Diario de Valladolid
.- E. M.

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Antonio Piedra

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QUÉ BERRINCHE mi psicólogo: ¡Oye, Antonio, que muy de mañana me ha llamado tu vecina como si mi consulta fuera una sucursal de Cofidis! Lo siento, respondí. Carmina me había pedido mil veces su teléfono y ha cumplido la amenaza porque, como muchos españoles, tiene el síndrome del confinado: que un psicólogo te escuche on line de madrugada y gratis para arreglar sus problemas matrimoniales. Bueno, ¿y qué te ha dicho mi vecinica? Pues lo que tú cuentas en las columnas: que su marido está desatado, y que la trata «a cara de perro» cada vez que se cruzan por el pasillo.

¿Y qué le has recetado? Pues imagínate, como estaba medio dormido, lo primero que se me ocurrió: que tuviera mucho tacto. No sé qué entendería, el caso es que me preguntó que qué significaba tacto. Para explicárselo acudí al símil del Gobierno, que es lo más socorrido últimamente en psicología, pues todo se reduce también a poner cara de perro al que disiente. Y me dijo tu amiga: o sea, que el tacto es una especie de colina que hay en Albacete, ¿no? Eso mismo, señora.

Total, que por primera vez en la vida coincidimos en algo Carmina, mi psicólogo, toda la oposición, y el que suscribe: ojo con Sánchez y su Gobierno, pues en la cama del can no busques el pan ni en el hocico de la perra la manteca. Muerden. Sánchez incluso va más allá todavía. Para mantener su camada frankensteiniana está dispuesto a poner un bozal a quien ose acercarse, o reducirlos a la condición del escarabajo que decía Petronio en el Satiricón: hasta que «cojan con los dientes una moneda en el estiércol».

Sólo hay que ver a la Fiscal General del Estado que ha usurpado el título –nada más el anuncio, claro– de esa genial obra del teatro clásico español, de Rojas Zorrilla, titulada Del rey abajo, ninguno. Se quiere cargar a un tiempo a la Monarquía, a la Guardia Civil, a los forenses, a los jueces que libremente instruyen, a los que denuncian el coronavirus, a los que saben contar las listas de los muertos, a los que no gritan ¡viva el 8-M! al sentido común, y a media España que pase por allí. El aviso está dado: «Cave canem», ojo con el perro,  que decían los clásicos.

Con estas ínfulas aulladoras que dan por hecho que cuando la Fiscal General amanece en su despacho para todo el mundo amanece, a mí se me oscurece el alba. No obstante, antes de gritar ¡Viva la Fiscalía independiente de Sánchez! me dan ganas de silbar lo que aprendí en Hegel: que «el hombre que no lucha por su libertad no es un hombre, sino un siervo». Esto lo sabe muy bien el Vice Iglesias pero, ay, ya se ha olvidado de Hegel, y lo único que enseña es la dialéctica del lobo rabioso que defiende su chalet y su sueldo a muerte.

El panorama –desde el marido de Carmina, pasando por Sánchez , por la Fiscal General, por el Darth Vader Marlaska , por el ministro de Justicia, y por un larguísimo etcétera– es de un ladrerío de dios padre que nos tiene a todos en el alambre, pues aquí cada perro tiene una misión patriótica: agrandar la perrera. Y encima no podemos ni abrir la boca. Primero porque tenemos mascarilla. Segundo porque nos la cargamos por crispar. Tercero porque sólo decir buenos días nos dé Dios, que es lo que siempre se ha dicho, es como nombrar al diablo del facherío más fachendoso con visos de un golpe de estado.

Evidentemente, todo esto viene por la confinación que ha atrofiado del todo las pocas neuronas sanas que nos quedaban a los españoles. Sobre todo ha dañado seriamente a las del Gobierno que, de entrada, ya las tenía muchísimo peor que el resto. Pero la verdad es que en esta locura generalizada el ciudadano sufre y el Gobierno, como en las tiranías, con dar órdenes y poner el cazo amortigua los ladridos.

Por tanto, de la Nueva Normalidad ya tenemos, de momento, una certeza inapelable: que nos va a costar un ojo de la cara por lo que decía la pícara Justina: «en Castilla el caballo lleva la silla». Lo importante ahora es librarse de los mordiscos indiscriminados. Primero del coronavirus y sus rebrotes, segundo de la crisis económica, y tercero de la jauría gubernamental que cobra hasta la sombra de las mascarillas.

¿Hasta cuándo aguantaremos esta presión sin acudir al psicólogo cada mañana? No es fácil soportar en la misma sesión matinal al marido de Carmina, a un gobierno como el de Sánchez, y a una oposición que hace encajes de bolillo. No estaría mal que viéramos los documentales de las tres comidas al día que, según Errejón , se zampan cubanos y venezolanos entre pecho y espalda. Yo he estado en Cuba muchas veces y, la verdad, sólo vi que hacían una pequeña y con mucha agua del grifo. Eso sí que es poner cara de perro.

¿Llegarán tiempos parecidos a la España sanchuna? Puede, pero algunos ya estarán pagando las consecuencias, y otros se acordarán de don Juan Tenorio cuando le hablaban del futuro: «¡Qué largo me lo fiáis!». Yo me conformaría, como esperanza empírica, que se restaure la vieja normalidad en la que, al menos, dormíamos tranquilos y, sin saberlo, nos creíamos lo que decía un poeta de verdad como Jorge Guillén: ay, «cuando yo era feliz de nacimiento…».

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