Lunes de Pasión
Este Lunes es más de Pasión que nunca. Razón 1ª: más de 12 mil muertos son hecatombe. Si la lista de contagiados puede asumirse de alguna manera –que tampoco, pues pudo contenerse cuando llegaban avisos por todas partes–, la de fallecidos jamás. De aquí nuestro pesar por las víctimas y por el dolor de sus familiares en esta Semana Santa de auténtica crucifixión.
La razón 2ª hace hoy más insoportables las muertes. Las argucias ideológicas y sectarias del Gobierno tiran ‘patrás’, y ya se habla de negligencia criminal. Morir así supone una deshonra, pues anula lo que decía el derecho romano: «morte crímina extinguuntur», con la muerte se extinguen los crímenes. ¿Cómo dar carpetazo a 3 meses de insolvencias, mintiendo y falsificando, interviniendo haciendas y conciencias y la propia Constitución, y riéndose de nosotros en directo como hicieron la Ministra de Trabajo el jueves y el petardo de Sánchez el sábado? Imposible en este caso.
Mientras la impunidad y la incompetencia campean, los españoles vivos suspiran en este Lunes de Pasión por tener mascarillas, test, o respiradores. La respuesta masiva del Gobierno es vergonzosa y patética. Tartamudeando, baboseando, y aburriendo a las vacas, nos dicen que tranquis: que gracias a su gran sabiduría y buen hacer estas carencias básicas están a punto de colmarse. A estas tomaduras de pelo respondía el pueblo romano con un grafiti al dictador de turno: «mortua re, herbam facis», muerto el burro, la cebada al rabo.
Igual que a jumentos trata el Gobierno de Sánchez a la ciudadanía confinada. Prueba A: las ruedas de prensa antidemocráticas, calcos de la China comunista. Prueba B: el asalto y asfixia a la economía productiva para ‘medicinar a los muertos’, como ironizaba Propercio en sus Elegías, y que buscan un fin maquinado por Iglesias: llegar cuanto antes al narco-paraíso venezolano con la cartilla de razonamiento en la boca.
¿ Cómo acceder a este cuento caribeño y desestabilizador de la democracia española? Pues recurriendo fielmente a la historia. Cuando en Roma surgía una grave emergencia, el Senado nombraba a un dictador con poderes absolutos para dar órdenes, hacer leyes, imponerlas sin consenso, y acabar con cualquier disidencia. Ordeno y mando. Igual que Sánchez con la ley del Estado de Alarma, o estado de excepción, que ha rubricado la oposición democrática sin rechistar con inocencia en vena.
Sin escándalos y subterfugios, tenemos de facto un dictador. La palabra dictador es la más clara e invariable del diccionario a lo largo de todos los tiempos: del latín ‘dictator’ , «magistrado supremo entre los antiguos romanos que los cónsules nombraban por acuerdo del Senado en los tiempos peligrosos de la república para que mandase como soberano». Segunda acepción: «en los estados modernos, magistrado supremo con facultades extraordinarias como las del dictador romano». O sea, lo que es hoy Pedro Sánchez con 12 mil muertos: Coronavíricus dictator, o dictador coronavírico a tiempo completo.
Después de Franco, a Sánchez no le gusta el título de dictador en soledad estanca. Pero, al menos filológicamente, lo es. Por eso comparte dictadura, y en realidad señera, con Iglesias quien, más que un dictador al uso clásico, parece, directamente, un déspota bolivariano. El dúo Sánchez–Iglesias comparte un secreto inconfesable. Sueñan con Fernando VII. Ambos anhelan que el pueblo –en dictadura liberadora y feliz– grite a su paso lo que al rey felón tan deseado: «¡Vivan las cadenas!».
Pues nada, que se lo griten su tía la de las esposas o la de los grilletes. Una cosa es pedir a la ciudadanía unidad ante el Covid-19, y otra que el pastor-dictador nos convierta en ovejas. Las ovejas no están unidas: van en rebaño. La que se aleje, el pastor la reintegra al redil con los perros. Eso lo hacen ahora las terminales mediáticas subvencionadas por el Gobierno coronavírico: atacan con saña hasta que la oveja, perniquebrada, vuelve en actitud sumisa.
Lo más escandaloso de la dictadura coronavírica de Sánchez –amén de su negligencia e ineptitud manifiestas– es la publicidad machacante, dolosa, prevaricadora, y encubridora de sus errores. Con la soberbia y desvergüenza del sátrapa, se apunta logros que no son suyos, y funde sus yerros y fracasos con esta frivolidad celestinesca: «ayer putas, hoy comadres».
Al tipo de dictadores como Sánchez los clavó Tácito en sus Historias: «El poder adquirido vergonzosamente nadie lo ejerció jamás con buenas artes». Tampoco tiene Sánchez la valentía de César cruzando el Rubicón. No es más que un personaje siniestro sacado de los pasos de la Semana Santa vallisoletana: Pilatos lavándose las manos, Caifás haciendo de villano, o Herodes jugando con la corona. Pero esta vez el pueblo no caerá en la trampa. Él es el dictador único con miles de muertos, y Bruto le espera con una daga florentina: «Sic semper tyrannis», así acaban siempre los tiranos. Ante la pandemia, el pueblo repite en este Lunes de Pasión el pensamiento humanista del maestro Alonso de Santos «cada muerto es mi muerto, y cada dolor es mi dolor».