Diario de Valladolid

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SÁNCHEZ nos quiere televidentes, sin preguntas, con alivio, y votantes. Así que la frivolidad se ha impuesto como el artículo más importante de la Ley Trans. ¿No se lo cree? Ni yo. Pero a los hechos me remito que son bien claros: seguimos otra semanita con la juerga y con la tragedia dentro de la Constitución, claro está, y con la investidura con amnistía pura y dura, según unos, o con la investidura con amnistía anestesiada y con tos, según otros.

Esta pelea de investidura y amnistía a todas horas la viví hace muchos años por algo que realmente merecía la pena: por el advenimiento de la democracia y de la libertad. Esto de ahora, como planteamiento renovador y frankensteiniano, me parece una jarana, una de aquellas impresionantes melopeas que pillaban los quintos de mi pueblo el día de las ferias. Aquellos muchachos se daban el codo o la mano para demostrar a los abstemios que les daba lo mismo caerse de culo o de bruces. La cuestión era alimentar la cogorza con más vino y calimocho, y con más paridas como… como si estuvieran enchufados al tonel de Bob Esponja o de Calomardo.

Con el mismo ruido de resaca, y de cantina bajo el mar, escucho ahora la escurribanda de la señora Ministra, y portavoz del Gobierno, llamando «golpista» al señor Aznar porque no está de acuerdo y pide gente en la calle contra la supuesta amnistía que proyecta Sánchez. ¿Qué va pedir el ex, un traguito de cazalla para dormirla? Lo de esta señora, siendo benévolos, parece la gansada de una mitinera paticoja que cofunde la velocidad con el tocino, y la bota con la pota. Otro tanto pienso de la zurribanda de la ministra, María Jesús Montero, diciendo que «en este PSOE el que se mueve sí sale en la foto». Qué falta de seriedad con la historia de un partido y con las cosas de beber. Señora, que la embriaguez en directo no se mide por hectolitros, sino por un chupito como mucho y éste puede ser fatal para caerse al suelo patas arriba.

Y claro, como soy vidente televisivo que no sordo en barbecho, también me hago eco de los distintos comentarios y actos con sacramenta –melopea sin distingos entre lo humano y lo divino– que hacen los sanchistas de la nomenklatura en nómina tanto dentro del Gobierno como los que pueblan y tensan las instituciones. Me asuntan, la verdad, pues parecen funcionarios de la amnistía y adictos al refrán popular que aplica leña al mono: a la res vieja, alíviale la reja. Todas las eses que hacen describen los distintos conceptos por los que, puntualmente, cobran dietas con lancetas.

Lo más terrible es que todos, o casi todos, salen a la palestra por unanimidad, ahorcando a todos los que fueron sus padres políticos y que hicieron del partido socialista una esperanza de la España democrática. Un respeto, señores imperiosos del nuevo Santo Oficio. Estos caballeros respetables a los que ustedes ahora tanto desprecian, castigan, humillan, señalan, excluyen y persiguen, en la Transición nos hicieron a muchos socialdemócratas o lo que algunos entendíamos como un socialismo humanista, comenzando por Jorge Guillén y terminando por Rosa Chacel.

Así que un respeto, reitero. Primero porque avergüenza escuchar a estos mercenarios de la Wagner sanchista que los valores democráticos de la Transición son el producto de un fascismo o de un franquismo tutelado. No señor. Fue la causa unánime de una juventud por la libertad. Yo creí y voté a ese colectivo sin borracheras, y sin más consignas. Y segundo, y más respeto todavía: me asquea profundamente esta crueldad encanallada que se empeña en buscar un alivio para los golpistas y terroristas, supremacistas y ladrones, suprimiendo a los demócratas de la faz de la tierra y de las libertades. Esto sí que es un golpe de lesa democracia y de una inhumanidad despiadada y cainita: «por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es tan severo como un hijo juzgando a su padre», señalaba Jardiel Poncela en uno de sus dramas.

Pero con esto, señores, no acaba esta merluza en riadas. Les juro que aguanto también esta llorona del Marie Brizard con un estoicismo modélico. Me refiero a los comentarios de los cronistas áulicos del sanchismo redentor tanto en la radio como en la televisión. Cosa fina. Mi vecina Carmina, que se ha pasado a los programas del corazón, lo ve muy lógico, y me dice que para no volverme un gilipollas prehistórico tengo que hacer lo mismo que ella: ver programas con el corazón «partío».

¿Será cierto? El caso es que leo y veo toda la morralla machacante de la propaganda sanchista sobre la amnistía y lo bueno que sería para la democracia ganar la investidura al PP, y... En este punto, mis dudas embarrancan con un Feijóo repleto de incertidumbre existencial y hamletiana, despistando al elector e instalado en el limbo de las improvisaciones letales. Así que vuelvo a estos cronistas tan guais del relato sanchista, y me parece que estoy escuchando a la abuela de Daniel Sancho, que espera «una videollamada» de su nieto desde Tailandia como si fuera el santo varón que despedazó el cuerpo de Arrieta. La señora, como si cantara una canción de cuna para la nueva saga de los Nibelungos, les dice dulcemente: «Espero que sí, mis queridos (…), espero que vuelva pronto. Daniel seguirá viviendo conmigo hasta que se case y esas cosas». Y ellos, tan sanchistas, se lo creen.

Pues así, con esta maravillosa pericada en rimas de pie quebrado –«mata, mata/, que el rey perdona» que se dice en El Corbacho– el relato de Sánchez, dueño absoluto de la Fiscalia General del Estado, del Tribunal Constitucional, del Poder Judicial, del derecho de gracia y de amnistía, y del BOE, encuentra acomodo con la ya anunciada «Ley de Alivio Penal» para cualquier golpista. Bingo.

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