TIENE TELA
Tiranía en la cuerda floja
¡Quién nos lo iba a decir! En apenas un mes su Excelencia el Presidente Sánchez ha cambiado radicalmente de actitud política y psicológica. Lo que quiere decir, dicho sin más alharacas, que está en la cuerda floja. Me refiero a ese tiempo concretísimo y traumático que hay entre la dana de Valencia y el huracán de Aldama. Gran casualidad: Dana y Aldama. Dos ecuaciones, dos repiques, dos desgracias en la picota, y cogiditas de la mano, para una política del trompicón que ya no hay por dónde agarrarla.
Gran conjura rítmica sin duda. Si la buscas, no te sale para hacer un pareado, porque se trata de una rima en asonante que no sabes cómo juntar sin que suene a bodrio, a ripio forzado y gilimportado. Y es que «aldama» es un topónimo de origen vasco con difícil maridaje. Algo que, hasta ahora, a Sánchez le sonaba a música celestial, a otegismo liberador, a fuero medieval casi divino. Pero en estos momentos no, y augura otra cosa muy distinta para politólogos y columnistas: la combinación más corrupta de una «organización criminal», según el juez, con nulo esplendor y muchísima bajeza para la España democrática que vivimos y desvivimos sin parar.
Durante los momentos dramáticos de la dana de Valencia, la conducta del tirano ha sido a todas luces de ofensiva porque «no nos preocupa la situación», decían. Pero hoy sus efectos siguen siendo pertinaces y monstruosos porque la política del Gobierno sanchista no hizo los deberes ni antes ni después. Los muertos sepultos e insepultos siguen ahí apuntando a esos errores de los que nadie quiere ser responsable. De aquí su rumbo ofensivo, de ataque, de pugna política, agreste, incivil, de ofender, y de echar las culpas a otros. Incluso a las víctimas, como hizo el viernes pasado la impresentable Ministra de Defensa, la señora Robles.
Ante la galerna Aldama, la postura del tirano está siendo la contraria: la defensiva, numantina, de resistencia a toda costa –es un «personaje», «menuda inventada»–, y la de un terraplén sin asideros. Al ser tan recientita, por ahora no hay muertos políticos. Los habrá más adelante, y puede que alguno sea ejecutado al amanecer. Razón: en cualquier mafia –y la de Sánchez copia a don Corleone– los delatores o arrepentidos son eliminados mientras un niño recién nacido recibe las aguas bautismales. Muy de película. A esto lo llamaban los clásicos de una manera muy limpia y democrática: barrer «pro domo sua», para su casa.
Dos actitudes –la del atacar y la del defenderse a ultranza– que, a la postre, jalonan una inmensa debilidad democrática, pues confluyen en la misma sinrazón de la mar océana: ambas son letales para cualquier tiranía en ejercicio. Atengámonos a estas dos vertientes que, como sajaduras, nos atenazan y cercenan. ¿Hemos olvidado tan pronto con qué ínfulas volvió Sánchez de la India cuando la dana ya era una cuestión de prioridad criminal, y aquí todos, o casi todos, ya le acusamos entonces de absentismo laboral y algunos incluso de usurpador de funciones?
En su ofensiva mayestática, pensó que su deserción era tan necesaria para la colmena que ésta le aplaudiría a su vuelta como una reinona porque sin él no cabe actividad fabril y todo se reduce a desconcierto. Se enfrentó a la realidad de la dana como si fuera el dios más fiero del olimpo indú: distante, sin empatía con las víctimas, alejado del dolor, y señalando el camino del atacante en estado de gracia: «pedid», dijo a la autonomía valenciana, y ya veré qué os concedo, dependiendo de la forma en que me lo imploréis.
Y así , como defensor de la fe woke, abroncó al Rey porque se embarró con las víctimas, se inventó un ataque fascista que nunca existió, hizo de las justas protestas de la gente un delirio desbocado de la extrema derecha y del bulo permanente, felicitó a la Confederación Hidrográfica del Júcar por su labor de zapa, por su inacción y desinformación permanente y a cuentagotas, y con las mismas se recluyó en el palacio de la Moncloa con sus pares para preparar su viaje a Bakú y a Brasil con una consigna olímpica: «el cambio climático mata», pero yo estoy aquí para salvaros de esta debacle que os merecéis. ¡Qué engreimiento el de este mortal tan necio!
La defensiva del tirano frente al huracán que acaba de desatar Aldama –el delator y comisionista que está poniendo en un brete al asaltante de las esencias democráticas en la nación más vieja de Europa que es España–, no es más que el último capítulo de un autócrata corrupto y sin principios que quiere convertir su causa en una histeria colectiva. En este momento Sánchez y el sanchismo son el foco de corrupción y de asalto que, de confirmarse, los llevaría –si es que la Justicia existe más allá de un Tribunal Constitucional y de una Fiscalía General del Estado que están al servicio del régimen– a la imputación, al banquillo, y a la cárcel. La histeria, por tanto, no es una metáfora de columnista, es la realidad que empantana las moquetas de los palacios y que satura las noticias de los medios.
Los viejos trucos son ya tan inservibles como las apelaciones del tirano para cerrar filas en torno a su corrupción sistémica y cortafuegos retóricos. David Hume –el empirista de mi juventud– ya nos previno contra este modo de hacer política con una reflexión tajante, que forma parte de su Idea de la mancomunidad perfecta: «que la virtud, el saber, y el amor a la libertad son cualidades que desencadenan la fatal venganza de los inquisidores» y de los tiranos de todos los tiempos. Y añadía: «cuando las mismas son destruidas, dejan a la sociedad en la más vergonzosa ignorancia, corrupción, y sometimiento». O sea, sanchismo en estado puro, tiranía en la cuerda floja.