Diario de Valladolid

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Caso Tanatorio El Salvador de Valladolid. Leo las noticias de prensa, y apenas articulo cuatro balbuceos representando al estupor, a la indignación, a la vergüenza y al asco. No hay palabras que definan tanta degradación.

Que alguien, durante tanto tiempo, se haya dedicado a profanar cadáveres, a robar coronas, a remover ataúdes, a perturbar la paz y el dolor de los muertos y de los vivos, y a traficar con los últimos sentimientos y voluntades de una persona en esta vida, no tiene nombre.

No es propio de personas, ni siquiera de animales feroces que, en ciertos momentos terribles, tienen instintos básicos de compasión y de solidaridad ante la muerte.

Es propio de una maldad demoníaca que sólo los tiranos en política son capaces de articular como vampiros para el bien de la república. Ejemplo. Por «la grandeza de Tebas», el tirano Creonte, se ensañó con el cadáver de Polinices hasta «dejarle insepulto, presa expuesta al azar de las aves y de los perros».

El tanatorio del Salvador ha rizado el rizo de una maldad inhumana que afecta a centenares de difuntos indefensos que han quedado esparcidos por una agencia de asaltadores fúnebres. Avergüenza oír todavía, después de saltar el escándalo y los encarcelamientos, las cuñas publicitarias del Tanatorio en ciertas radios, asegurando con total desvergüenza que se está en las «mejores manos». Qué putrefacción al dente, qué miseria de cloaca.

Esto mismo puede predicarse del Salvador Sánchez con el asalto, profanación, y aventamiento de las cenizas de Franco. A este tráfico de pompas fúnebres sólo cabe replicar como lo hizo Tiresias en la obra de Sófocles: «¿Qué clase de proeza es rematar a un muerto? … Nada de esto es de tu incumbencia, ni de los celestes dioses; esto es violencia que tú les haces». Violencia impune y gratuita que repugna a los vivos.

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