Diario de Valladolid
Inocentes criaturas. E.M.

Inocentes criaturas. E.M.

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Qué tomadura de pelo, señoras y señores! 35 días después de las elecciones municipales y autonómicas volvemos a votar encabronados con unos políticos que aseguran que no hemos entendido sus mensajes. En consecuencia, muchos de esos políticos de la izquierda divina, y no pocos de la derecha divinizante, quieren vendernos para el 23 de Julio –al unísono o al desconcierto–, que esas eleccioncitas en masa que tuvimos «de mierda» –como tan bella y descriptivamente las calificó el Presidente del Gobierno desde su palacio en la Moncloa en la noche aciaga del 28 de mayo–, prácticamente no han existido.

Y como no han existido, o no nos hemos dado cuenta que viene a ser lo mismo, pues quieren cortarnos un traje de primera comunión a la medida para las mentes de unas inocentes criaturas. Así que algunos, ante la operación bancaria fallida del 28-M –que esto es lo que fue para ciertos políticos–, han pasado directamente a la acción: sacar de quicio a los votantes con otras elecciones de infarto para el 23 de Julio a cuenta del contribuyente.

Un sistema diabólico de sacacuartos para tontos de solemnidad que ya en 1528 soliviantó a La Lozana Andaluza con estas palabras dedicadas a los políticos de su tiempo como si fueran escarabajos peloteros: por el camino «¡vais oliendo a mierda perfecta!», majos. A este corte de mangas se unió su compañera la Salamanquina, que era mucho más pragmática con los dineros: «Mira puta… yo te los sacaré mañana cuando jugaren, al primer resto. ¡Sús, comamos y triunfemos, que esto nos ganaremos! De cuanto trabajamos, ¿qué será? Ellos a joder, y nosotras a comer, como soldados que están alojados a discreción». Textual todo.

El textito literario será todo lo desvergonzado que se quiera, pero es del Siglo de Oro, señores, tal y como entonces se hablaba y se transitaba por los andurriales soldadescos y del puterío político. Ahora, como todo está degradado hasta el cuajo del calostro, pues oímos por ejemplo cómo Yolanda Díaz, anegada en una olla de arroz con leche, llama «pibón» a Sánchez y qué sé yo… nos parece jodienda en tetrabrik de don Simón, mejorando lo presente.

Quiero decir que, literariamente y como votante, no me hago ilusiones, que el símil no funciona ni de coña para las elecciones del 23 de Julio. Y no funciona porque gran parte de los políticos de hoy son titos bernis: cántaros panzudos, michelines de progresismo en bancarrota sin género ni número y sin raíz cuadrada. Todos van de primera comunión con la escobilla del sanchismo «a discreción». O sea, les falta ese look de puteros que, pasados por La Lozana Andaluza, saben que no hay que pactar con «los bofes del tocino» porque dan tales náuseas que, a pie de catre, sólo hay un remedio casero: «darles unas pasas que les quiten el hipar y no se ahoguen». Qué gran maestría la de doña Aldonza, que así llamaban en la intimidad a la Lozana.

Y si digo que esto no funciona literariamente hablando, políticamente, como votante, es una decadencia de flojedades y de lifting cuesta abajo, que tampoco se traga ni el más «pintao» porque en verdad no veo ningún remedio a mano. Y encima nos quieren a todos militantes, ir a las urnas cuadrados, y con el preservativo marca de la

casa. Un respeto, señores. Hasta ahí podríamos llegar. ¿Acaso ignoran los políticos la evidencia y la calidad de nuestro voto? ¿Ignoran que el 28 de mayo hemos votado, masivamente, a unos sí y a otros no, dependiendo exclusivamente de lo que nos dé la real gana, y que no vamos a cambiar ahora por una arroba de melaza?

Item más, ¿ignoran estos politicastros de «lunar postizo» y «de bolsa ajena sin fatiga», que por ser sólo votantes sin cartera no sabemos lo que es un pacto en política? Lo sabemos muy bien. Sabemos por el derecho romano que «pacta sunt servanda», que lo pactado obliga; sabemos por San Agustín, en sus comentarios al Génesis, que los cristianos no deben pactar con «astrólogos», con «asesinos», con ladrones, ni tampoco con «profetas vanos»; sabemos por El contrato social de Rousseau que «los hombres, pudiendo ser desiguales en fuerza o en talento, se hacen iguales por convención y por derecho contractual»; y sabemos por Churchill a qué se parece un político a la hora de pactar cuando decía: «Los perros nos miran con admiración; los gatos nos miran con desprecio; y los cerdos nos tratan como a iguales».

Vaya si lo sabemos. Los españoles tenemos una larga trayectoria de pactos desde que inauguramos la democracia con la Constitución en 1978. Incluso tenemos un dicho modernísimo, remedando al refranero tradicional: dime con quién pactas y te diré con quién gobiernas. Y lo más grave y terrible de todo: con ello te diré lo que realmente eres. Así que sí, y hablemos a cara descubierta de una vez por todas: el 28 de mayo votamos pactos porque absolutamente ya creemos en muy poco o en casi nada.

Sabemos que Sánchez pacta –aunque jure y perjure lo contrario– con filoetarras, independentistas, separatistas, okupas, anticapitalistas, ecolojetas radicales, anticonstitucionalistas, y con esa nutrida caballería de zetapés que tienen a lo anti español como mamotreto de referencia. Sabemos que Felijóo pacta con Vox, aunque se olvide de ello en Extremadura, en Murcia, en Cantabria o en Aragón. Es decir, básicamente con la Constitución, el constitucionalismo, y con los complejos de un centrismo que apenas dan «para quitarse el paño de la cara», que decía la Jacomina en La Lozana Andaluza. Y no tenemos más opciones para el 23 de Julio que las que apuntaba doña Aldonza: si quieres, vota «a quien quiera desembolsar diez, pues yo no pienso poner nada que no fuese claro y a ojos vistas». Pues hasta aquí hemos llegado.

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