En pocas palabras
Inaguantable tanta vileza, doblez política, y paripé a la carta. El asesinato de la zamorana Laura Luelmo –repugnante, canallesco, y evitable si las leyes protegieran a los ciudadanos–, nos retrotrae en Castilla y León a otros 4 asesinatos que conmocionaron a la opinión pública, quedando en la memoria colectiva como una crónica de la infamia.
En este bucle de oprobio y desprecio seguimos. La historia acusa directamente a políticos que se han adueñado de la justica, y a jueces que les hacen la ola. He aquí los hechos. En 1991 se produjo el asesinato de la burgalesa Laura Domingo, de 6 años, que aún espera acusación y justicia. 1992 fue el año de la ignominia, pues fueron asesinadas la vallisoletana Olga Sangrador, de 9 años; la también vallisoletana Leticia Lebrato, de 17 años; y la burgalesa Marta Obregón, de 22 años. Y ahora Laura Luelmo, con 26 años.
Desde entonces, la sociedad castellano y leonesa, y buena parte de la española, ya no cree en estos políticos. Han secuestrado las conciencias con un patrón inaceptable: imponer lo políticamente correcto como si fuera la voz de todos, y en donde el asesino tiene más derechos que la víctima. Práctica aberrante que desterró el derecho romano porque «Vox unius, vox nullius», voz de uno solo, voz de ninguno.
El asesinato de Laura Luelmo ha revuelto las tripas de los ciudadanos. ¡Qué vergüenza el miércoles en el Congreso! Políticas como Belarra y Calvo al rescate del asesino, y el resto politizando a las víctimas. Si canallesco ha sido este asesinato, más lo es la práctica política que, en estos 30 años, ha hecho del criminal una opción salvífica. «Ana Julia somos todos», dijeron hace nada. Y hoy, por el hecho de ser hombres, quieren que se diga Montoya somos todos. Asquerosa aberración totalitaria que reinserta alimañas a costa de las víctimas.