto que es, precisamente, lo que hoy más importa por cercanía indiscutible? Esta sí que es una pregunta progre, de pitiminí, y más allá de la evidencia. Nunca hemos salido de la peor de las guerras, que es nuestra eterna guerra civil –nuestra historia más vacua y criminal–, siempre en emergencia y con el garrote vil.
¡Qué hartazgo, qué desalentador, qué cansancio, qué injusto! Aquí tenemos ahora a esa guerra civilista, recrudecida hasta el absurdo, con un gobierno woke, desintegrador y comunista como el de Sánchez desde hace siete años. No hemos sido capaces de zafarnos, lo que se dice ni un solo día, de aquel corsé reductor y dramático en el que nos enfundó Pérez Galdós en su novela La desheredada –1881–: «Somos granujas; no somos aún la humanidad, pero sí un croquis de ella. España, somos tus polluelos, y cansados de jugar a los toros, jugamos a la guerra civil». ¡Vaya sino!
Hoy lunes, como un esbozo de estado fallido, Sánchez vuelve a montarse en el falcón con un destino, que no es el de la República Dominicana, para entrevistarse con Zelensky y demostrar que, efectivamente, somos unos granujas en pincho moruno. ¿Quiénes en Europa han sostenido la guerra de Putin disparando sus adquisiciones en gas ruso y putinesco? La España del tirano Sánchez y la Alemania del canciller Olaf Scholz: los dos representantes de una socialdemocracia hipocritona y despiadada con un doble juego: no querían la guerra pero contribuían a su sostenimiento ideológico.
Hasta ahora estos comediantes en dos actos lo han disimulado a trancas y barrancas. A partir de hoy lunes las consecuencias de esta doble moral ha saltado por los aires en las urnas. Lo que quiere decir que se acabaron las pajas mentales de Ovidio cuando escribía en un poema de las Heroidas: «¡Que otros hagan la guerra, y que Protesilao ame!». También se acabó el descaro político de la monarquía austriaca que tenía este lema para jinetear con los matrimonios dinásticos: «Deja a los otros que anden en guerras; tú, feliz Austria, cásate; los reinos que a otros da Marte, a ti te los da Venus». Negocio gozoso, redondo, celestinesco.
Pero éstas eran guerras de las de antes que, al igual que los matrimonios, se regían por una estricta endogamia. Las guerras de la era Trump, son estrictamente económicas. Da igual que alguien se acueste con una periodista del New York times, o con dos fontaneros del barrio de las Delicias. Lo que importa es la pasta. En contra de lo que se cree y se escribe, en esto no hay nada de revolucionario, progresista o sanchunero. Es más viejo que el polvo cósmico que dicen los astrónomos. Cicerón también lo dijo en una de sus Filípicas: «Nervus belli pecunia infinita», el nervio de la guerra es el dinero infinito. El resto, amigos, se da por añadidura.
Así que no se hagan vanas ilusiones con la guerra del tirano Sánchez por esos barrios de la galaxia como si no nos concerniera. Se trata de la misma guerra de siempre que tiene entablada con la España a la que a diario despluma. Es además inseparable, congénita, morganática, y connatural a su ética y a su estética. Quiero decir que allí donde va, le sigue su Begoña, su «hermanito», su Fiscal General, su amnistiador Conde Pumpido, su Puigdemont, su Aldama, su Koldo, sus ministros, su partido jugando a su guerra, cada día más incivil y cruenta. En este frente todos son «granujas».
Con estos mimbres –y totalmente lejos de la utopía–, la moral, la ética, la estética, y los valores, son paliativos, un chupito con rayitas aspirantes. Lejos de cualquier lectura ejemplar, sólo podemos sacar la consecuencia práctica que apunta Kant en su opúsculo La paz perpetua: «la guerra es mala porque hace más hombres malos que los que mata».