Diario de Valladolid

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CORREN tiempos de cambios: se barruntan urnas. Entramos en la espiral acaparadora del interés general. Ya estamos en los albores del periodo preelectoral. Es ese espacio político de tierra de nadie. Ese período de paralización en el que parte del calendario de todos se difumina, la tarea se vuelve a arrinconar y se hace oído sordo de lo que de verdad importa. Otra vez elecciones y, de nuevo, todo a parar.

Como si estuviese andando, casi todo se deja para ‘después de’. Y se oyen por los despachos las letras de estas canciones: «No sabemos qué va a pasar, ni quién va a decidir» –dicen algunos–. «Pues como ganen éstos, o esos, o pacten entre aquellos y los otros…» –dicen otros–. Venga quien venga, lo suyo se va al traste. No sale. Así que olvidaos de ese proyecto que no tiene futuro. Al cajón. Al archivo. Y eso que aún queda medio año...

Entramos en el bucle que la democracia nos permite cada cuatrienio. Hay que elegir y decidir quiénes nos van a mandar. La pena es que no tengamos decidido ya de antemano lo sustancial y lo necesario. Como el sol y la luna, el agua y el fuego o el viento y el mar, que son los que nos deben gestionar siempre, antes y después del sufragio. Salga quien salga y caiga quien caiga. A veces echa uno en falta un mayor sentido de Estado con mayúsculas. Ese aparato de administrar lleva la luz, el agua, la escuela, la lengua española, el silo, el ferrocarril, el alquitrán para la carretera o funcionarios del ministerio enviados hasta el último confín al que van sin rechistar. Aunque en el confín ya quede poco que gestionar, salvo algún censo de urogallos –y para eso ya están los biólogos trabajando en ello–.

Sueño con aquellos concejos abiertos en el pórtico de la iglesia o sentado rodeando una vieja encina como los de la concha más bella de Sotoscueva, allá en la merindad de las profundas cavernas; benditas sean sus herederas, las juntas vecinales. Pienso en las históricas comunidades de villa y tierra, último bastión de una época de repoblación, o en aquellas ciudades-estado que ya sirvieron a los celtíberos antes de que les gestionara Roma. Algunos pensamos que de lo que se trata es de descongestionar la verticalidad del asfalto colmenero de las ciudades y horizontalizar la tierra llana con competencias de Estado para salvar a esta región por su talón de Aquiles: sus pueblos. Llevo mal, y llevaré peor, escuchar a todos recurrir a la muerte de los pueblos para pedir un voto.

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