Diario de Valladolid

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De camino hacia la plaza Mayor un chaval pasea dos perros, encadenados a su collar. Vida perra. Esa prisión extensible permanente… Los canes hacen sus necesidades y, con sus patas traseras, simulan que escarban y tapan sus excrementos. Todavía (llegará, no se preocupen) nadie les ha enseñado que las baldosas de piedra artificial no permiten el desarrollo de algunos de sus códigos genéticos. Y lo que les queda. Vendrá el día en el que aquellos perros de la bandeja trasera de los coches muestren mejor la verdadera naturaleza de unos animales a los que se usa para un disfrute que arruina su modo de vida. Mi mente tan solo tolera a los perritos urbanitas que hacen compañía a los ancianos. Bajo la máscara del acogimiento se crean seres sometidos a una vida indigna.

Llego al ágora vallisoletana y me siento en la terraza del bar que se ubica bajo los soportales. Es pronto, demasiado quizá, y tan solo hay otras dos personas en una mesa. En este establecimiento, hace 20 años, ETA colocó una bomba. Contemplo el amplio escenario de la plaza, en la que un emperador español alanceó a un toro de lidia. Y me detengo en el aspecto, de clásica y sólida arquitectura del Ayuntamiento. En la esquina más cercana a mi posición, en la primera planta, se sitúa el despacho de alcaldía.

Hoy –por ayer domingo-, se celebran las elecciones vascas. Una gastronomía electoral más picante que en otras regiones españolas. Al pil pil. Quien, ahora ministro, fue alcalde de Valladolid, Óscar Puente, mostró no hace demasiado tiempo su admiración por los muy progresistas y democráticos que son los de EH Bildu, formación en la que pistoleros, delatores y demás infectados morales, presentan la lista de su comando electoral. Que puede imponerse en las votaciones. Fruto de dejaciones gravísimas de políticos de toda estirpe y de una sociedad de rasgos sectarios en una proporción no menor.

Esos que llamaban y llaman ‘txakurras’ (perros) a las personas cuyo trabajo es la seguridad de la sociedad, y que cobran del Estado español. Bilduetarras que para Puente son ejemplo de progresismo y democracia. No se trata de afearle al ministro las palabras. No. Se trata de agradecerle que nos vayan aclarando (¡ya era hora!), que el progresismo no contiene nada bueno de modo natural, y que en la democracia caben incluso los que cambiando de collar siguen persiguiendo los mismos fines fascistas (y comunistas, claro). Eso sí, ahora al menos pasan por la caja de Hacienda, pues, que se sepa, el ‘impuesto revolucionario’ no tributaba.

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