Diario de Valladolid

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EL general Decio accedió a la máxima magistratura del Estado romano en el año 249 d.C. Su predecesor, Filipo el Árabe, no supo contener del todo las invasiones bárbaras. En su corta pero intensa vida como emperador de Roma –fue abatido en pleno combate en el año 251 d.C–, Gayo Mesio Quinto Decio tomó drásticas decisiones con las que trató de recomponer el ya lánguido, corrupto y decadente poderío latino.

El programa político del veterano soldado reconvertido en Imperator se centró en dos puntos. El primero consistió en la restauración de la fuerza del Estado. Para ello, cedió parte de su omnímodo poder al Senado, que rescató algunas de sus antiguas prerrogativas. El segundo punto en el que incidió fue la recuperación de los cultos tradicionales que hicieron grande a Roma, lo que le acarreó la oposición, la animadversión y el enfrentamiento con los cristianos.

Ante tal tesitura, Decio proclamó un edicto por el que obligaba a todo los habitantes del Imperio a realizar sacrificios y libaciones ante un funcionario de su comunidad. Realizada la oblación, cada ciudadano recibía un libellus (certificado) y quedaba libre por cumplir la orden estatal. Algunos cristianos se opusieron y murieron asesinados. Otros creyentes –se les llamó lapsi– hicieron de tripas corazón –se taparon la nariz– e hicieron las ofrendas paganas, salvando su vida a cambio de abjurar de su fe.

El pasado mes de noviembre tuvo lugar en Roma el XX Congreso Internacional de la Asociación de Derecho Penal. El discurso de clausura lo pronunció el papa Francisco. El máximo responsable de la Iglesia católica afirmó que «la Iglesia planea introducir el pecado ecológico contra la casa común en el catecismo de la Iglesia católica porque es una obligación». El origen ideológico de estas afirmaciones hemos de buscarlo en los sesudos trabajos expuestos en el Sínodo de los Obispos sobre la Amazonía, celebrado recientemente en territorios de la América latina.

Agárrense que vienen curvas. En breve, los católicos van a cometer pecado –ya veremos si mortal o venial– por atentar contra el medio ambiente. El papa Bergoglio definió el ecocidio como toda acción u omisión que se manifieste en actos y hábitos de contaminación y destrucción de la armonía ambiental. ¿Será pecado tirar un papel al suelo? ¿Y si se te cae un plástico sin querer? Ahora resulta que será moralmente ilícito echar un polvo no por el coitus interruptus, sino por usar un producto de plástico. Hay que reconocer que el santo padre tiene un par de huevos (pelotas, en argentino). La voluntad –de imposición– al poder. Un mandato nietzscheano. Bienvenido sea el papa verde, el papa thunbergiano.

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