Diario de Valladolid

Creado:

Actualizado:

ME COSTÓ pero lo logré. El sábado, a las 8 en punto de la mañana estaba frente al televisor. El primer encierro (sic) de Pamplona esperaba, protagonizado por la divisa salmantina Puerto de San Lorenzo. Una carrera, sí, trepidante, multitudinaria, abigarrada… Carrera por las calles, más no encierro, pues para eso el toro ha de provenir de un ámbito de libertad, del campo, de su hábitat, allí donde sus pezuñas sienten el calor o la humedad del terreno. De ahí, claro, el ‘sic’.

Siempre, ya de chaval, preferí la alegría compartida en pequeño formato al éxtasis emocional de garrafón. Además, salvo que un buen motivo se interpusiera, y los hubo y los sigue habiendo, la llamada de la almohada posee para mí un efecto irrefrenable. De todos modos, de los sanfermines no hablo de oídas; estuve, sobre los 20 años. Supe que no volvería, y no he vuelto. Intenté ver el encierro, y lo vi, en la televisión de un comercio situado a cien metros de la calle Estafeta. Imposible acceder al itinerario.

Así, las cosas, me quedo con Cuéllar. Digamos que, como esa canción de Los Chunguitos, «Me quedo contigo» (ya sé que mi selección musical no es como para que me inviten a un festival ni al Teatro Real), prefiero lo cercano. Lo auténtico, lo que no necesita una muchedumbre para tener y mostrar una razón de ser. Lo que deja que cada cosa y cada ser expresen lo que son; sin el cómputo enfermizo del tiempo, tan importante para quien confunde lo que queda (el asfalto y el adoquín) de un rito con una carrera de Fórmula 1.

Me quedo con los encierros tradicionales, los de Portillo, de Ciudad Rodrigo, de Olmedo… Me quedo con el toro que emerge en el rastrojo, desafiante, y hay que encerrarlo, desde el oficio de monturas curtidas y valerosas, como las de mis amigos Pepe Mayoral y Pedro Caminero, que ya hermanan a los toros que a finales de agosto serán miedo y liturgia, gozo e historia. Vida. Y amistad sin relojes. Pues eso, que me quedo con Cuéllar.

tracking