Diario de Valladolid

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YA ESTARÁN al tanto. Nuestras queridas y no siempre bien valoradas autoridades planean una reforma educativa en la que suspender sea aprobar. Que dejar alguna asignatura en la que no se dé el mínimo (ya bastante minimizado, por otra parte) no suponga un impedimento para el avance animoso y sin duda entregado del portentoso alumno. Me da la impresión de que este tipo de medidas surgen de la fabulosa coordinación de esas luminosas teorías sobre igualdad, en combinación (con o sin unas copas de por medio) con esas otras sobre la protección, caiga quien caiga, de los chavales ante una posible, siquiera inapreciable, frustración.

Mi ausencia de estudios en psicología me impide citar a autores y bibliografía que sustente mis ideas, pero me da la impresión, por propia experiencia vital, que las frustraciones, a poco que nos enfrentemos a ellas, nos hacen no solo más fuertes, sino mejores. Son inevitables los contratiempos de todo tipo, quién puede dudarlo, así que al final se plantean diversos escenarios: asumo la derrota (real o no, pues los profesionales de la queja cada vez son más numerosos) y lucho para superarla, o me autoflagelo como víctima y lo pago con todo y con todos…

Así que el exceso de facilidades, el maquillaje de las derrotas, antes o después, acaban creando el efecto contrario del que (aparentemente) se persigue. O no… Cuanto más débil sea la persona, cuanto menos esté preparado el ciudadano para asumir con fortaleza su peripecia vital, cuanta menos capacidad crítica y autocrítica posea, más fácil será manipularlo, sobre todo en épocas de incertidumbre y crisis.

El populismo maneja como nadie las frustraciones. Son su producto estrella. Una frustración un voto. Capaces de apoyar y provocar lo que luego critican, su supremo cinismo genera una rentabilidad insuperable. Bajo el engaño de la igualdad que venden, someten a la sociedad a la cultura del mínimo esfuerzo, de la queja sin sudor ni riesgo. Frustrante.

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