Diario de Valladolid

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Teniendo en cuenta como está el patio, me dispongo a escribir sobre el urogallo. El último romántico de los bosques cantábricos. No hay color. Siempre es preferible este apunte con plumas y pico que sacar las garras para cantar las gestas del amnistiado y su amnistiador. O sea, entrar en la amnistiada, también conocida como el perdón de los pecados. Vayamos al grano, pero sin esconder el ala: Viva España y Portugal. Y ahora, a lo nuestro. Porque el urogallo es más nuestro que de nadie. Y más que lo va a ser. Somos los que mecemos la cuna, la incubadora, cuidamos la temperatura de sus huevos y damos de comer arándanos a sus polluelos. En fin, somos los salvadores de los últimos urogallos. ¿O no? Y sin darnos un pijo de importancia. Que la tenemos. Aluciné la otra tarde en un lugar de las montañas de León, de donde venía el linaje de Miguel de Cervantes. Esto es para despistar a los que ningunean a la lengua castellana. Aluciné porque fue como entrar en otra dimensión. Sí, como en la de Spielberg, pero con los huevos, cercas y criaturas en plan jurásico en miniatura. Todo de verdad, sin fantasía. En medio de un robledal donde asoman pimpollos de abedules, ladra el corzo, hociquea el jabalí y merodea el lobu en la noche fría. Y si no, no tardará. Tranquilos, que la valla está electrificada; los laboratorios, vigilados; y a buen recaudo los aparatos, las máquinas, los ordenadores y los voladeros. Con un retén de guardia de científicos, biólogos e ingenieros, que están salvando de la extinción al último romántico del bosque. Es caro, pero fructífero lo que estamos haciendo con el urogallo. Y no nos damos importancia. Si lo pillan en Alonsótegui o en Amer tirarían cohetes. Aquí no hacemos ruido ni utilizamos pólvora, porque los urogallitos son tiernos, delicados, asustadizos y, como buenos románticos, de corazón frágil. Más del 85% de esta especie protegida está en las montañas de León. Quedarán unos 200, más o menos. Nosotros garantizamos su pervivencia. Mi nieto, gracias a lo que estamos haciendo por salvarle, conocerá al urogallo. “Un pajaru grande como un gallu”. Enigmático y fascinante. Pero inocente cuando se enamora a la luz de la luna, en los claros del bosque, cuando, en época de celo, grita al amanecer y llama a las hembras, que vienen siempre, y con las que copula a placer en su cantadero. Su caza está prohibida hace décadas. Las “urogallas” tienen la mala costumbre de poner los huevos en el suelo y, con tanto listo protegido en los bosques, se los comen. Pero ahí estamos nosotros para proteger a los polluelos del urogallo. San Antonio bendito, depósito de bondades, diles a los jabalíes y a los otros animales que nos dejen los huevos en paz.

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