Diario de Valladolid

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IMAGINE un cortijo de la Extremadura profunda, rural y atrasada, donde la tiranía, la resignación, la ignorancia y la humillación eran el pan nuestro de cada día. Es el paisaje rural que pintó el Delibes de principios de los sesenta en esa admirable obra que Camus llevó al cine, con aquel Paco Rabal de la «milana bonita» que a muchos nos llegó a las entrañas y contribuyó a despertar sensibilidades.

Si Los Santos Inocentes retrata la sumisión perpetua que buscaba el franquismo y la condición de seres inferiores de los criados ante los amos, el mundo católico conmemora este 28 de diciembre la matanza de niños por un genocida Herodes, celoso de poder, que era capaz de sacrificar a numerosos seres inocuos con tal de apuntalar su trono.

La política actual hereda no pocas actitudes de épocas anteriores para llegar, recuperar o mantener el poder. Quienes somos herederos de aquella Extremadura olvidada, devota del sacrificio y la obediencia, vemos con sonrojo cómo el yugo del latifundio rural de los señoritos de antaño se transforma hoy en demasiadas ocasiones en odio a todo aquello que signifique progreso para la mayoría, igualdad de oportunidades y libertad. Y para este fin valen, les valen, todos los medios; incluso, legítimamente, la alianza con los más directos herederos de la dictadura.

Los líderes independentistas han perdido hasta su propio rumbo y sus fervientes antagonistas, esos que pescan hoy en los caladeros del rancio anticatalanismo, son partidarios de sacrificar sus teóricos principios con tal de recuperar el trono perdido por la corrupción.

Sabemos demasiado en este país para qué quieren algunos el poder y el papel que asignan a los más inocentes. Cuando hoy salga a la calle, querido lector, cuídese mucho de que no le tomen por inocente aunque lo sea. No tanto porque le pongan una pajarita a la espalda o le gasten una broma pasajera, sino porque no son pocos los capaces de sacrificar los intereses de muchos inocentes para preservar su poder y sus estrechos intereses.

Y esos inocentes a los que el poder olvida con demasiada frecuencia son, en estos días ya de final de 2018, los condenados a la pobreza, los jóvenes sin futuro, los numerosos deprimidos que dejó la crisis, las amenazadas mujeres y los mayores solos y olvidados en domicilios o en residencias. ¡Que nadie los olvide!

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