Diario de Valladolid

ESPEJOS PARA LA BASE / CHECHU MULERO

El último gran ingeniero del básket

El vallisoletano, que pasó 17 temporadas en el Fórum, se ha convertido en el ‘arquitecto’ del mejor Valencia Basket de la historia, con quien ha celebrado como director deportivo una Liga, una Supercopa y dos Eurocups

El vallisoletano Chechu Mulero (a la izquierda dirigiendo alForum, posa en las instalaciones del Valencia Basket.-ALQUERÍA

El vallisoletano Chechu Mulero (a la izquierda dirigiendo alForum, posa en las instalaciones del Valencia Basket.-ALQUERÍA

Publicado por
Guillermo Sanz

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Detrás de cada maravilla del mundo moderno hay detrás una cabeza pensante capaz de llevar a las tres dimensiones una obra de arte que sólo existía en su cerebro. Si el baloncesto fuera arquitectura, el vallisoletano Chechu Mulero sería un serio candidato al premio Pritzker. Su visión del mundo del aro le ha trasportado de los patios de Tordesillas a la cumbre de la ACB.

«El mejor pueblo que hay, como sabe todo el mundo», Bolaños de Campos, se convirtió en la cuna de Chechu Mulero, al que el destino le empujó sin miramientos hacia un balón naranja del que ya no se separó desde que el trabajo de su padre, profesor, le hizo desembarcar en Tordesillas, donde empezó a jugar en La Guía cuando forraba sus libros de 1º de BUP. «Me enganché al baloncesto porque era de una panda en el que todos eran altos. Empecé a jugar tarde, pero me di cuenta pronto de que me gustaba más ordenar y mandar. Era muy malo. Corría, saltaba y voceaba, pero jugar no me llenaba en exceso», confiesa Mulero.

Tal vez fue su carácter ordenado o que por sus venas corría sangre docente, pero lo cierto es que decidió hacer el curso de entrenador de baloncesto en Valladolid que compartió con Castañeda y Ripollés y del que guarda «un recuerdo imborrable». Un cadete del equipo tordesillano fue su primera pica clavada antes de entrar en 1986 a formar parte de la cantera del histórico Fórum. Su hambre de aprendizaje le hacía «vivir el día a día del equipo ACB desde la grada». Chechu Mulero fagocitaba todos los conocimientos que tenía a su alcance. Proteínas para crecer como entrenador. Tanto, que en la temporada 94-95 recibió la propuesta de ser la mano derecha de Wayne Brabender en el banquillo morado. «Recuerdo que los entrenamientos de esos años se hacían en La Rubia y me acuerdo cómo Óscar Schmidt se presentó con la bandera de Brasil», rememora.

Chechu Mulero se convirtió en el fiel escudero que todo hidalgo del baloncesto quisiera tener a su lado en las batallas. Dispuesto a apagar fuegos cuando los resultados empujaban al entrenador titular hacia la puerta de salida. Así lo hizo cuando Brabender fue destituido. «Con perspectiva, creo que ese momento me pilló pronto. Es una situación que llega por unos malos resultados. Sabes que es parte de tu función, pero no es agradable», confiesa.

El vallisoletano aprendió de los mejores. Compartió tablilla con Brabender, Gustavo Aranzana y Paco García en Valladolid y con Scariolo (Unicaja), Pesic, Laso, Casas, Katsikaris o Pesasovic (Valencia), sin embargo coger las riendas de un equipo es una opción que quedó pronto descartada. Fue en 2002, cuando dio un paso al frente en Pisuerga como entrenador titular. «La experiencia no fue buena (fue destituido tras once partidos). Tomé la decisión de no ser otra vez primer entrenador y fue una decisión acertada. Yo fui el responsable, cometí errores», confiesa Mulero, que entiende que «el director deportivo es una persona de club y el entrenador es del equipo. Eso fue lo que me pasó a mí», desgrana.

Tras 19 años viendo la vida a través de un prisma morado, Chechu Mulero decidió embarcarse en una nueva aventura en Málaga, donde después de un año maravilloso en el Unicaja recibió la llamada de la estabilidad en Valencia. La brisa de la Malvarrosa le llevó hasta el Valencia Basket, donde desde hace quince temporadas el vallisoletano ejemplifica el lema del club taronja: Cultura del esfuerzo.

El baloncesto ha crecido como una flor de azahar en Valencia desde que el sillón del director deportivo lleva su nombre en Fuente de San Luis. El vallisoletano elude los galones vestidos de elogios que le corresponden, pero su presencia es notoria en L´Alquería del Basket (una instalación con 13 pistas y 15.000 metros cuadrados inaugurada en 2017), un palacio para el baloncesto en el que crece el futuro y el presente taronja. El mecenazgo de Juan Roig ha dado cuerpo al sueño de cualquier club. «L´Alquería es casi tan importante como los títulos. Es un club más consolidado y más grande de lo que era antes. Es el vivero del baloncesto. Crear un club en torno al baloncesto es de lo que más orgulloso estoy».

Ese vivero de talento es el que asegura el futuro de un club con el que el vallisoletano ha celebrado desde su llegada dos Eurocup, una Supercopa de España y, sobre todo una Liga (en la que Valencia eliminó a Baskonia y Madrid), su ‘hijo’ favorito: «Fue maravilloso. Era increíble la sensación -se me pone la carne de gallina al recordarlo, confiesa- de ir por la calle y que la gente te diera las gracias. Habíamos hecho feliz a la gente», celebra. Alegría doble para Valladolid, que también vio cómo Fernando San Emeterio, «un ganador» fue repescado para la causa por un Mulero que le conocía desde que el internacional hacía minibasket.

Chechu Mulero ha cosechado el fruto del éxito a 550 kilómetros de su Valladolid natal, al que no pierde de vista ni desde la distancia ni cuando visita la ciudad (y sobre todo su pabellón). «Soy un hincha del Ciudad de Valladolid. Me encantaría que nos viéramos en la Liga Endesa, sería una alegría inmensa. Creo que están en el camino correcto», concluye.

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