Diario de Valladolid

JAVIER DIOSDADO MORAS

El mito del progreso

El autor advierte que la sociedad respira en la atmósfera de un «falso» mito y pregunta si hay que seguir avanzando sólo «por no llevar la contraria al progreso»

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Cuando yo estudiaba, había un tema de Filosofía titulado Del mito al logos. Empezaba en los presocráticos y concluía en Aristóteles. Yo por aquel entonces no terminaba de entender del todo eso de logos, pero al fin conseguí vislumbrar que se trataba de explicar el mundo en que vivimos de una manera lógica en lugar de hacerlo de una forma mágica (o mítica). Es decir, que los filósofos griegos se empeñaron en racionalizar el mundo en el que vivían y superar el arcaísmo de las religiones primitivas. Ello suponía un avance en la historia de la humanidad. Mucho mejor así, claro está, que tener tragarse los cuentos y fantasías más o menos religiosas de los mitos. ¡La Historia de Occidente empezaba bien!

Luego, tras el oscuro paréntesis medieval, el Renacimiento entronizó el culto a la razón y la ciencia; la Ilustración primero y el triunfo de las Ciencias experimentales, en el XIX, siguieron por la misma senda racionalista… así hasta desembocar en nuestro siglo XXI, en el que todos esperamos que la Razón (v.gr. la Ciencia y la Técnica) aporten soluciones para los problemas medioambientales que nos amenazan (el calentamiento global, el mantenimiento de los bosques y océanos…). Parece, pues, que desde aquellos lejanos filósofos griegos hasta nuestros días, hemos progresado; y que los mitos han quedado atrás. Pues bien, yo pienso que no es así. Es más, digo que lo que ha ocurrido en realidad ha sido la creación de otro mito según el cual la Humanidad, iluminada por la diosa Razón, caminará inexorablemente hacia un futuro mejor y más feliz. Se ha producido una sustitución de un mito antiguo por otro moderno. El mito de la edad dorada ha sido sustituido por el mito del Progreso. Como dirían los pedantes, ha habido un cambio de paradigma mítico.

Empecemos por el mito de la edad de oro. Lo cuenta maravillosamente Ovidio en su obra Las Metaformosis: Surgió primero la Edad de Oro, que, sin autoridad ninguna, de forma espontánea, sin leyes, se practicaba la lealtad y la rectitud. los pueblos, sin necesidad de guerreros, disfrutaban tranquilamente la dulzura de la paz. Dicho mito se mantuvo hasta el siglo de oro: Cervantes lo refleja en su gran obra, si bien irónicamente, en el discurso de don Quijote a los cabreros: Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío...Según este mito, desde esa época dorada no habríamos hecho otra cosa que descender escalones, alejándonos de la verdadera felicidad: hace siglos que pasamos a la edad de bronce, don Quijote estaría viviendo en la edad del hierro…, y nuestros tiempos, tendríamos que calificarlos, me parece a mí (con permiso de los clásicos), de edad de hojalata. Lo cierto es que este bello cuento fue común a todas (o casi) las civilizaciones antiguas: ¿Qué es el Paraíso terrenal de la Biblia, donde nuestros primeros padres vivían en plenitud, «ganándose el pan sin el sudor de su frente», sino el mismo mito de la edad dorada?

El Cristianismo puso la primera piedra para su sustitución por el mito opuesto, el del progreso: Jesucristo nos redimió del pecado original, causante de nuestra expulsión del Paraíso; y nos prometió otro paraíso, pero éste estaría al final, no al principio de la Historia: aunque sea un paraíso espiritual, no material. Después de nuestra corta vida material en la tierra, disfrutaríamos de la beatitud y la bienaventuranza durante toda la eternidad. Más tarde, la Ilustración primero, el Liberalismo después (tan optimistas ambos), y por fin la filosofía de Marx, terminaron de configurar el mito del progreso: la Humanidad irá pasando por etapas cada vez más prósperas hasta llegar a su última meta, el paraíso comunista. Éste se establecerá, tras la revolución del proletariado y en él seremos todos felices. Los dictadores proletarios administrarán de forma eficaz el conocimiento científico-técnico, al servicio de la sociedad sin clases.

Cambiemos un poco de tercio: creo no equivocarme al decir que en los ambientes progres de nuestra sociedad se suele admitir sin discusión alguna la «superioridad moral de la izquierda». Es un hecho comprobado: los políticos o votantes de derecha suelen avergonzarse de su opción, mientras que los del otro lado presumen de izquierdistas sin ningún rubor, urbi et orbi. Para mí que eso obedece a la implantación acrítica del mito del progreso. ¿De dónde ha salido, si no, este prejuicio de la pretendida superioridad de la izquierda, que tan injusto es con la mitad (teórica) del abanico electoral? Reconozcámoslo: vivimos en la atmósfera del mito del progreso, respiramos su aire, querámoslo o no. Y sin embargo deberíamos recordar siempre que estamos ante un mito, y que, en tanto que mito, es falso. Dejando aparte el hecho que los dos mitos citados que se enfrentan no son los únicos que ha habido (también está el mito del retorno cíclico), nadie garantiza que la evolución de nuestro planeta vaya a ser siempre beneficiosa para la humanidad, ni que no podamos sufrir retrocesos gigantes (la primera entrega de El planeta de los simios nos lo advertía…); así como tampoco nadie nos asegura que en algunos aspectos sea mejor quedarnos en el nivel que hemos alcanzado y no avanzar más (virgencita, virgencita que me quede como estoy). Esto en la política se ve con toda claridad. Un simple ejemplo: ¿hasta dónde es prudente y bueno llegar en la descentralización del Estado? ¿Hay que seguir avanzando (en todo), por no llevar la contraria al Progreso? Cuando las Comunidades Autónomas se conviertan en mini-estados, ¿cómo seguiremos avanzando? ¿Habría que subdividirlas de nuevo?

En cuanto a los políticos actuales, me refiero sobre todo a los políticos calificados habitualmente de izquierdas, tan progresistas ellos, educados en instituciones poco solventes como lo demuestran tantos doctorados de purpurina y tanto master de dudosa solvencia, me da que la mayoría ha estudiado poco y ha divagado mucho, desde que empezaron a 2jugar a la política» en las secciones juveniles de sus partidos. Cegados por esta alucinación izquierdista no se plantean ni por un momento que son simples marionetas o peones de una partida que se juega a nivel simbólico, en las profundidades de nuestra psicología social. Y lo que les pasa, para nuestra desgracia, es que se enzarzan en batallitas de poca monta (izquierdas contra derechas, progresistas contra conservadores...etc.) sin caer en la cuenta que las viejas etiquetas del pasado están obsoletas a la hora de analizar los problemas del mundo moderno: los populismos y la demagogia, los integrismos de todo tipo, el maltrato medioambiental, el deterioro de la convivencia, la globalización, las desigualdades, los egoísmos nacionalistas rampantes….

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