Diario de Valladolid

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HE DECICADO algunos ratos de los últimos días a leer una compilación de artículos sobre la desobediencia escritos por Eric Fromm, uno de mis autores de cabecera, imperecedero en muchos de sus contenidos, ideas y prospecciones sobre el actuar de los individuos y de la sociedad. Una desobediencia en nada relacionada con lo que se entiende por actitudes antisistema. Digamos que la rebeldía del vaguete y rebelde por insensato nada tiene que ver con desobedecer en un sentido profundo.

En realidad, los antisistema, son un claro escaparate de la sumisión más pueril y miserable, a la violencia que nace de un inconformismo lejano a cualquier compromiso sincero con una mejoría social. Esconde su aparente defensa de causas nobles la voluntad inconfesable de pasar la factura a quienes no piensan como ellos, incluido el elevado IVA de su frustración personal y grupal.

En todo caso, no es menos cierto que la programación mental no distingue a sus destinatarios por razones de posición social o inclinaciones éticas o de lateralidad política. Quizá una de las tareas más arduas que existen en un ser humano que anhela cierto grado de reflexión sobre la existencia, y de autocrítica, sea la de escarbar y entresacar lo propio de lo adherido por la presión de lo que podríamos denominar la autoridad.

No es fácil deslindar la necesidad de acometer actitudes que cohesionen la actividad social, en lo cotidiano y en la toma de decisiones relevantes, con el mantenimiento mínimo de una coherencia personal desconectada de una inercia fotocopiada, réplica de influencias que sugieren una falsa seguridad.

La Semana Santa, con sus ritos, en Castilla y León, es una invitación para la reflexión sobre valores como el sacrificio y el perdón, y también, para cuestionarse el modo de afrontar creencias y actitudes. Desde la mirada lejana y discreta del discurrir lento y castrense de las formaciones cofrades, hasta el protagonismo simpáticamente agnóstico de desfilar pinchando las nubes.

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