Diario de Valladolid

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Palomas o cigüeñas, he ahí la cuestión. Siguen con nosotros, pero no nos fijamos porque siempre andamos acumulando telares pa’ná. Y, mientras, se nos caen los símbolos. Hay quien dice que, por culpa de millones de escopetas, ya ni el Espíritu Santo sale de paseo. Por no moverse, ni saca el chisquero para prender fuego sobre las cabezas de sus pastores. Así les va. Siempre he pensado que este desaire a la tercera Persona tiene mucho que ver con el abandono de los palomares. Los imperios caen cuando se derriban las casas de sus emperadores. Se cayó el tapial y andan los nidales a la intemperie. Y los pichones, sin guardería. Y, de paso, nos hemos cargado las palomas blancas, el símbolo más bello de la paz del mundo, de aquí y de allá. Hoy, las palomas molestan hasta en los templos y su arrullo se pierde entre los trinos; ponemos pinchos en el alféizar y disparamos perdigones para que se vayan. Y algún cabildo propaga su exterminio.

Sin embargo, todo es alabanza para la cigüeña, que crotorea feliz y a sus anchas. Es la ‘señorita del cielo’, a pesar de que la cigüeña ya perdió el sentido de su simbología. Ya no trae chiquitos de París, como antaño, y así no hay manera de fijar población. Y es que la zancuda escarba en las escombreras, se come las ranas, y destroza techumbres y tejados. Y no la pasa nada. Es una privilegiada de la casta de las aves: construye sin permiso de Patrimonio, sin normas urbanísticas y, encima, sin seguro, porque todos los gastos se los cubrimos para que vuelva cuando quiera. Por eso ya no se va.

En fin. Ella, la patilarga, tiene más consideración que nuestra paloma. Hasta su nido está protegido. Mientras, a la paloma se le caen los palomares. Ante estas situaciones de incertidumbre, lo mejor es echarle la culpa al alfarero. Y el caso es que, en los días que vivimos, cada uno en su nido y en su cielo, siguen cayéndose los símbolos. Nos han fallado. Los de la cruz y los de la paloma blanca; los padres de la patria, predicadores de bienestar y los guerrilleros que mandaban a parar. No sé si volverme al pueblo, como nos cuenta Miriam en la tele regional; largarme a otro planeta; o dedicarme a criar pichones. Todo se andará; por ahora, disfrutemos escuchando un arrullo y un crotoreo.

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