Diario de Valladolid

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A RECREACIÓN escenográfica de algunos personajes de la lorquiana La Casa de Bernarda Alba en la sala de vistas de la Audiencia Provincial de León ha concitado gran parte de mi atención hacia los medios durante la pasada semana. La lectura del ingente y profundo trabajo de Felipe Ramos en este diario y las conversaciones con amigos inquietos sobre el papel de los jurados populares han ocupado un tiempo en el que, de fondo, como una imagen difusa y surrealista, el luto de algunos rostros, el de madre e hija acusadas, parecía reclamar un protagonismo ajeno a la culpa y menesteroso de una alegoría victimista.

Una, sin duda, insolente transmigración impostada del núcleo humano del dolor. El vano intento de legitimar una acción tan inexplicable como injusta. Y después, con el trampantojo instalado en la ropa y en el gesto, la justificación, siempre morbosa, de un motivo sexual, invocado ex novo para el dvd que graba las sesiones que se celebran en la sala.

Y mientras Sánchez e Iglesias exhiben una danza ininteligible y Rajoy hace el Tancredo para su espectador Rivera, en Valladolid se anuncia que Bolaños, De la Riva y Puente se sentarán juntos para hablar de toros. Ortega y Gasset lo tenía muy claro. Para comprender la historia de España había que conocer la de la tauromaquia. No, no, mi querido aficionado de manual, no la de Joselito y Belmonte, sino el devenir de los toros en relación con el poder de la Iglesia y de los gobiernos de la nación. Ya saben, es una materia muy golosa para las ideologías, esos catálogos de sandeces que tanto entusiasman a la mediocridad.

El caso que es, volviendo a Lorca, la fiesta más culta del mundo tendrá a tres políticos para debatir. Aunque el coloquio ha sido preparado para repartir vaselina hay que reconocer que resulta sugerente el cartel. Toros y política. La bravura del animal que se sabe poderoso, en noble o en engallado, y la suave mansedumbre del toro débil que añora los corrales, salvado, in extremis, por el tercer aviso.

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