Diario de Valladolid

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De niño nos decían que los santanderinos teníamos dos caras. Por lo visto, era por los dos rostros del escudo de la ciudad, que era novia del mar. Ambos rostros eran de santos, Emeterio y Celedonio. Por lo tanto, ya de chiguito tuve claro que el mundo tenía dos caras. Siempre había dos partes, una de color y otra, en blanco y negro. Los había con y sin juguetes entre la chavalería. Incluso, con y sin zapatos. Te dabas cuenta de quién era rico y quién lo pasaba mal de verdad. Y luego, los de un lado y otro. Los de Franco y los rojos. Casi hoy hay que cogérsela con papel de fumar solo al exponer el matiz. Como antes, pero al revés. Y así hasta mediados de los 70, cuando tuvo lugar el espejismo que tanto maravilló al mundo de una España que se reconcilio, sin más, y abrió la puerta a la democracia. De par en par. Y todos aprendimos a nadar en ese lago azul. Poco duró la alegría en la casa de todos y, como si de un huracán se tratase, todo se vino abajo. La reconciliación dejó de reconciliar y, otra vez, las dos caras a escena. Mirándose retadoras. Nos dividimos en dos o más dentro del territorio del Estado y ahora se nos acumula el trabajo. Vivimos la época de las divisiones, de los sobresaltos, de los cambios de opinión, de los giros a la izquierda y a la derecha de una misma sociedad que vota al viento que sopla, a veces sur y otras del norte. Y es que aquí siempre es así. La España fría y la caliente, la de interior y la de costa y, aunque menos, la rica y la menos rica. Qué facilidad tenemos de inclinarnos a un lado peligrosamente y hacer la misma operación al sentido contrario a la vuelta de la esquina. Nos falta equilibrio emocional. Y el castigo llegó. También existen dos Europas. Y a ver quién es el guapo, el “geo-listo” y el politólogo que lo cuestionan. La que se está liando en el sanedrín de Bruselas. Es tal el cúmulo de acontecimientos que se nos agolpan que no da tiempo ni abrir ni a cerrar la batipuerta. Pero ahí está, como una corriente que no para. Y lo más interesante es que las dos Españas, o más, y las dos Europas, o más, ahí siguen sin que parezca que pasa algo. Es más, parece que no pasa nada. El común gasta y gasta. El personal consume y consume. Da la impresión de que tenemos siempre un Tezanos a favor de la buena vida, un pelín cara. Eso sí, los tractores, la despoblación y los cambios en el espacio rural que deberán paliar los daños de tanta norma europea que decidió por nosotros y se equivocó, a juicio de las urnas. Esto es lo que a algunos nos trae de cabeza. Nunca nos tocó vivir una época donde las turbulencias y las calmas chichas conviven en un incomprensible compás de espera. Me pregunto hasta cuando, desde dónde y quién será el que pase lista de lo importante, de lo vital de una cara y de la otra.

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