Diario de Valladolid

Javier Pérez Andrés

Un cántaro para la novia

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RECIBÍ LA noticia con asombro, aunque con mucha alegría. Tampoco niego que con cierta emoción. Resulta que, en su hotel rural, mi amigo Enrique regala un cántaro de novia a las que allí se casan. Genial. Teniendo en cuenta que seguirá habiendo bodas y novias, justo es que no desaparezca su cántaro. Y es que Enrique Concejo tiene su empresa en Valoria la Buena, localidad donde se encuentra el Museo del Cántaro, un producto cultural del turismo etnográfico vallisoletano que debemos valorar, pues nunca hay que olvidar que el alfar es el horno donde se coció nuestra memoria. Todavía no hemos agradecido a Gabriel Calvo y a Margarita Martínez esa donación a los valorianos, al igual que su sensibilidad por coleccionar esos barros, con los que las abuelas de nuestras abuelas iban y venían de la fuente a por agua.

Uno de los cántaros de novia más celebres era el que modelaba el bueno de Narciso Pasalodos con arcillas de los barreros de Tiedra. ¡Qué pena que nadie siga dándole al torno y cociendo cacharros en este pueblo! El cántaro de novia se decoraba de diferente manera y así, cuando una moza iba a por agua a la fuente luciendo sobre la cadera el cántaro, ya sabían todos que estaba pretendida y los mozos no se atrevían a entrarla. Por eso es tan valioso este regalo que hemos recuperado gracias al alfarero Carlos Jimeno, de Cabezón de Pisuerga. ¡Qué regalo más bonito para una novia!

Un cacharro de barro encierra un arcano de vivencias impresionantes. Todo nace del barro y en él perece. Por la vena de mi generación corre sangre envuelta en arcillas. Nos hemos alimentado en recipientes de barro y nuestros ascendientes, más aún. Todo esto forma parte de nuestra cultura más contundente. Cuando me haga mayorín coceré barro. Porque resulta que todavía no hemos caído en la cuenta de que es mucho lo que les debemos a los alfareros. Sin ellos, no hubiera sido posible la vida. Los arqueólogos tiran de un trozo arcilla y levantan ciudades, necrópolis y civilizaciones, mientras que nosotros somos incapaces de venerar a esos cacharros de barro, que son parte de nuestra cultura. No se trata de que todos tengamos un cántaro decorando nuestra casa de la ciudad… ¿o sí? Al menos, que a ninguna novia le falte su cántaro y que ninguno de nosotros olvidemos lo que debemos al barro.

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