Diario de Valladolid

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NI CON LOS pandilleros de Junqueras, practicantes del embuste industrial, ni con las eléctricas, que facturan codiciosas la luz de nuestras casas. Ni unos ni las otras cejan en la voracidad de su porfía. Así que en la tarde del lunes el precio de la electricidad doméstica alcanzó otro máximo histórico, según datos de Red Eléctrica Española, que todavía preside el zamorano de Rato José Folgado Alonso.

Los inextricables enjuagues que determinan cada factura eléctrica hicieron que en la tarde del lunes el precio del megavatio por hora saltara de forma abrupta desde los 120 euros, a las cinco, hasta los 170 euros a las seis, tomando el pico anual de 182,54 euros a las ocho, hasta superar los 182,05 euros del 25 de enero de 2017, cuando la ola de frío polar tocó techo entre las 9 y las 10 de la noche.

Semejante desmadre deriva de la «cocina» de la luz, amaño turbio en el que intervienen la subasta mayorista, los peajes administrativos y un estrambote que llaman ajustes. Parece que en el chispazo del lunes fueron determinantes los ajustes, pero nadie nos va a explicar quién clavó el rejo a los consumidores. En realidad, el desmadre viene ya de agosto, cuando los precios empezaron a repuntar, aunque el Nadal energético y su filósofo Lasalle mantuvieran impasible el ademán, logrando que tengamos el precios más altos de los mercados europeos. Es lo que hay.

Respecto a la gandulería secesionista del 6 y 7 de septiembre, pareciera lo más lógico responder a la provocación cuando los amotinados televisaron su asalto de un puñado a Estatuto y Constitución, durante unas jornadas parlamentarias de bochorno e imposible digestión democrática. Fue entonces cuando quienes tienen como obligación su defensa, debieron actuar de inmediato, evitando los episodios sucesivos. Empujar a otros poderes del Estado, amagando con advertencias, jamás puede ser considerado un acto prudente, sino perezoso e indolente. Con las consecuencias previsibles que ahora estamos padeciendo.

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