Diario de Valladolid

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DISFRUTANDO de la genialidad y de la inagotable chispa nacional para convertir en chiste hasta lo más sagrado, me dio por pensar en la abadía benedictina de Silos. Preocupado, en mayor medida, por el mensaje torticero del autobús naranja –siempre sujeto a mil lecturas– se me fue la memoria a un tiempo en el que se rezaba a Dios en las discotecas y aquí no pasaba nada. Una de dos, o quien lo escuchaba no sabía latín, o había cierto respeto al sonido de una melodía medieval que, al cabo de mil años, seguía impactando por su belleza sonora. Entonces, hubo quien se quejó y predijo que el Concilio Vaticano II se cargaría el latín de las iglesias y la polifonía de los templos. Eran los 90 y el entonces joven abad de Silos templaba, ante los medios, ante la fama de sus frailes y el gregoriano de Silos.

Antes, se revolvía el personal de la fe inquebrantable por una película. Sin ir más rejos, ahí está el musical Jesucristo Superstar. Rosarios en la mano, mujeres con velo y arrodilladas, oraciones y repulsa a la puerta de los cines… Anecdotario, sin más. El musical triunfó y acercó la figura de Jesús a una generación que ya estaba muy lejos, a extramuros de la parroquia donde hizo la Primera Comunión. Con y sin autobús, y Carnavales incluidos, mi madre sigue yendo a misa los domingos y yo la acompaño. Por mi parte, no me puedo creer a toda esta pléyade de transgresores, con su coro palmero, hasta que no se atrevan a parodiar a Mahoma y a los suyos.

Y ahora volvamos al «Enhiesto surtidor de sombra y sueño (…), flecha de fe, saeta de esperanza (…), ejemplo de delirios verticales», como Gerardo Diego escribió dirigiéndose al célebre ciprés de Silos, testigo alargado de un tiempo en el que tuvo lugar uno de los fenómenos turísticos, sociales y culturales más impresionante del siglo XX. Las oraciones cantadas por unos benedictinos que vivían en un monasterio burgalés del Valle del Tabladillo lograron ser superventas, con millones de copias, discos de oro y platino. Lo mejor fue que sus cánticos se escucharon y se bailaron en discotecas de medio mundo, sobre todo de Estados Unidos y España. Deberíamos frecuentar Silos para escuchar alguno de los siete rezos del canto gregoriano. Todavía hoy son un oasis entre tanta palmera sin dátiles y pozos sin agua.

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