Diario de Valladolid

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Que no, que no cuela. ¿Se ha preguntado por un casual, por qué razón perversa se habla tan poco de la cumbre hispano-lusa que tuvo lugar anteayer en Valladolid, y que, como tal noticia nacional, ha pasado sin pena ni gloria en toda clase de medios?

Pues porque no fue más que un montaje exhibicionista de flota aérea y de retórica política para hacerse una foto. Hecha la foto para la posteridad, estaba claro que faltaba contenido a la cumbre.

Y a Sánchez, que es más listo que el hambre, le vino Dios a ver una vez más. Quiero decir que, desde el principio, la verdadera noticia no estuvo en Valladolid, sino en el Congreso de los Diputados. Mejor dicho, se la trajo al Palacio Real en bandeja de plata, chorreante y en butifarra, su ministro de Asuntos Exteriores, el señor Josep Borrell. Casualidad o teatro por encargo, vaya usted a saber, ya es lo de menos. El caso es que funcionó a la perfección.

El hecho sustancial es que, a efectos mediáticos, el encuentro hispano-luso del miércoles pasará a la historia como la cumbre del salivazo. No entro para nada en la calidad del esputo, escupitinajo, gargajo, salivazo, o lo que fuera, por ser una cuestión de interés científico y de alto secreto de estado.

Eso sólo lo saben con certeza tres personas distintas –Borrell, Josep Salvador, y Sánchez– en una misma escupidera que es el Congreso de los Diputados.

Lo cierto es que Sánchez, al menos como reflexión filosófica, ya tiene al culpable intelectual del escupitajo perpetrado ante los ojos a cuadros de doña Ana Pastor Julián, presidenta del Congreso. No es ni Rufián ni Salvador ni la ERC en bloque, que son sus socios impolutos con un equipo de sonido de alta fidelidad a prueba de divorcios. El culpable es el PP que «crispa» y da esplendor a esa guarrería. ¿Y Borrell? Ahí sigue en el vestíbulo de las flemas.

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