Diario de Valladolid

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TODAVÍA EMOCIONADO. Sobrecogido y orgulloso de vivir y beber en esta tierra de tierras. La jornada científica y culta sobre la indumentaria tradicional, celebrada en Zamora, es posiblemente uno de los rasgos culturales de mayor trascendencia en la agenda regional. Por todo lo que allí pasó, «por lo que trajon y dijon» los sastres del traje de la cultura. Qué derroche de buen gusto, qué arcano de conocimiento y colorido. Tela, mucha tela. Ritual fue el título.

Otro título: Mascarávila, que se sumó a mis desvelos sentimentales. Ocurrió en El Fresno, puerta del valle Amblés. Sintonía bronca de cencerros. Desfile cargado de ritmo y rito, con fundamento antropológico. Es la máscara, el careto de un pasado lejano que ha vuelto. Cada día que pasa, tengo más dudas de fe ante la diosa cultura. Divinidad cuyo manto es tan voluminoso que, muchas veces, lo culto se oculta en los fastos de la supuesta cultura excelsa. Me pregunto si el músico, el novelista, el pintor, el cineasta y la que canta y todo eso que envuelve la vanguardia y el surrealismo del tercer milenio y sus acólitos es de verdad la supremacía cultural con mayúsculas. Lo evidente es que en todas esas ramas del árbol invierte a mogollón el erario, de la caja del común. Y siempre es poco.

El pastel presupuestario, por lo general, se dirige a estos campos virtuosos de la cultura con mayúsculas y telediario. Da miedo pisar surco del arte, el libro y la partitura a sabiendas de que me observan comisarios, concejales, diputados, ministrables, jefes de servicio y ojalá sean más los gestores culturales. Tan necesarios. Un servidor, al que se le han hecho huéspedes los kilómetros en las ruedas romas de tanto rodar, tiene dudas existenciales y, al mismo tiempo, un cabreo descomunal sobre la forma de tratar la cultura de raíz. Con toma de tierra. La que armó el mecano de la sociedad rural antes de que silbaran los nuevos molinos al viento en la paramera y la luna no necesite lavajo para mirarse porque el espejo de las placas solares prefiere al sol. Me sigo cuestionando en qué varilla del abanico está mi cultura.

La de los míos, la denominada tradicional, la costumbrista, la arquitectura popular, la de la indumentaria, el rito y el folclore, la canción popular y la romería comarcana que sigue atrapando la fe y el corazón de sus gentes. Si tenemos en cuenta que todos los partidos y partidas de prometedores electos nos hablan de cultura, cultura y cultura… creo que es ahora el momento de hacerse un hueco. Tomo nota de todas las promesas electorales que se están escuchando estos días a lo largo de este impresionante arcano geográfico y cultural de nueve provincias, El Bierzo, La Raya con Portugal, sesenta comarcas bien definidas y las lindes, que también son nuestras. Y me visto muy despacio porque tengo mucha prisa.

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