Diario de Valladolid
Bird cage on a round table and a black bird flying away. Vintage engraving stylized drawing. Vector illustration

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Antonio Piedra

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COMO APENAS pego el ojo de noche, ayer a las ocho llamé desesperado a mi psicólogo. Curiosamente, él tampoco duerme. Así que esta vez coincidimos los dos en que Pedrito, El Bulos, sólo ha dicho una verdad en su vida: cuando afirmó que no podríamos dormir los españoles si los de Podemos entraban en el Gobierno. Pues nada –advirtió–, nos toca aguantar, y a ver qué votan los españoles para la nueva tanda de consultas psiquiátricas. Y sin más colgó, y yo seguí con los ojos de plato.

Y aquí me tienen –tras la resaca del Día del Libro sin libros y de un Villalar sin campa–, deambulando por el pasillo, y viendo alucinaciones en las paredes. Lo mismo le ocurrió a Don Quijote: «del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio». Yo me veo perseguido por Simón, El Zombi, y por Illa, El Sobrino de Frankenstein. Me ordenan que guarde distancias, y que me lave las manos. Las tengo ya tan despellejaditas como los de Portugal que, si no tienen muertos, será porque las dejan en remojo toda la noche, digo yo.  En mi eterna duermevela siento que me vigila la fuerza del mal de Marlaska, El Darth Vader español. Con traje de guardia civil, me prohíbe el derecho al pataleo que tiene todo confinado en las redes sociales. Percibo que quiere acabar con mi salud, con mi economía maltrecha, y con mi libertad. Ni siquiera me permite una queja o chiste por WhatsApp, pues lo cataloga como desafección o estrés contra el Gobierno.  Lo que más me impacta de mis delirios es que, a veces, me topo en el pasillo con mi nieto Marquitos, que aún no tiene tres años. El angelico me agarra de la mano para que le encienda la tele y, al ver a Sánchez en aló Presidente, repite como en los dibujos animados: ¡Pedrito, déjame salir! Lo grita muy bajito, no sea que lo detengan como le han dicho su madre y su abuela. Incluso tiene ensayado el tono para que los vecinos, afectos al Régimen, no se enteren y dejen en paz a toda la familia.   Menos mal que en mi locura del jueves apagué la tele a tiempo, y Marquitos no vio a Pablo Iglesias, El Emperador de Trapisonda, dando consejitos a los niños sobre juguetes y paseos colectivos. De haberlo visto, pobrecito, hubiera tenido pesadillas un año entero. Mi mujer entonces –que como militante duerme un poco más que yo– nos prohibió a los dos andar por el pasillo como pájaros sin cabeza: ¡hala!,  a merendar algo que a las ocho hay que aplaudir con ganas.

En estos frenesíes de ocho a ocho, es a la hora del desayuno cuando Marquitos se pone burreras, da patadas a las puertas, y repite su frase preferida: ¡Pedrito, déjame salir! Si él supiera el pollo que hay montado entre políticos, asesores, pediatras, publicista de pago, expertos urbanos y hombres del tiempo, respecto a la salida de los niños a la calle, no lanzaría un pio por simple rubor innato. Los perros salen a la calle desde el primer día de confinamiento porque no ha intervenido ningún experto, y porque se cagarían en el pasillo varias veces. Y claro, esto a Marlaska le huele muy mal.

Si todos los niños hubieran intuido razones tan sabias, seguro que habrían empezado a cagarse también en los pasillos tres veces al día, y el asunto estaría perfectamente resuelto. Con la poca cabeza que me queda después de no dormir, me hago esta reflexión: si este Gobierno arma tal desaguisado por un tema tan sencillo y elemental como dar una vuelta a un niño, y que una madre zanjaría en cinco minutos, ¿cómo va a resolver problemas de envergadura como el sanitario y el económico, o el de la dignidad y libertad de los ciudadanos?

Imposible. Ni siquiera en una espiral de locura como la presente. Tienen como fuente luminosa en asuntos de justicia y de libertades públicas a Marlaska, El Darth Vader hispano, que dice con todo desparpajo cosas que avergonzarían a un alumno que pasa curso sin haber abierto un libro, y que no ha reparado en la jurisprudencia que sienta don Quijote en el capítulo 22 de la primera parte: «me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres».

Por esto mismo, y aun tinieblas como ando, se me corta la leche y el café cuando oigo que este Gobierno oculta las listas del horror con más de 30.000 muertos porque les viene mal para su publicidad esta pequeña mancha en su currículum. La tostada ni la pruebo al ver cómo la Sexta habla de la otra tostada: la de Pedrito, El Bulos, haciendo con toda desfachatez «un sermón o plática, en mitad de un campo real, como si fuera graduado por la Universidad de París», que ironizaba Don Quijote.

Tras estas reflexiones sobre niños y sentido común, me rindo. Me siento en el sillón para ver si descanso algo, y nada… Se me impone Don Quijote con la firmeza solar de este texto que, seguro, no ha leído ningún miembro de este glorioso Gobierno: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no puede igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida». Esto mismo piensa Marquitos con sus palabras de niño: ¡Pedrito, déjanos salir!

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