Diario de Valladolid

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BUSCABA un titular para un campo eléctrico. Para ese desbordamiento de energía de bajo coste. Dicen. Necesitaba un buen título para introducir el texto principal sin purpurina. Apareció de pronto. Era ese, no puede existir otro mejor: Luces de la ciudad. ¿Os suena aquel millonario que cuando estaba sobrio era un pieza de cuidado y si estaba ebrio era un amor? ¿Y aquella bella, dulce y tierna cieguita que vendía flores en la esquina de una ciudad pendiente de un desahucio injusto? ¿Y ese vagabundo sin hogar que andaba a las «tres menos cuarto» y movía su bastón como una hélice trastornada con su mano, mientras el sombrero saltaba sobre un bigote en zigzag y una cabellera electrizante, todo ello envuelto en ropa vieja y con pajarita? Daba saltitos al andar. Pasos que son historia del cine.

Una peli de una ciudad en blanco y negro con pocos ricos y muchos pobres y con la sintonía de nuestra Violetera. Cambio de giro. Media vuelta. A por el campo eléctrico y sus millones de lucecitas. Bombillas analógicas, ilógicas y robóticas se encienden al caer el sol. Y toman las calles de la ciudad, de todas ciudades.

Desde el dron, solo una pequeña parte brilla y tintinea, el resto penumbra. Es un virus que va a más. A peor. Se pegan los consistorios por subir más alto y sumar lucecitas. Hay quien asegura que para octubre podrían volver a encenderse. Al tiempo. Tanta luz ciega y estorba. Y, por lo general, dice poco o nada con el motivo de su encendido. Nos sugieren filigranas y geometrías sin fuste ni muste.

Y el gentío se adormece elevando los cuellos al cielo de la ciudad. Ni me motivan ni me gustan. Me molestan. Y no es porque uno sea más de nacimientos, que lo es, pero tanta luz me parece innecesaria. Paso por el árbol que ya se nos ha hecho huésped y por el gordito de gorro rojo y barba blanca. Tiene algo de entrañable. Asumido. Hice de Santa. Pero un servidor se decanta por el belén, el pesebre con su buey y su mula, sus pastorcillos, la Virgen, José y el niño que está en la cuna. Y los tres Magos. Fui Melchor una noche. Un nacimiento luce en cualquier rincón de la ciudad rica o pobre.

Y no gasta luz. A veces pienso que todo esto de las luces en las ciudades, en Navidad, esconde una trama maquiavélica, que hasta Saramago lo habría incluido en su ceguera. Estas luces capitalistas y derrochonas, lejos de iluminarnos, nos abducen, nos obnubilan. Nos impiden ver al niño que muchos llevamos dentro y que, a pesar de los tiempos que corren, como todo lo que viene de la infancia, conserva un recuerdo puro, tierno y feliz. Confío en que algún día, como en la peli del genial Chaplin, se nos cure la ceguera y, como la florista, recobremos la vista y descubramos que tanta luz no ilumina, sino que nos ciega en Navidad.

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