Diario de Valladolid

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IMPOSIBLE imaginar el estado de postración, de humillación y de indignidad, al que ha llegado Sánchez con la cumbre «de alto nivel con Marruecos». ¿Cumbre, alto nivel, o simple ópera bufa que puso en candelero el Parlamento europeo el 22 de enero porque Marruecos no respeta los derechos humanos y la libertad de prensa? Llámelo X. Pero seamos serios. Eso más bien parecía un cuadrilátero de boxeo en el que el zumbado de Sánchez recibía guantazos por todas las esquinas. La cumbre de un abismo sin fondo.

¡Qué combinación de golpes en directo! Desde un rincón, el gancho izquierdo por parte de Podemos ausente, pero flanqueado por más de 400 violadores beneficiados por la Ley del sólo sí es sí. Enfrente, el gancho izquierdo de Albares animando: ¡resiste, Presidente, que aún te quedan muchos sapos por tragar. A un lado, la impactante derecha del primer ministro marroquí impávido. Y en el otro rincón, el retrato de Mohamed VI con su derecha noqueadora apuntando desde Gabón al hígado de Sánchez y advirtiendo: tú mira a la Meca, y no te quejes, plebeyo parlanchín, que yo sé bien de qué pie cojeas.

Inenarrable. Lo más parecido a esto, históricamente hablando, tuvo lugar en el 321 antes de Cristo entre romanos y samnitas. Nos referimos a la célebre Batalla de las Horcas Caudinas. Fue tan ignominiosa la derrota de los romanos, que Cayo Poncio    -el caudillo samnita-, se recreó con un cruelísimo ultraje que se convirtió, posteriormente, en la referencia humillante para cualquier tipo de batalla. Obligó a todos los vencidos     -desde el general al último de los soldados, en pelotas unos, y el resto desarmado y con la cabeza gacha y reptando- a pasar de uno en uno por dos horcas clavadas en la tierra y unidas por una pica horizontal.

Cruel historia, pero con ciertas diferencias en relación con lo sucedido la semana pasada en Rabat. El senado de Roma, en sesión monográfica, rechazó de plano todas y cada una de las cláusulas que se firmaron en una claudicación tan deshonrosa. ¿Qué ha hecho en España el Congreso de los Diputados con los «74 puntos» de las Horcas Caudinas que firmó Sánchez el jueves -que afectan a puntos estratégicos de fronteras y de soberanía nacional- como si fueran el acta fundante de una «dinámica apertura, progreso y modernidad»? Hasta ahora nada. Feijóo ha señalado una evidencia constatable: que «somos humillados por Marruecos». Xa o sabiamos, que dicen en gallego.

Ante el bochorno sonoro de las Horcas Caudinas, el pueblo de Roma se lanzó a la calle, exigió el relevo de los jefes militares, dio la espalada a los vencidos, se negó a seguir el juego de los políticos progres -que ya entonces había muchos en aquel ilustre senado-, y reivindicó claridad de los hechos con un estruendoso corte de mangas: que no, señores, que no, que una cosa es pasar por los horcas caudinas, y otra muy distinta que las aguas de la corrupción atraganten el gaznate. El pueblo español, desde su burbuja, se ha enterado de refilón de las Horcas Caudinas del sultán de Marruecos, está lleno de sospechas sediciosas, y señala a Sánchez en caliente: quien busca la humillación de España, acaba encontrándola.

Lo cierto es que en las modernas Horcas Caudinas del sanchismo redentor en falcon, no hay apenas narración ni grandeza ni relumbrón ni amago de dignidad ni nada. Sólo esa clase de humillación gratuita y sectaria que incluso don Diego -el padre de don Juan Tenorio en el drama de Zorrilla- se resiste a creer, pues ni una paternidad responsable como la suya es capaz de soportar este matute de la infamia: «(¡Que un hombre de mi linaje/ descienda a tan ruin mansión!/ Pero no hay humillación/ a que un padre no se baje/ por un hijo. Quiero ver/ por mis ojos la verdad/ y el monstruo de liviandad/ a quien pude dar el ser.)». ¡Pues créaselo usted, don Diego!

Este Sánchez Tenorio -hijo de sus entrañas- se ha instalado en una soberbia de proporciones dramáticas. Ya ni sabe, ni quiere saber, qué es verdad y qué mentira, qué humanidad y qué bruticie, qué democracia y qué tiranía, qué humillación y qué un signo de nobleza o de bondad. Con los oídos taponados, ya se niega a escuchar las verdades del barquero de Sancho Panza cuando aquellos duques malvados le ofrecían el gobierno de la ínsula Barataria sólo para reírse y humillar a conciencia a un hombre de baja cuna. Otro gallo nos cantaría a los españoles, hoy lunes 6 de este febrerillo loco, si Sánchez hubiera recurrido a esta arenga sin desperdicio que hace Sancho en el capítulo XLII de la segunda parte del Quijote:

«Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador; porque ¿qué grandeza es mandar a un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas que, a mi parecer, no había más en toda la tierra? Si vuestra señoría fuese servido darme una tantica parte del cielo, aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo». ¡Qué grandeza, madre mía!

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