Diario de Valladolid

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MIENTRAS la política regional marca su singladura con su monótono ritmo, en el ámbito de la nación las cosas comienzan a ponerse interesantes conforme avanzan los días. De Rajoy, ahora un poco más contra la cuerdas tras la dimisión de Aguirre por aquello de la endémica corrupción, sabemos que, ya sea por iniciativa propia –si es que la tiene– o de sus augures, es capaz de abandonar la mínima educación debida (dar la mano) con tal de crear una escenificación estrambótica.

Debería haber pensado el presidente en funciones que si su objetivo era ningunear a Sánchez, eso ya lo hace el propio partido al que pertenece éste, y que mal se dirige un país si el civismo claudica en pos de la ideología, aunque en este caso ni siquiera se trata de algo tan baladí, pues en realidad las formas las perdió por un mero afán de soberbia partidista.

Si Rajoy, que pudo ser el más empollón de la clase, aunque nunca el más inteligente, ha querido gobernar para unir, y de ahí su postura sobre asuntos de memoria histórica y sus parientes, debió pensar que quien preside una sociedad debe ser educado pensando primero en a quién representa y después en su propia capacidad de ajustarse a los cánones que facilitan la convivencia y la concordia. Acabar siendo un incompetente no es un gran título, la verdad, pero un maleducado incompetente es todavía peor.

Si desde los partidos clásicos y troncales de nuestra democracia se quieren evitar las derivas separatistas y sectarias de partidos como Podemos y accesorios, lo mejor es dar ejemplo de generosidad y flexibilidad, al menos en el debate de ideas y posturas, en la cortesía y en la tolerancia que toda pugna política provoca.

Es evidente que Rajoy comienza a causar daños irreparables en la línea de flotación de su partido, con su inacción y sus actitudes torpes, aunque no lo es tanto que haya quien se lo diga cara a cara. Cosas de las jerarquías y los vasallajes.

Desde Castilla y León alguien podría alzar la voz, que no sólo De la Serna es el mal que desde la cúspide del partido, con tolerancia propia, se inoculó en estas tierras. Un mayor rigor frente a la corrupción y una apuesta más rotunda por un futuro común no estarán nunca de más.

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