Diario de Valladolid

JAVIER DIOSDADO MORAS

Cataluña ‘for ever’

El autor compara el golpe de estado de Tejero con el independentismo catalán –que califica de patología– y considera que no hay grandes diferencias entre las gentes de Cataluña y el resto de pueblos ibéricos

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El otro día (12/02/219) aguanté toda la entrevista de Alsina al presidente catalán. Mereció la pena asistir a la ‘sesión’: un periodista tranquilo e inteligente planteando verdades ( ‘las del barquero’) a un señor, que a veces conseguía aparentar una cierta capacidad de raciocinio pero que terminaba enrocándose en los mantras de siempre. Era como asistir a un partido de pelota. Entre las lindezas que rebotaban del susodicho frontón estaban: «la democracia está por encima de la ley», «en España se persigue a las ideas, necesita desfranquizarse», «la república catalana aún no es efectiva pero estamos en ello», «F. González y A. Guerra son viejos y rancios»… ¿Para qué seguir? Escúchenlo ustedes cuando Onda Cero cuelgue el podcast. Pero quiero terminar esta introducción poniendo en evidencia el cinismo y la grosería de su discurso: rechazaba «las opiniones» de González y Guerra porque son –sic dixit– «rancios y viejos», ¿habrá que olvidarse de Aristóteles, Platón, Pascal, Locke… porque son rancios y viejos?

Volvamos al afán cotidiano y echemos una mirada un poco más larga al separatismo. Yo viví en los años 80 en Cataluña. Era parte de un equipo de profesores de un colegio privado que educaba a los hijos de la burguesía catalana. Nos exigían vestir americana y corbata y, sobre todo, no contradecir el ideario del Centro. La plantilla de profes era bastante variada: jóvenes maestros con ocho apellidos catalanes (Rovira Patró, Torras, Calafell, Guitart, ...), aragoneses, charnegos..., y un servidor, «castellano de Castilla» como diría Alberti. En aquel pueblo tan cercano a Barcelona desperté a la vida profesional y casi también a la vida política, ya que una mañana gris de febrero, que prometía ser tan gris y anodina como las demás, nos desayunamos con la siguiente noticia: el teniente coronel Tejero había secuestrado a todo el Congreso de los Diputados. He de reconocer que, desde la ingenuidad de mis pocos años, yo no comprendí, digamos racionalmente, la envergadura histórica de tal suceso, y mucho menos imaginé que en el futuro sufriríamos otra agresión tan grave como aquella, la del nacionalismo separatista actual, que, tras haber estado «larvado» treinta y cinco años, se manifiesta ahora convertido en un virulento y venenoso insecto. Mientras que en el 81 se produjo un golpe de estado puntual, en los últimos tiempos se está produciendo –en palabras de Ricardo Martínez (ABC, 8/9/18)– un «golpe de estado permanente».

Durante el año de convivencia con la habitantes de Igualada yo no noté que los igualadinos se diferenciaran gran cosa del resto de los pueblos ibéricos. Es decir, no percibí lo que el ínclito Pujol se empeñó en llamar «hecho diferencial catalán». Ni que decir tiene que me encontraba perfectamente integrado y mis vivencias hubieran sido idénticas, de haber estado trabajando en Almonte o en Cedeira, pongamos por caso. Sin embargo, el virus de la enfermedad (pues el separatismo catalán es ciertamente una patología) ya estaba inoculado. Subyacía en la mentalidad social, a la espera de tiempos más propicios. Daré solo dos pruebas de esto; empezaré por mi amigo, un irlandés casado con extremeña, a cuyo cargo estaba la enseñanza del inglés. Éste me solía embromar a propósito del franquismo impenitente de los españoles; pienso que él, que solo conocía aquella parte de España, tenía una información contaminada y parcial sobre nosotros pero (esto es lo grave) la daba por buena. Para él, los españoles llevábamos en el ADN ser franquistas. Para que se me entienda, le pasaba con las ideas lo mismo que le pasa a un inglés que aprende nuestra lengua, en, pongamos, Andalucía: su habla española sonará a una mezcla de inglés y andaluz. Es decir, la imagen de los españoles que tenía mi entrañable amigo irlandés también estaba «contaminada». La segunda prueba es, creo yo, aún más sólida: en los años 90, buscando materiales para mi tesis en Didáctica de la Lengua, pregunté a una profesora universitaria de la Universidad de Barcelona, de cuyo nombre no quiero acordarme, por qué no publicaba sus trabajos también en castellano (además de en catalán). Su respuesta no dejaba lugar a dudas: en su jerarquía de prioridades, la primera estaba la defensa de la llengua catalana, y luego venían la ciencia, la investigación… ¡En su trabajo estaba antes la política que la ciencia!

Ahora, lejos de las nieblas románticas de la juventud y tras los acontecimientos vividos en los últimos años, el panorama político tiene color negro zaino. Lo que era semilla se ha convertido en un árbol que amenaza con destruir todo nuestro edificio nacional. El prejuicio sobre los españoles (el de que somos más franquistas que demócratas) que subyacía en las bromas de mi amigo irlandés tal vez haya trascendido ya nuestras propias fronteras; la extrema izquierda y los separatistas reclaman una «segunda transición» a la vez que corrompen expresiones y vocablos tan nobles como «diálogo» (en sus bocas significa «trágala» o imposición de «mi» verdad) o «ley, libertad, justicia» (para ellos, pura represión franquista…), etc. Desde la ironía, a estos intoxicadores, se les podría responder con las mismas quimeras que volvieron loco a don Quijote: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». (Don quijote, Cap. I). Pero, ¡ay, la ironía de nada sirve en esta sociedad tan mediatizada!; de hecho, algunos compatriotas nuestros empiezan a flaquear y, por lo que dicen, parecen dar síntomas de intoxicación. Se les oye decir: «¿cómo van a estar equivocados dos millones de catalanes»? Y cosas parecidas. Para nuestra desgracia, el presidente en funciones lidera esta corriente de opinión; tanto, que está a punto de hacer bueno a su antecesor J.L.R.Zapatero; su convocatoria de elecciones lo demuestra. Si el día 28 de abril consiguiera el respaldo de las urnas, veríamos hacerse realidad la pesadilla de todos los españoles de bien, lo que los más sensatos del PSOE (aunque no estén en la política, existen) le impidieron en la semana del 11-16 de febrero.

Javier Diosdado Moras es catedrático de Literatura jubilado.

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